La artista...

Afrontar el reflejo que le devolvía el tocador estaba comenzando a ser todo un desafió. Ese negativo de ella misma, que asimilaban sus pupilas con cautela, la hacían ser consciente de que el tiempo no sabe de recesos. Su tez ya no lucía bruñida, marmolea, como cubierta por una capa leve de albayalde. Ese vislumbre ampo de antaño se había diluido. Incluso sus ojos glaucos, los que solían evocar a las estrellas que titilantes en el firmamento alumbran los sueños más prístinos, ahora se mostraban opacados.

La artista sumida en un istmo sin fin, empezó a peinarse el fosco cabello cubierto por un sinfín de productos facticios. Tatareaba una de las canciones que había llegado hasta a desgastar por su uso cuando cada noche era la cabeza de cartel de una función que se le antojaba sempiterna. En esos días en que su nombre cohabitaba en una miríada de bocas. Le encantaba ser la diana de esas miradas deseosas, ser la fuente seminal de envidias y un foco reverberante de anhelos punibles.

Ya casi nadie pensaba en ella, al menos en esa ella contemporánea. Ahora tan sólo le restaba esperar, con la paciencia de quien otrora tuvo todo el mundo al alcance de su mano y hogaño apenas puede asir las virutas del recuerdo... Sabiendo que una vez que sea parte de la cosecha de la muerte, la artista volvería a ser eterna… por siempre jamás…