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La ausencia del sentido

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por Orfelunio, 21 de Febrero de 2010. Respuestas: 9 | Visitas: 1305

  1. Orfelunio

    Orfelunio Poeta veterano en el portal

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    ♣




    La ausencia del sentido




    Aquella tarde, era una tarde como otra cualquiera, salvo por los árboles que parecían hablarme; siempre en el mismo sitio, sin inmutarse; expectantes al paso del tiempo, y pasivos ante el deambular humano, y a sus huellas ajenos. Me dije a mí mismo, que las edades no son más que la manera que tenemos de finiquitar lo que antecede. Es la memoria de lo que fuimos, y el pilar de lo presente; una vulgar forma de ignorar los lazos entre lo pasado y el porvenir. Decimos que los tiempos han cambiado, pero los cambios no están en los tiempos, sino en las modas y modos, en nuestra autosuficiencia de hombres libres.

    Atrás quedó la arboleda y llegué a la gran avenida. Cuando estuve a la altura de aquel joven y su guitarra, no sólo dejé unas monedas… Quise escuchar, la letra de la canción que interpretaba una y mil veces:​


    ♫

    Yo quisiera que tú
    recordaras lo que dijiste:
    “me mandaste un tururú,
    y una carta que era un chiste”

    Tú quisieras que yo
    reaccionara como un payaso,
    y cogiera un sofocón
    motivado por el fracaso.

    Esta es pues la ocasión
    de decirte que fuiste un chasco,
    y sólo queda de ese amor,
    las ruinas que ya dan asco.

    Te contesto con honor
    esa carta con un frasco,
    que está lleno de tu olor,
    los aromas que no masco.

    Espero contestación,
    y me despido con esta copla:
    “guardo la nota en el cajón,
    espero la mía sea devota.

    Con la tuya no hay parangón,
    el rubio la tiene longa,
    la rubia fue una invención,
    la mía… es poca cosa.

    Ya queda el palomar
    ahogado en buena tromba,
    deseo sepas nadar,
    paloma… paloma tonta”

    No repitas la canción,
    y no me seas monsergas,
    deja ya la imitación,
    y el ocho por el ochenta.

    Desde joven aprendí
    a apartar lo que me estorba,
    y ahora más mayor
    uso un arma por escolta.

    Nunca aprendiste la dicción,
    tú dices la cocacola por lo que toca,
    y a mí, por la afición,
    me llamas “cocolacoca”


    ♫



    Pensé que el sordo de la noticia, no habría podido disfrutar de este momento. Pero… qué más daba, si ya no estaba para contarlo. Tuve la impresión que para un sordo, el tiempo cobraba un carácter ficticio mucho más relevante, pues el sonido es parte fundamental de la experiencia, que necesita al tiempo para acomodarse y cobrar sentido de lo oído. Intenté recordar a algún sordo, escritor o poeta, y me fue imposible; no porque no los haya, más bien por falta de memoria cuando el tiempo apremia.

    No es que yo estuviera de forma continua escuchando el tic-tac del reloj para tener noción del tiempo. Pero no es menos cierto que privados de la posibilidad del ritmo temporal, viviríamos como en una nube: flotando, dilatándose el tiempo en la eternidad de la desidia; la paz total del alma y del espíritu, que no son otra cosa, que lo material de la materia, y la necesidad mental de trascenderla. Por un momento me sentí como un iluminado, aunque no supiera realmente cómo se sienten semejantes individuos; y no digo semejantes con un sentido despectivo, sino en la acepción de igual a igual, salvo por la sordera. Para unos es la luz encontrada, un tiempo no presente pese a inmiscuirse en el asunto; para otros es un sentido añadido al sentido común, y tan real como reales sean los comunes de los sentidos; con lo puntual de la ilusión, que el sentido común aprecia como ficticio anhelo del alma, y el otro se impone como verdad y revelación indiscutible de lo absoluto, en la certeza por la fe en un ente desconocido, pero familiar por la educación recibida sin escrúpulos, y que los sordos no pueden aprender de igual manera.

    Falto de audición, el sordo cruzó la carretera confiado en la apreciación visual de tener el paso libre, y el semáforo verde. Si hubiera sido precavido… habría mirado a su izquierda, y evitado la ambulancia cuya sirena no pudo escuchar. Definitivamente, este mundo no está hecho para sordos. Beethoven dirigió estando sordo, y compuso sus mejores obras, pero Beethoven ya conocía la música y la llevaba dentro; no así el viejo la música ambulante.

    Facturé la carta en la oficina de correos. Quise seguir la broma a mi futura esposa. La mía era más mordaz, y esperaba una contestación acorde con el sentido de humor de la primera. Tenía que actuar con tacto, pues es posible que estuviera equivocado, y así como los ciegos pueden leer en braile, los sordos tampoco fueran tan sordos, y el mío fuera un gran error. Al fin y al cabo, un sordo puede leer, y un ciego puede escuchar. El ciego puede contarle al sordo lo escuchado, lo que significa en cierto modo que leer es escuchar. Y un sordo puede leer y contarle a un ciego lo leído; con lo que el sordo escucha por lo que ve, y el ciego ve por lo que escucha. ¡Qué suerte tengo!... Yo veo y oigo, pero la carta… la carta hay que leerla, y saber escucharla. Nunca creí que una carta hablara. Recordé aquello del alma: “lo material de la materia”. Y también aquello del espíritu: “la necesidad de lo mental de trascender”. Así pues la carta hablaba. Me dispuse a no ser sordo y atropellado por la ambulancia.

    Recordé bien aquella música, y entendí por los sentidos que todo era teatro. Yo, el primer actor, también hacia de viejo, de joven, de ciego y de sordo. Crucé contento la calle por haber resuelto el misterio. Pensé en aquel Cervantes; en mi tesis doctoral sobre el siglo quince; en mi amigo bibliotecario, que me ofreció su ayuda con los libros prestados, y que me contó cuentos imposibles, ni siquiera imaginados. También pensé en lo fiel de la espera, y en lo amarga que es la esposa; en lo dulce del pastel, y en lo amargo de los casos y las cosas. Tanto pensé, que crucé la calle y no vi, ni tampoco escuché a la ambulancia y su sirena. No había nada ni nadie, sólo una idea trascendental, y un cuerpo muerto en aquella calle de aquella tarde, donde humanos deambulaban entre los árboles, bajo sus sombras, que les hablaba de iguales huellas: de sordos, de ciegos, de jóvenes y viejos; de pobres pidiendo, de vientos y letras, de avenidas, de ambulancias y sirenas; de escritores y poetas, y de semáforos verdes. Vidas obsoletas del paso del hombre sobre el mismo paso; de iluminados sentidos; de sentidos comunes, de libros y amigos, de tiempos y esposas, de esperas sin fieles; de teatro, de bromas y chistes. Actores que vivos no escuchan ni observan, y una vez muertos nos dictan las formas; y son voz e imagen de ciegos y sordos, cuyo equipaje es un estorbo, y el son vestido en ambulancias, de oscuro negro su mejor traje.

    Llegué a casa y no había nadie. La carta estaba sobre la mesa. No sé si la olvidé a propósito, o si realmente nunca salí a la calle. No quise ser un sordo más; escuché el tic-tac del reloj. Fui consciente y quemé la carta. Si el tiempo corre… la carta ya estaba echada. Iluminado en el tiempo, me dijo el sentido común: “lo mejor callarse como un cobarde, o ser valiente y al vestir vidente atropellarle”.

    Ni qué decir tiene que aprobé el examen. El catedrático, quien me examinaba, era ciego. Sólo tuvo que tocarme, y comprobar que siendo sordo, en mí había una música, y oscuras letras en que observarse. Últimamente me están sucediendo cosas muy extrañas, que no dudo sean coincidencias: encontrar el día y mes de mi nacimiento en un relato de Yasunari Kawabata, &#8220;Primera nieve en el monte Fuji&#8221;... El detalle de la película galardonada con ocho Goyas. Su título: &#8220;Celda nº 211&#8221;. Es casi como se inicia mi relato, escrito hace dos años, <<Los Últimos Olmos>>: &#8220;Eran las cinco de la tarde&#8230; ¡Galería nº 211, al patio!&#8221;... Y ahora el joven me recuerda al hijo de Ana; la de la casa quemada, que se marchó tan pronto y los dejó tan jóvenes; como nómadas artistas; ambulantes de feria alternativa, tan hippies y a la antigua, como ella. El tiempo me consumía como consumió a Isabel, de la que guardo el recuerdo de su calavera un día antes de morir. Y también de aquel muchacho con cara de católico; tan inocente en la apariencia, y tan de buen parecer; y es que al parecer le quedaban unos meses de vida. Sólo fue el tiempo el culpable... Ahora no hubieran muerto. El tiempo descubre y hace vivir. &#8220;El que a hierro mata a hierro morirá&#8221;. Pero si yo mato lo veremos, y si me matan lo verán. Y todos tan ciegos y con la misma sordera. Eludiendo el tiempo, y llevados en volandas por el egoísmo de la mente en la materia, sufrimos las ausencias y pasamos, con sentido sin sentido; sin pensar que se regresa al punto de partida: &#8220;La nada de la experiencia". Eso es algo que siempre queda; que espera curiosear sobre los árboles... entre la hierba. Deambular las avenidas entre el placer y el dolor; ser músico de paso, y verso en la canción... Un viejo arte el de las letras.

    Toqué y toqué&#8230; Sonaba un fin tocando solo... trascendiendo la materia. Me asomé por la ventana. Ahí estaba el viejo y su violín como todos los días. Yo no podía escucharlo por sordo. Lo que unos hacían por convicción, yo lo hacía por convención. Sonaban los módulos, y lo sabía en mi interior. La ausencia del sentido fue resonancia, y la visión de aquel relato absoluta y relativa. Ya no quedaba otra cosa... La inexistencia del presente rompió el silencio.​
     
    #1
    Última modificación: 22 de Febrero de 2010
  2. Estrella Cabrera

    Estrella Cabrera Poeta adicto al portal

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    las edades no son más que la manera que tenemos de finiquitar lo que antecede.
    Es la memoria de lo que fuimos, y el pilar de lo presente; una vulgar forma de ignorar los lazos entre lo pasado y el porvenir.
    Me gusta esta reflexión que haces acerca de las edades.
    Tu escrito me gustó, aunque también te diré que en algún momento me perdí y pensé: "luego lo leo otra vez". Mi impresión es la siguiente: es una prosa llena de metáforas poéticas, quizá por esa razón seguí leyendo, cuando en realidad, mientras leía, sentía ganas de charlar contigo sobre todas las cosas de las que hablas. Mezclas en tu escrito cosas reales y cosas imaginarias, y éso no sé si está bien o mal, pero me agrada.Yo suelo hacerlo también.
    Voy a leerlo de nuevo, si no te importa.
    Un abrazo,y estrellas para tí, Estrella.
     
    #2
  3. ROSA

    ROSA Invitado

    Como dice el titulo de tu prosa, cambia el sentido de tu escrito...&#8220;lo mejor callarse como un cobarde, o ser valiente y al vestir vidente atropellarle.ESTA FRASE LA MEDITO.UN ABRAZO
     
    #3
  4. Orfelunio

    Orfelunio Poeta veterano en el portal

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    Muchas gracias Rosa por investigar en mi escrito. Un abrazo
     
    #4
  5. JOP PIOBB

    JOP PIOBB Exp..

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    Me gustó mucho tu prosa. Sobre todo, la originalidad de poner versos en ella. Me recuerda a ciertos escritores llaneros de mi bella tierra venezolana como Romero-García y Gallegos, que hacen eso con coplas del llano. TE ESTRELLO (NO ME HAN DEJADO REPUTARTE). Pásate de vez en cuando por mi Portal PT y deja tu huella allí. Es más, allí podemos formar los Duetos.
     
    #5
  6. Orfelunio

    Orfelunio Poeta veterano en el portal

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    Muchas gracias JOP. Difícil lo tengo, ya que dispongo de mucho menos tiempo debido a asuntos laborales. Pero lo intentaré. Un abrazo
     
    #6
  7. ROSA

    ROSA Invitado

  8. Orfelunio

    Orfelunio Poeta veterano en el portal

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    Muchas gracias tatuadora, no había visto tu respuesta. Un abrazo
     
    #8
  9. Marah

    Marah Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Saludo poeta
    Muy interesante la historia que nos narra

    Encantada de leer tu obra surrealista amigo

    un abracito fraterno
     
    #9
  10. Orfelunio

    Orfelunio Poeta veterano en el portal

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    Muchas gracias por tu visita, un abrazo
     
    #10

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