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La casa del molinero (cuento)

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por dffiomme, 17 de Noviembre de 2014. Respuestas: 0 | Visitas: 2292

  1. dffiomme

    dffiomme Poeta asiduo al portal

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    Hombre
    Existe un cuento en mi tierra, que les quisiera narrar, confío que sean pacientes, pues es de largo contar, momentos vividos antes, olvidados en el tiempo.
    El cuento que en voz corría era una historia bien triste, era la historia de un ser, (por llamarle de esa forma), carente de pensamiento, encerrado en su persona, criado por altos cerros, era un ser que por momentos, se apartaba de sus sueños y te miraba a los ojos con brillos de fantasía, chisporroteaban jugosos colmados por la ilusión y, de melosa pupila, cual cáscara de castaña, de gestos dulces y suaves, de risa en fresca granada, era agradable en su formas, reconocido en persona; pero, por breves momentos, se ocultaba tras sus tules, se abandonaba a su suerte, se encerraba en su miseria, se anulaba en su presente y así pasaba las horas.
    Le llamaban Doroteo, joven de aspecto gentil que por tonto fue tenido y condenado a morir, por curiosidad de un pueblo, ¡vaya este cuento por ti!.

    La casa del molinero.

    En casa del molinero, en las lindes del camino, algo extraño sucedía, era una casa encantada con ruidos de cadenas y en la oscuridad susurros, se oían tremendos quejidos y pasos de algunas sombras, (al menos eso decían, los que vivieron sus noches), por motivo de una apuesta, por una necesidad, por no conocer su fama, por no creer su maldad. Varias fueron las personas que quisieron conseguir, pasar la noche a su fuego, en sus alcobas dormir, pasear por sus pasillos y sentarse en sus desvanes; pero no hubo ocasión, ni nadie pudo decir, que se sintiese valiente de haber podido dormir en sus camas con doseles y sábanas de organdí. Pues era intentar pasar una noche en sus salones, al calor de la cocina, bajo el techo de la casa, y las viejas maderas se encrespaban y todo el hogar gritaba con chillidos de agonía, con el sufrir, con la pena y, envuelto en luces y sombras, el ruido de cadenas, las gentes acobardadas gritaban desde la calle, que era una casa encantada, la casa del molinero, motivo de estos pesares.
    Entre altos dignatarios, por sus bocas recorrían preguntas de cómo hacer, por poder averiguar que hacer con aquella casa. Propusieron derribarla y el usar de su terreno, para diversión y descanso de las personas del pueblo, colocando unos columpios que al arroyo se asomaran, e incluso hacer una fuente de susurrantes cascadas y con peces de colores, con sombras al altozano y entre bancos de merienda, el crear actividades de reuniones y festejos, disfrute fueran al pueblo el lugar donde estuviera la casa del molinero.
    Otros, los mas ambiciosos, enterados de las noches que se vivían en la casa, soñaron con un tesoro escondido, el oro del molinero, rico hacendado en la zona, en otro tiempo vivido, jugador y pendenciero, por hombre guapo tenido y buen amante de alcobas, muerto en extraño suceso, colgado por una soga que pendía de un balaustre; pero de forma tan corta, que era imposible que un hombre a sí mismo se amarrase, para culminar sus horas.
    Se habló de un asesinato, se comentó de un suicidio, se buscaron responsables, alguno de los vecinos, irritado por su fama, envidioso de su sino, tal vez ofendido en falda de su señora y por ello señalado como cabrón consentido. Entre toda aquella zona, se buscó a un asesino o asesina, señalaron de aquel lugar las señoras. El caso fue que pasó el tiempo y nadie pudo encontrar a aquel que pudiera ser quien matase al molinero.
    Tras el pasar de los años, crecieron personas nuevas, el pueblo se fue agrandando y visitantes vinieron, los días fueron marcados con la ilusión de otro tiempo. La casa al no encontrarse heredero, la absorbió el ayuntamiento, el cual intentó venderla o el usar de su terreno para realizar negocios que fueran bien para el pueblo. Por eso discurrían en sus cabezas qué hacer con aquella casa, alguien entre bromas dijo: “Si queremos comprobar qué puñetas pasa allí, encerremos al Doroteo, por ver que puede ocurrir”. Le siguieron varias risas y hubo una gran decisión entre toda aquella broma, el llevar al Doroteo a alguna de sus alcobas y dejar pasar la noche, por creer averiguar qué encerraba aquella casa, la casa del molinero.
    Se ejecutó la sentencia y a lo largo de la noche, cuando se extienden las sombras, la casa concibió el peso encerrado en una alcoba, las astillas del vigamen se encresparon y un tenue vapor inició su palpitar inundando salas, pasillos, peldaños de la escalera y, cual un hervor lechoso avanzaba por el suelo, los golpes de su pálpito hacían crujir la madera con ruidos de fuertes pisadas, con chasquido de cinto azotador, envuelto todo en fuerte olor a sudor, con sensación de violencia se fue colmando la casa, con ahogados susurros y leves gimoteos palpitaba la casa su pena, llantos de mujeres, súplicas, últimas esperanzas entrecortadas por gritos y bronco llanto de hombre, murmullos y chismorreos, voces ignominiosas que gritaban su ignominia, sus vergüenzas, el clamor era cada vez mas encendido, las paredes lloraban lágrimas de pavoroso miedo, emergían sinuosas sombras que, huidizas, cruzaban por las estancias, se vislumbraban en pasillos entre oscuros cortinajes, se claveteaban maderas y el acero de las mazas recordaban las cadenas que hacían crujir en la casa, la casa del molinero, cuento de extrañas venganzas.
    Y allí mientras el Doroteo, echado sobre su lecho, meditando en las estrellas que iluminaban su techo, que le encerraban en su mundo, que le inundaba en sus juegos, como a cualquier inocente sin ser el tonto del pueblo.
    La noche siguió su paso y la casa sus quejidos, los señores dignatarios en sus camastros dormidos y el leve del Doroteo, en sus sueños sumergido; ¿o apareció su persona y sufrió de aquel martirio que se encerraba en la casa?, la casa del molinero con sus extrañas andanzas. El caso fue que la noche consumió su tiempo con la llegada del alba y a la mañana siguiente, al penetrar en la casa, vieron maderas partidas y trozos de las estacas clavadas por las paredes, entre marcas de eslabones de pavorosas cadenas. Incrédulos se miraron entre sí y pálidos corrieron al espacio donde quedó el Doroteo, sintieron escalofríos recorrerles las espaldas, se cubrieron los vestidos, se apretaron las corbatas.
    Vieron una fuente de sangre, vertida desde la cama, que como arroyo culebro recorría las estancias arrastrado por el suelo, las miradas extasiadas siguieron dicho sendero que, marcado de agonía, señalaba el aspaviento, marcas de un cuerpo arrastrado connotado por sus miembros, aquí se ve una patada y las uñas de unos dedos aferradas a las grietas que en las baldosas hace el tiempo.
    A un patio de rubio albero, les condujeron las marcas que formaban el sendero, sobre la tierra batida, movimientos de agonía, convulsiones en la arena que encierran tantos dolores, que señalan tanta pena. Al centro del patio un pozo y, en su brocal suspendidas las formas del Doroteo, colgado por una cuerda tan corta, que era imposible que la anudasen sus dedos. Así murió el Doroteo, colgado por una soga en casa del molinero.
     
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