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La causa de mi resignación

Tema en 'Prosa: Obra maestra' comenzado por ClauHecate, 15 de Julio de 2009. Respuestas: 3 | Visitas: 1853

  1. ClauHecate

    ClauHecate Poeta recién llegado

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    Era una de esas tardes en mi alcoba, delirando. Hacía mucho no veía el sol, a excepción del pequeño rayo que entraba por debajo de mi puerta. Estudiaba como loca, página tras página disfrazando mis ganas de salir al mundo con ansias de lograr sus sueños. Un hombre alto y acuerpado. Imponente como su voz, como su aspecto terrorífico, como su amor brindado con esa forma tan peculiar y enferma. Bah, yo también amaba a mi padre, a sus reglas, a sus ataduras. Era esclava de mis ganas de hacerlo feliz, a la vez esclava de mis propias contradicciones. Algunas veces lo amé, porque era digno de ello. Otras lo odié y me culpé por esa ira, por esas ganas de verlo irse lejos para poder recorrer las calles de la ciudad, para agarrarme de la mano con quien me diera la gana, para leer lo que me diera la gana, para analizar la gente que pasa y sus máscaras, haciéndome creer que es cierto todo lo que digo. Para ser yo, para no ocultarme más tras esta farsa, tras esta sonrisa tan fingida. A diario despertaba, me abotonaba las ganas y salía a la calle, tomaba el bus a eso de las 6 y 15, me dormía y me bajaba unas cuadras adelante, entonces caminaba y llegaba exactos 5 minutos tarde a la clase de histología que siempre era a primera hora. Odiaba pensar que sería un médico, odiaba cada hueso, cada órgano, cada tejido, cada nombre que debía memorizar, cada función, cada enfermedad, cada hormona, odiaba la medicina. Creía que el cuerpo era la cárcel del alma y odiaba cualquier cosa que atentara contra la libertad, precisamente porque no era libre. Me asqueaba ante un cadáver y me escandalizaba ante una herida, estaba perdida me decía, ¡qué diablos hacia una escritora en una clase de histología!
    Tuve una infancia de esas que no vale la pena contar, una de esas en las que solo juegas con tu hermano en la casa y reúnes las “barbies” y los “gokus” para hacerte creer que son una multitud. Una de esas en las que cuentas con muchos árboles en el patio pero no puedes subir a ninguno a recoger una fruta, una de esas en las que el vecino se monta en la pared y se ríe de ti o te invita a su casa con tus juguetes pero no porque le parezcas divertido sino porque sabe que eres tonto y puede robártelos. Con suerte mamá no te da permiso y quedas llorando y pataleando pero con tus juguetes a salvo. Fue una de esas infancias, y yo era una de esas niñas que se miran al espejo y cantan una canción que nadie escuchará jamás, una de esas canciones cuya letra sólo un alma triste pudo escribir, una de esas niñas que escriben muchas historias que sorprenden a los adultos cuando las leen y hacen que se burlen de ti los niños. Una de esas niñas que vive para crear, una de esas cuyas barbies tienen historias de vida inverosímiles, una de esas niñas que habla sola y que ve fantasmas por las noches, una de esas niñas tristes y solas que les halan el cabello en el salón y que su única amiga es una niña igual de “tonta” que ella pero que por alguna razón los demás respetan. Tenía un hermano, él si era uno de esos niños fuertes, que jamás lloran, que todo lo callan, que no se deja de nadie, que aún menor que tú te defiende. Y sí, sé que he dicho muchas veces “uno(a) de esos” pero estas es una de esas historias de las que te aburres de leer y te aburres de sus conectores pero sigues hasta el final a ver qué carajos pretende el autor…
    En el fondo de mi alma era una drogadicta, una ninfómana, una descarada. La prostituta que se enamora del cliente, esa misma. Por alguna razón la vida me había negado las alas para volar, quizá era sólo en mi defensa. Tenía prohibido salir con amigos, llegar después de 9 pm si salía de casa en la noche y después de 3 pm si salía de casa en la mañana. Tenía prohibido tener novio, admiradores, besar a alguien, fantasear con alguien, decir malas palabras, sentarme mal, no lavarme los dientes antes de dormir, subirle el tono de voz a mis papas, hacer pijamada con mi hermano, estar en el computador después de 11, ver tv hasta tarde, quejarme de las reglas, recibir visitas cuando la casa estaba sola, comer demasiadas golosinas, dejar de comer, comer más de 3 veces al día, ver novelas, etc., etc., etc.…
    Lo único realmente placentero para mí que no se me había prohibido era escribir, y eso, porque pocas veces supieron que dejé de estudiar porque se venía una idea a mi cabeza y no podía dejarla escapar, o que me trasnochaba detallando alguna historia. Por eso me entregué a ello. En cada clase, en el bus, en mi alcoba, en el baño, en cualquier lugar estaba ideando una nueva creación. Anoche soñé de nuevo con sus ojos y me preguntaron porque no había escrito mi vida. Quizá piensen: “es que aún no ha tenido un punto final”. Se equivocan. Aún en mis respiros estoy muerta.
    Siempre vi el casi-cadáver frente a mis ojos, olí su carne, sus gusanos, esos que salieron repentinamente de sus intestinos, fui viendo cada paso del proceso, cada respiro lento y agonizante de aquel cuerpo. Sabía que el día que el muriera yo saldría a las calles, a vivir bajo un puente, a hacer lo que me diera la gana, pero sólo el día que muriera el cadáver. El cadáver me ataba a las reglas, a la moral, a los principios que no me regían y lo hacían a la vez, como cuando no crees que algo es malo pero te pesa la conciencia si lo haces, así, justo así y disculpen las analogía estúpida si ha de molestarles.
    - ¡Libertad! ¡Esta lista la comida! ¿qué esperas para venir por ella?- gritó mi madre.
    - ¡Ya voy!
    Me hacen interrumpir una historia para comer sopa de pescado, quejarme sería como escuchar el sermón tradicional de “en “x” lugar la gente muere de hambre y tu al menos…” ¿Por qué serán todos tan poco creativos? Mis padres son raros lo sé, pero aún así muchas de sus frases tienen eco en el resto del mundo, o son el eco de lo que dicen el resto de padres del mundo.
    ¿En qué íbamos? Ah, les narraba sobre el cadáver. Bueno, no sé, supongo que se han burlado de lo irónico de mi nombre. Mi madre es izquierdista empedernida y tiene unas de esas obsesiones con el imperialismo y los países tercermundistas subyugados, es decir, ella fue la de la idea de mi nombre. Lo gracioso de todo esto es el hecho de que aún y sus teorías sobre la defensa de la libertad jamás ha defendido la suya propia en cuanto a la tiranía de mi padre, lo que me hace suponer que ella es realmente el poder detrás del poder y por ello no se siente perturbada. Sí, sería subestimarla si creyera que en verdad se deja imponer como yo de mi padre, aunque siguiendo esta línea de ideas sería realmente ella la de las imposiciones. En todo caso, sea quien sea el que mande en mi hogar no soy yo, que vendría siendo lo único que podría cambiar esta historia, o biografía disfrazada de fantasía.

    El sol no “salió” esa mañana y sospeché la tempestad. El cadáver agonizaba desesperado, había peleado con mi madre antes de salir a la calle y mi padre solo intervino para referirse a mí como “esa”. Para nadie era un secreto que era su criterio el que más me importaba, mis notas iban bajas y no parecía distraerme en nada, tenía algo más fuerte y jamás ausente para desconcentrarme: mi mente. Vivía fantaseando y empezaban a verse los resultados, tenía un promedio absolutamente mediocre y mis padres empezaban a notarlo, estaba en medio del fango total, había un montón de historias del pasado acumulándose una sobre otra en la mesa de noche, el casi-cadáver agonizaba, moría, moría, lo veía venir con placer, con esa satisfacción que te da saber que al fin tendrás una “justificación” para tu fechoría…
    Nadie notó el maletín algo más grande que de costumbre, y si así fue, no generó sospechas. Una niña obediente y sumisa jamás se va de la casa no, no, eso atenta contra el sistema. Pero esta niña obediente y sumisa había dejado de serlo en la agonía de su casi-cadáver como lo llamaba, y en el instante en el que este por fin muriera, liberaría sus alas, sería yo y nadie más que yo, en mi mente resonaba la canción que cantaba cuando niña frente al espejo, mi magnificente público, los gusanos salían cada vez en mayor número y a mayor velocidad incrementaba el olor a podrido. No me bajé en la universidad esa mañana, pero no porque me quedé dormida, iba directo al fin del mundo con tres tristes mudas de ropa, un par de zapatos y mis ahorros de toda la vida. Jamás me sentí más vigorosa, ni más enérgica. Me bajé en el terminal de transportes y ahí vi morir aquel cuerpo, ahora si podía llamarlo cadáver, sentí como cuando te liberas de un peso, como cuando te desnudas recién llegando a casa a medio día con el sol en el meridiano, me sentí libre, no hay otra palabra, libre y todo me importaba poco, me importaba un bledo, me valía mierda (ahora si podía decir malas palabras). Tomé el primer bus que se me cruzó, y en unas cuantas horas llegué a una ciudad que se veía simétrica y perfecta, donde sus gentes frías como el clima, ignoran el sonido de tus pasos y el destello de tus ojos, y se escurren en los pasillos de las zonas peatonales, como huyéndote, como huyendo de ellos mismos. Fueron horas de pasos y hambre, sin idea de donde podría estar y de donde dormiría, me sentía libre y pude oler un lago, caminé unas horas más y llegué a sus orillas con las ganas incontrolables de lanzarme a él.
    Estuve ratos, tal vez días y noches enteras en la orilla, vi pasar locos, turistas y vendedores, vi como atracaban gente y supe hacerme la loca, me fume porro tras porro que compré al que fingía vender manillas, me quedé dormida muchas veces pero al parecer no era tan indefensa o si lo era, la gente me respetaba como a mi amiga “tonta” de la infancia, sentí tanto placer que empecé a cuestionarme y algo en mi interior empezó a abrirme los ojos…

    Fueron muchos días en aquella ciudad, me hice amiga de los drogadictos y los bohemios, comí de las migajas que me regalaban ellos, me entregue a sus afanes que de ello nada tienen, creí ser feliz y abrí un día los ojos, el cadáver era parte de mi y se había muerto mi otra mitad, no era libre aún, ni lo sería nunca, me dirigí al correo y envié una carta, estaba lista ahora, lista.
    Recorrí las calles de nuevo, sola, “trabada”, sin ninguna intención de seguir pero haciéndolo, me temblaban las piernas y la mandíbula, tenía frío y hambre y ya empezaba a delirar, caminé hasta el lago, de nuevo frente a él, frente a su calma, sin la propia calma, sin el cadáver, con su fantasma revoloteando, volví a sentirme culpable, pensé de nuevo en mi padre que tanto amaba y que tanto odiaba, en mi madre la reina del imperio, en mis ganas de haber sido por ellos médico, en todo aquello que creí había muerto con el cadáver pero aunque suene a vulgo, alguien una vez me dijo: “los muertos salen”. Nunca me escaparía de mi súper-yo (disculpen si cito a Freud, el para mí, inmortal). Ahora era yo quien agonizaba y no quería hacer esto más lento, me lancé al lago y ahogué mis penas, y flote después de mi último respiro.
    Entonces mi madre abrió la puerta:
    [FONT=Calibri][FONT=Calibri]- [FONT=Calibri]¡Pedro! Te alegraras porque al fin sabemos algo de nuestra hija, ha enviado una carta- dijo a mi padre.[/FONT][/FONT][/FONT][FONT=Calibri][FONT=Calibri]
    [SIZE=3][FONT=Calibri][FONT=Calibri]- [FONT=Calibri]No quiero saber nada de esa ingrata-respondió él.[/FONT][/FONT][/FONT][/SIZE][FONT=Calibri][FONT=Calibri][FONT=Calibri]
    [FONT=Calibri][SIZE=3]Mi madre balbuceó y se sentó a leer mi carta, empezó a llorar desesperada, casi se ahogaba, mi padre siguió con su orgullo y sólo la ignoraba, entonces, algo en su llanto tocó su fibra, se acercó a mi madre y esta sólo leyó:[/SIZE]
    [SIZE=3][FONT=Calibri][FONT=Calibri]- [FONT=Calibri]“Espero que recuerden esa canción que compuse cuando niña y que ustedes escondidos tras la puerta me escucharon cantar, esa que decía: “moriré, sin encontrar un alma que sepa valorar, lo que yo llevo aquí dentro, nadie lo va a entender, no, nadie lo comprenderá”. Resonó en mi mente todos estos días de soledad y hoy compruebo esa hipótesis de cuando apenas tenía mis 10 años, he muerto padres, perdida en las drogas y muy experimentada en el sexo, mi cadáver estará mañana en la morgue calculo que a eso de las 6 y 15 de la mañana, la hora de tomar el bus, si quieren vengan por mí o permitan que donen mi cadáver a los estudiantes de medicina, cuiden de mi hermano y háganlo feliz, no me lloren padres, no los merezco.”[/FONT][/FONT][/FONT][/SIZE][FONT=Calibri][FONT=Calibri][FONT=Calibri]
    [FONT=Calibri][SIZE=3]Con lágrimas en los ojos, se miraron mis padres, se culparon el uno al otro, y procuraron seguir viviendo con el cargo de sus días para hacer feliz a mi hermano y cumplir mi última petición. Sólo algo me quedó claro, la causa de mi resignación, unas cuantas palabras: “El que nace atado, muere atado”.[/SIZE]
    [SIZE=3] [/SIZE]
    [SIZE=3] [/SIZE][/FONT][/font][/font][/font][/FONT][/font][/font][/font][/font][/font]
     
    #1
  2. LUXFER

    LUXFER Poeta recién llegado

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    30 de Mayo de 2007
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    muy buena historia de tu vida, todo magnificamente detallado, has de ser una chica muy interesante a mi ver, y tu viste un cierre que me encanto.jejeje me he tomado muchoooo tiempo leer tu prosa si que esta larga, pero me conquisto desde las primeras palabras. Un abrazo un placer leerte.
     
    #2
  3. ClauHecate

    ClauHecate Poeta recién llegado

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    27 de Junio de 2009
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    Muchas gracias por tomarse el tiempo para leerme y dejarme saber su opinión. Un abrazo :::hug:::
     
    #3
  4. ROSA

    ROSA Invitado

    #4

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