La Ciega

De madreselva es el color de tus ciegos ojos. Aún así, caminas a tientas por las laderas quebradas de negra penumbra. Un marca pasos llevas en tu enfermo corazón. Y el descorazonador chillido de una alimaña te hace temblar. Para que pierdas el equilibrio intuitivo. Y así, caer al foso atestado de crujientes huesos milenarios. Pero, como por arte magna de magia, te mantienes erguida. Bajo el sortilegio de retumbante tambor insidioso. Entonces, bajo la influencia astral de estrellas calcinadas, sigues el paso que te ha de llevar al nebuloso corredor de la vida. Donde el maestro sanador te espera ya hace tiempo. Te acercas hacia él. Y, colocando tus vacuas pupilas selladas a la gracia de Dios, dejas caer una verde lágrima compungida y melancólica. Ya sabe tu descarriado salvador que mueres por ver la luz de la noche. Pero, el destino es cruel. Y un suspiro de pena dejas flotar en el denso aire cálido. Antes de perder el pulso vital a manos de la fervorosa musicalidad hipnótica de la muerte.