1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

La cólera de los dioses

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Pessoa, 25 de Febrero de 2016. Respuestas: 1 | Visitas: 490

  1. Pessoa

    Pessoa Moderador Foros Surrealistas. Miembro del Equipo Moderadores

    Se incorporó:
    14 de Octubre de 2012
    Mensajes:
    5.171
    Me gusta recibidos:
    5.986
    LA CÓLERA DE LOS DIOSES

    Con gesto ya pulido por la costumbre se atusó, retorciéndolas suavemente, las altivas puntas de sus bigotes. Era un ademán que, para quienes lo conocían, presagiaba un arrebato de ira. O, en ocasiones, tal vez debido a un acto reflejo, se disolvía en una acerada mirada de sus ojos grises que perforaban a su interlocutor. Hoy, ocupante forzoso de aquel caserón aislado, frente a aquel visitante intempestivo, provocador e insensato, sus manos pasaron desde la suavidad de la caricia a los bigotes a estrellarse como dos poderosas mazas sobre el tablero de la mesa. Los pertrechos para la comida solitaria del mayorazgo saltaron irregularmente sobre su sitio, algunos cayeron al suelo y las frutas bien apiladas del frutero de plata se desparramaron con violencia. La tormenta había explotado. El forastero, acobardado, apenas alcanzó a santiguarse.

    El silencio se adensó en el austero comedor de la casona. Afuera llovía; una lluvia pertinaz, cada vez más intensa, que desde hacía ya varios días había paralizado los trabajos de la labranza, poniendo en peligro la futura cosecha de los trigos y cebadas y con ella la precaria economía de aquella familia labradora que apenas podía subsistir ya en la dureza de los nuevos tiempos. Y ahora se presentaba aquel alfeñique de ciudad proponiéndole no sabía bien qué nuevas semillas, qué logros de las ingenierías genéticas con los que sus campos estarían garantizados contra plagas e inclemencias.

    Don Argimiro, el mayorazgo, tocado con un extemporáneo mirlitón que apenas disimulaba su calvicie, trató de contenerse. El asustado viajero, que no había sido advertido de las explosiones de ira de aquel energúmeno, se replegó sobre sí mismo, más aún si cabía. Con su vozarrón tonante y elevando su puño con el índice enhiesto al cielo que se deshacía en agua, Don Argimiro le espetó: “Y contra Dios, ¿eh? ¿ sus prodigiosas semillas las protegerán contra estas lluvias ruinosas, contra las heladas tardanas, contra los vientos secanos que asolan las espigas cuando ya parecen estar al alcance de las hoces? Contra eso no hay remedio, señor mío. Los curas nos remiten al buen Dios, que con su sabiduría infinita dispone de hombres y cosechas. Pero los curas tienen las andorgas llenas sin preocuparse de doblar sus espinazos para conseguir alimentos. Valientes muérganos estos buenos curas de pueblo. Con cuatro gori-goris y media docena de golpes de hisopo sobre los ataúdes creen que el mundo está arreglado. Y no señor; muchas veces el ocupante del ataúd es un pobre hombre aplastado por un carro, o algún hijo suyo al que la fortuna ha desestimado por ser hijo de pobres. Y la enfermedad y la muerte están al acecho en estos pueblos abandonados a su suerte, a su eterna mala suerte. Ande, váyase en buena hora y deje para otras tierras más generosas esas semillas tan milagrosas; aquí no tienen cabida.”

    El mayorazgo presentaba un aspecto épico, con su puño levantado al cielo, recortada su poderosa silueta contra el ventanal de la habitación. La luz del atardecer, como en las viejas películas, proporcionaba el efecto lumínico adecuado para redondear el patetismo de la escena.

    El aguacero había degenerado en tormenta, una de esas terribles tormentas de la llanura, en las que los truenos súbitos u otros que parecían llegar rodando desde el horizonte acobardaban a animales y hombres. Uno de esos truenos, repentino, sin solución de continuidad con el relámpago anunciador, cubrió con su estruendo la imprecación del hombre maldiciendo a su dios, tan inclemente ahora.El aterrorizado viajante, menos temeroso de la tormenta que de aquel ser ardiendo en cólera, huyó por el camino apenas visible bajo las cortinas de agua como un perro asustado. Arrancó con violencia su vehículo todoterreno y enceguecido por la rabia y el miedo, en una torpe maniobra, se precipitó al torrente vecino a la casa, que venía desbordado. Con gran esfuerzo y maldiciendo a los extraños, entre el mayorazgo y dos peones consiguieron rescatarlo de las embravecidas aguas. Al menos uno de los dioses mostró algo de clemencia.

    [​IMG]
     
    #1
    Última modificación: 25 de Febrero de 2016
    A Francisco Guardado le gusta esto.
  2. Eratalia

    Eratalia Con rimas y a lo loco

    Se incorporó:
    21 de Enero de 2014
    Mensajes:
    9.227
    Me gusta recibidos:
    12.070
    Muy buena tu prosa, como siempre.
    Estoy segura de que entre los presentes en el foro hay muchos (somos muchos ) los que sabemos apreciar la calidad y el talento de quien escribe estos relatos, pero es que no pasamos por aquí y por ello ni recordamos que existe la prosa. ¿Cómo puede este estupendo texto no haber sido merecedor ni de un comentario? Elemental, querido Pessoa, porque nadie lo ha visto. Y ojos que no ven, comentario que no escribes.
    Abrazos, muchos.
     
    #2

Comparte esta página