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la colilla.

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por toofast, 15 de Marzo de 2010. Respuestas: 0 | Visitas: 714

  1. toofast

    toofast Poeta recién llegado

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    12 de Marzo de 2010
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    El reloj de la plaza no había dado aún las once de la noche, cuando Miguel volvía a casa. Había sido otra jornada agotadora para él. Hacia tiempo que las cosas en la tienda de ultramarinos de la calle Gaviota, no iban como esperaba. Y cada día peor. Había llegado a convivir a diario con la angustiosa sensación de que en cualquier momento, Gerardo, el bonachón propietario del establecimiento, no podría hacer frente al pago del salario que religiosamente le entregaba al final de cada mes desde hacia veinte años y de que podía ver amenazado su empleo. No recordaba la ultima vez que durmió tranquilo. Dos hijos que mantener, una hipoteca que ganaba el pulso mes a mes a sus exiguos ingresos y un sentimiento de estar envejeciendo por minutos, no presagiaban un futuro muy alentador. La vida le estaba ganando la partida y entre duras jornadas de trabajo, alcohol barato y noches en vela veía pasar el calendario cada vez mas despacio.

    Miguel, era un hombre sereno, de delgadez extrema, apocado y sin ilusión. Siempre vestía viejos trajes roídos y mil veces remendados por su esposa. Se ayudaba de un bastón para caminar, lo que le confería un aspecto enfermizo y acentuaba su imagen gris de hombre derrotado. Sin embargo, era trabajador y un padre empeñado en que sus hijos no siguieran su mediocre camino. Había vivido siempre refugiado a la sombra de su mujer, mucho mas brillante, hacia la que profesaba una admiración solo superada por su complejo de inferioridad frente a ella.

    En realidad, era el trabajo como maestra del pueblo que Pilar desempeñaba, lo que mantenía a sus hijos bajo techo, y evitaba su inanición, ya que, si del sueldo de Miguel hubiese dependido, habrían terminado poco menos, que al amparo de alguna institución benéfica.

    Pilar, había sido una mujer muy atractiva, estudiante destacada en su día y la niña mimada de medio pueblo. Tenia el pelo de un suave rubio teñido, que escondía a duras penas, el blanco perlado que los años de padecimientos y sinsabores junto a su esposo, habían dejado como huella imborrable en su cabello. Aún con tan desafortunado camuflaje, unos ojos vivos, de un verde tenue y profundo, junto a una sonrisa forzada pero perpetua y una cierta distinción en el vestir, mantenían el atractivo de Pilar, a la que incluso a su edad no faltaban pretendientes en el pueblo.

    Cuando Miguel llegó a casa nadie le esperaba. Pilar y los niños, hacía ya varios días que marcharon al apartamento de la costa que sus padres tenían en el sur de Castellón. Desde hacía meses, era del todo habitual que Pilar se sirviera de esta segunda vivienda como lugar de refugio y remanso de paz, ante las dificultades que entrañaba la convivencia con un marido cada día mas agresivo y despiadado. Una vez mas, Miguel tendría que cenar en la mas absoluta soledad.

    Caminaba por el estrecho pasillo que daba acceso a la cocina mientras pensaba que preparar para cenar, cuando se detuvo ante la puerta del cuartucho que hacia las veces de comedor, donde algo llamó poderosamente su atención.

    Sobre la mesa de comedor, apoyada en equilibrio inestable sobre uno de los bordes de un cenicero de piedra, permanecía aún encendida, humeando una colilla de tabaco rubio. Miguel, se quedó mirando fijamente como se consumían los restos de aquel cigarrillo, mientras se preguntaba quién podía haber estado allí, si permanecería todavía en la vivienda, quien podría ser. Nadie mas tenia llave de casa, no apreció nada extraño en la cerradura, ninguna señal de haber sido forzada. Mientras estos pensamientos se agolpaban en su cabeza, miraba desconcertado a su alrededor,examinaba visualmente cada rincón del cuartucho, sudaba. Podía masticar su propio miedo, su rostro se descomponía, y con el bastón en alto vigilaba su espalda girando sobre si mismo, con gesto débil y torpe...casi cómico.

    De repente, el sonido de unos pasos acercándose por el pasillo le sobresaltaron aun mas. Los tablones de madera carcomida del piso, no dejaban lugar a duda, alguien se acerca. Paralizado por el pánico, grita:

    "¡quien anda ahí !, ¡que quieres!".

    Tras el grito, los pasos dejan de sonar. El visitante anónimo se había detenido, cerca, muy cerca de la sala. Miguel, volvió a gritar desesperado... "¡que quieres!", era inútil, nadie respondía.

    Con el bastón en alto en el centro de la estancia y con la mirada fija en el tramo de pasillo, que aquella desvencijada puerta entreabierta dejaba ver, esperó acontecimientos. Sudor frío, músculos agarrotados, temblaba. El tiempo detenido. No aguantaba mas. Con los restos que le quedaban del poco valor que alguna vez tuvo y con paso lento, arrastrando los pies se fué aproximando al pasillo. Cuando al cruzar el umbral de la puerta, algo le golpeo fuertemente en la cabeza. Intentando evitar un desmayo seguro, se tambaleó, aguantó en pie un instante eterno, pero un segundo mazazo despejó las incógnitas. En décimas de segundo perdió la visión y una sensación placentera aflojo el poco soporte que conservaba, cayendo desplomado, derramado sobre la vieja tarima.

    El porrazo sonó amplificado por el hueco suelo de madera, retumbando en todo el edificio, como si Miguel, pesara muchos mas kilos de los que en realidad había arrastrado por su perra vida. La sangre, de un intenso rojo vivo, brotaba de su cabeza con presión, y se mezclaba en el piso, con sustancias blanquecinas de aspecto purulento. Tras varias convulsiones, el cuerpo quedó inmóvil.

    Sin embargo, el letal visitante, seguía asestando golpes furiosos al cadáver que yacía inerte en el suelo del cuartucho que hacia las veces de comedor. "!Nunca mas!, !no! !Nunca!", gritaba su agresor. La voz de mujer histérica y desencajada, se transformó en llanto desgarrado y con la cara oculta tras sus manos abandonó la sala tambaleándose.

    En el cuartucho, macabra escena. La sepia luz de una mugrienta lampara, alumbraba el cuerpo sin vida del miserable Miguel. Un rostro deformado, inexpresivo, los ojos hundidos en sus cuencas. Vestido como siempre con sus harapos, esta noche, ademas, bañados en su propia sangre como uniforme de gala y mortaja acorde con su mal vivir. Atrás quedaban los complejos, las deudas, las palizas a su mujer y las borracheras de taberna barata. Un triste final para una triste existencia. Silencio.

    A las pocas horas del suceso, Carlos de Tudela, el inspector de policía encargado de la investigación, salió del edificio con aspecto de hombre derrotado. Se detuvo junto a la puerta principal del edificio. Allí permaneció unos minutos, bajo la lluvia, impasible. Recordaba a Miguel y a Pilar, les conocía desde la infancia. Jamas sospechó que un día, la vida le llevaría a semejante encrucijada. Tras treinta años en la policía, con una hoja de servicios intachable, se encontraba ante la decisión mas difícil de su carrera.

    Al final, se decidió. Carlos sacó del bolsillo derecho de su chaqueta una pequeña bolsa de plástico, la miro por ultima vez y tras dudar una vez mas, la depositó en un contenedor de basura cercano. Respiró hondo y desapareció caminando bajo la intensa lluvia.


    Yo era niño entonces, recuerdo perfectamente la intriga que nos produjo la escena. Saber lo que escondía aquella bolsa de plástico tan pequeña. Pasadas unas horas y tras mucho meditar, mi vecino Adrian y yo, decidimos averiguarlo.

    Aun conservo la bolsita en mi poder. Me ha llevado casi veinte años entender lo que allí sucedió, y conocer el significado del gesto de aquel policía. Para mi solo era cabello. Unos mechones de cabello de un suave rubio teñido, con raíces de un precioso color blanco perlado, como los de mi maestra. Pilar.
     
    #1
    Última modificación: 15 de Marzo de 2010

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