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La cotidianidad del amor

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por ivoralgor, 20 de Mayo de 2016. Respuestas: 0 | Visitas: 285

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Hombre
    A Wendy, Karina y Alejandra.​


    La cotidianidad rompe el amor,

    pero la oportunidad de amar

    se encuentra en cualquier rincón.

    Siendo éste, nuestro paraíso terrenal.​


    1

    El sol anaranjado iba desapareciendo en el horizonte cuando Gustavo miraba el reloj de pulsera que llevaba puesto. Eran las seis de la tarde. El bar <<Centeno>> lucía vacío. Pidió una cerveza oscura de barril al mesero. Sorbió un poco y relamió la espuma de sus labios. Se había citado con Lirice, una mujer de aproximadamente cuarenta años, de ojos cafés oscuros, cabello corto, piel morena y labios carnosos. Ella estaba pasando por un divorcio complicado con Víctor, su hasta entonces marido. Desde joven tenía sobrada pasión y le gustaba experimentar en la cama, cosa que si bien Víctor no le daba, buscaba en otros brazos apagar el fuego que la consumía por dentro. Es tarde, pensó Gustavo con desgana. A sus veintidós años sólo había tenido relaciones sexuales en un par de ocasiones, con Beatriz, por demás desastrosas: la una, estaba demasiado excitado y eyaculó a los dos minutos; la otra, fue algo salvaje que terminó por lastimarla. Fueron novios desde la secundaria, se conocían, en teoría, bastante bien.

    - Quiero llegar virgen al matrimonio, le confesaba Beatriz algo apenada, como queriendo obligarlo a desistir en su intento por tener relaciones sexuales.

    Gustavo, para ese entonces, respondió con un irónico << está bien>>, pero él sabía que no podría resistir mucho tiempo de esa manera. El tedio de sólo estar de manita sudada los llevó a esos dos encuentros sexuales desastrosos. Beatriz, por su lado, juró que la próxima vez se entregaría a un hombre por amor y no por los bajos instintos de ningún hombre. Los ánimos de Gustavo se fueron al caño: eyaculador precoz y brusco para los menesteres sexuales ¿quién podría vivir así?, se preguntaba a menudo. Se consolaba viendo películas pornográficas y soñando que algún disfrutaría el sexo como Dios manda. Después de la graduación de preparatoria finalizaron su noviazgo. Cada cual siguió su camino.

    Mientras esperaba a Lirice, se dio la licencia de pensar en qué ropa interior llevaría puesta, cosa que le excitaba mucho, le había confesado en un noche de pasión. La conoció en el cumpleaños de su jefa Anaiza, que fue, precisamente, en el bar <<Centeno>>, al salir del trabajo. Desde que la vio acercarse a la mesa sintió una pequeña punzada en el sexo. Evitaba verla de frente, sus pechos voluptuosos lo desconcentraban. Se calmó un tanto cuando vio que entró Víctor y le daba un beso pequeño en los labios. Pidió un tequila al mesero para recobrarse de aquella punzada que aún le persistía. La plática y los tragos fluyeron y con ello las ganas de Gustavo. Después de ese día no estaba tranquilo, se dio a la tarea de buscarla por las redes sociales, hasta que dio con ella y dudó por varias semanas en enviarle un mensaje y solicitud de amistad. Se masturbaba viendo las fotos en bikini que Lirice publicaba en sus redes sociales.

    Una madrugada, con el insomnio a cuestas, se decidió a enviarle un mensaje. Dos días después recibió respuesta y la aceptación de la solicitud de amistad. Al cabo de unos meses, tuvieron su primera salida a tomar una cerveza.

    - Tomo poca cerveza - dijo Lirice derrochando sensualidad, que Gustavo agradecía en silencio.

    - A mí me gusta las cervezas oscuras,- respondió con aire sofisticado que ella tomó con gracia.

    Aún está verde, se dijo Lirice para sus adentros. Ella sabía que las cosas con Víctor no andaban bien y su cuerpo necesitaba un desfogue pleno, sin miramientos de ningún tipo. Salir con Gustavo le dio un respiro e intentar olvidarse de esos problemas. Hubiera preferido que Gustavo tuviera diez años más, así ya sabría cómo darle placer a un mujer como ella, pensó mientras le daba un sorbo corto a su vodka con agua mineral. Su cuerpo temperamental la estaba ganando: su sexo empezó a palpitar levemente, se sentía húmeda.

    - Necesito que me hagas un favor- dijo de pronto, sin soltar el vodka e intentando controlarse. Cosa que no logró al cabo-. Vamos a otro lugar.

    Alzó la mano Gustavo y le hizo una seña al mesero para que le trajera la cuenta. Minutos más tarde, salían de ahí en el carro de Lirice, luego te regreso para que recojas el tuyo, le dijo intentando respirar de manera pausada. Se dirigió a un motel. ¿Sorprendido?, le preguntó irónicamente Lirice. Gustavo hizo un silencio largo, para luego contestar que nada le sorprendía en esos días, que el destino se confabulaba para que las cosas sucedan cuando tenían que suceder. Ella se abalanzó a los labios de Gustavo, antes de entrar a la habitación. Él pensaba en no eyacular precozmente, titubeaba cuando le acariciaba los pechos voluptuosos, por temor a lastimarla. No tengas miedo, le susurraba entrecortado Lirice, un poco de dolor me excita más. El temblor de sus manos lo delataron. Lirice se paró en seco. No estás hecho para esto, le dijo con pesadumbre, lamentando esa situación tan incómoda, sobre todo porque era alumno de Anaiza, su amiga más querida.

    - Perdón- dijo Gustavo afligido-, tengo miedo de regarla.

    Resopló Lirice apaciguando un tanto su creciente enojo. Lo condujo a la cama. Relájate, dijo antes de apoderarse de su sexo hábilmente. Una ráfaga eléctrica le subió del sexo hasta la cabeza a Gustavo: gimió. Instantes después, Lirice se desahogaba con las embestidas de Gustavo que cesaban cuando sentía que estaba a punto de eyacular, consejo que le dio Lirice para aguantar más tiempo, porque ella quería disfrutar por largo rato. Luego de esa noche, Lirice le enviaba fotos en lencería fina, como aperitivo a un encuentro sexual, que Gustavo agradecía enviándole videos acariciándose el sexo. Ese y otros juegos los encendían sobremanera.

    Gustavo, pidió otra cerveza al mesero. Él ignoraba que esa noche sería la última con Lirice, ella había decidido darse un respiro con Gustavo, que ya empezaba a enamorarse de ella. El amor le estorbaba en esos momentos, no quería pasar de nuevo un trance por culpa del maldito amor, pensaba a menudo. Entró al bar sonriente y le pidió al mesero un tequila doble, para celebrar. Gustavo no entendió, pero ella suspiró satisfecha: era por su libertad de acostarse con cualquiera sin atarse sentimentalmente a ningún hombre. Era libre de hacer lo que se le viniera en gana, sin rendirle cuentas a nadie, y menos un hombre. En sus planes estaban: disfrutar el sexo, sus hijos y el trabajo; en ese estricto orden.

    - Rojo – dijo Gustavo excitado.

    - No, no - respondió Lirice mordisqueándose los labios. El juego había empezado y la noche era joven y sus ganas expuestas, listas para ser apagadas por la juventud de Gustavo.

    2

    En un rincón poco visible del café <<Aromas>>, el capuchino de Beatriz humeaba. Sus ojos se perdían mirando a la gente que caminaban por la calle. Suspiraba enamorada. Sabía que Ignacio era puntual a las citas, y más cuando se trataba de ella: dejaba sus pendientes para otro momento. Lo conoció en una tertulia de cine francés. Él tomó la palabra y habló de las corrientes actuales, los actores y las actrices. Quedó conmovida por el basto conocimiento que tenía del tema. No sin antes llamarle la atención sus ojos miel y la boca grande. Después de la tertulia se acercó a él para pedirle referencias bibliográficas, se había interesado sobremanera en el tema. Intercambiaron números telefónicos y correos electrónicos. Le coqueteó en varias ocasiones, pero él intentaba no caer en sus jueguitos sensuales. Coincidieron en otras tertulias, pero de diferentes temas: Literatura contemporánea, Cine italiano. Le gustaba escucharlo, le clavaba la mirada en la boca y, de cuando en cuando, a los ojos miel. Se enamoró sin remedio. Ignacio había enviudado hacía dos años. Norma, su difunta esposa, murió de un infarto al miocardio a sus cincuenta y un años. Beatriz lo amaba y se entregó a él poco después de enviudar. No le importó la diferencia de edades. Ignacio accedió más por la tristeza que por el deseo o el amor que ella decía sentir hacia él. Ignacio alquilo una cabaña a las afueras de la ciudad. Beatriz estaba nerviosa, a pesar de que lo amaba y que deseaba entregarse a él, más que nada. Ella se sentó al filo de la cama, las luces tenues dominaban la habitación. Ignacio se acercó lentamente a ella, no había olvidado cómo desnudar a una mujer y cómo hacerle mimos al amar. Fue delicado, llenando de caricias la piel jovial y ardiente de Beatriz, que sintió palpitaciones en el sexo, una agitación que no había sentido con Gustavo, la piel se le erizó entera. Gimió levemente mientras Ignacio hurgaba en su sexo con los dedos. Luego recorrió su vientre, hasta llegar a sus labios, pasando por los senos tibios. Al poco, llegaron los embates, que fueron lentos y profundos. Beatriz gimió, jadeó y tensó el cuerpo: era la primera vez que experimentaba un orgasmo. Lacia le dijo: te amo. Te amo, simplemente te amo, le repetía, como intentando una auto-terapia y aceptar que la gente los miraría con ojos reprobatorios.

    - Podrías ser mi hija- le decía Ignacio para tener más culpa y encontrar un motivo para dejarla y que hiciera su vida con un hombre de su edad.

    - ¡No digas sandeces! - replicaba Beatriz con rabia-. No soy tu hija, soy la mujer que te ama y te desea. No me importa que nos señalen con el dedo, no me importa.-Las lágrimas escurrían irremediablemente en su rostro.

    Ignacio entró al café algo agitado. Los labios de Beatriz se volcaron a los suyos en un beso estrecho, íntimo y pasional. Mis hijos me reprocharán esta aventura, se decía resignado, pero necesitada la frescura de Beatriz; ella le había devuelto esa magia del encanto por la vida. Sus ojos joviales intentaban comerse al mundo, mundo que él creía conocer por entero. Su vida daría un cambio sustancial, pensaba en las noches de insomnio, lidiar con berrinches de jovencitas, como se los hacía Karen, su única hija, un año menor que Beatriz. Recorrer de nuevo los parajes del mundo le pesaba mucho. Los había recorrido con Norma, aunque algunos recuerdos ya habían desaparecido, y no esperaba nuevas sensaciones en los mismos lugares. Nada mejor como el hogar, suspiraba.

    - ¿Cuándo le dirás a tus hijos de nosotros?- le preguntó a bocajarro Beatriz.

    - No lo sé,- respondió sintiendo un profundo pesar.

    - Tiene que ser pronto,- reclamó quedamente-. No puedo seguir viéndote a escondidas, quiero tenerte a mi lado a todas horas.

    Un suspiro largo atravesó a Ignacio. Pidió al mesero una limonada bien fría. La respuesta la tenía él muy para sus adentros, pero titubeaba al momento de externarla. Reuniría a sus tres hijos en la sala de la casa y ahí les hablaría de la existencia de Beatriz; esa piel juvenil que le devolvió sus arranques de pasión desmedida, esos labios que encendieron los suyos; la ternura que llevaba mucho tiempo apagada. Así lo había pensado, pero no tenía fecha para ello y tampoco se lo había comunicado a Beatriz. Se obligó a pensar que era lo correcto, que la vida era corta y debía aprovecharla para ser feliz lo que le restara de vida, que él pensaba no sería mucha. El amor lo puede todo, se dijo. Sorbió un largo trago de la limonada y rozó, con los dedos, los labios de Beatriz. Será pronto, dijo al cabo. Un sonrisa franca se dibujó en el rostro de Beatriz que le mordisqueó los labios en un beso juguetón. Continuaron planeado su fin de semana, lejos de todo: era su primer aniversario y deseaban festejarlo en la playa.

    3

    Anaiza salió del bar <<Centeno>> a las once de la noche. Se despidió de Gustavo y Licire y de los otros invitados. Mintió al decir que ya tenía que ir; en realidad tenía otros planes para esa noche, para festejar su cumpleaños. No quería llegar a casa, con Silvano quejándose por todo, desempleado y con un humor de los mil demonios, como ella le reclamaba. En realidad, ella mantenía la casa, su puesto de gerente le permitía desistir del dinero que Silvano aportaba para los gastos de la casa y los carros. Admiraba, en secreto a Lirice, por el coraje de salirse del yugo marital y sentirse joven de nuevo. Anaiza buscaba otro tipo de relación, alguien que la estimulara intelectualmente, el sexo, se decía, vendrá solito, porque me conozco, en la cama me encanta disfrutar y hacer disfrutar a mi pareja. Eso hizo por muchos años con Silvano, disfrutar en la cama y experimentar un sinfín de cosas, pero Silvano se puso grasiento, insoportable con sus proyectos poco exitosos y los reclamos por los horarios excesivos en la oficina. Le asqueaba que Silvano le marcara cada media hora para saber a qué hora saldría. ¡Salgo cuando tenga que salir!, le respondía enfurecida, te aviso. Llegar y sólo abrir las piernas ya no le satisfacía. Tenía con Pablo, otro gerente de la misma empresa, cinco años mayor que ella, pláticas reconfortantes. Se les iba el tiempo platicando de inversiones bursátiles, odiseas contables, libros de grandes autores, películas de autor, abiertamente de temas sexuales. Igual que quejaban, ambos, de sus parejas: el uno ya le aborrecía; la otra era muy exigente, poco cariñosa y simplona en la cama.

    Salía a comer solos, al principio, cada segundo viernes; luego cada viernes. En una salida a comer Pablo le confesó que le atraía y que disculpara su atrevimiento. Se sintió apenado y poco caballeroso, pero los incesantes sueños eróticos con ella lo perturbaban en demasía. Anaiza no pudo ocultar que se ruborizó al sentirse deseada. Sorbió un poco de limonada con fresa, que le había pedido al mesero del restaurante, minutos antes. Le confesó que se ruborizó, pero que no le sorprendía que un hombre le dijera ese tipo de cosas; no era la primera vez, le dijo. Me siento halagada, continuó sin titubear, pero prefiero tu amistad. Lo dijo dientes para afuera porque por dentro sentía una profunda atracción por Pablo. Por las mañanas lo veía pasearse con una taza de café. Las canas le sientan bien, su perfume es enloquecedor, una vez suspiró. Hasta ese día, no se había imaginado a Pablo socavando su sexo con maestría, pero no sólo era el sexo, era la parte intelectual que la llenaba.

    Pablo, al sentir el rechazo, dejó de buscarla; si lo hacía, era para evitarla. No dejaba de pensar en ella, en sus labios, en su piel blanca y sus cabellos rubios ensortijados. Anaiza empezó, por la distancia, a desearlo, a echar de menos esas pláticas inteligentes que tenían. Pasaron tres meses antes de que ella lo invitara a tomar una copa al salir de la oficina, un viernes. Pablo no puso trabas, por los viejos tiempos, pensó. Llegaron, cada cual en su carro, al bar italiano <<Misa solemne>>. Una chica servicial los condujo a una mesa para dos personas. Anaiza pidió un copa de vino de la casa; él un vodka con agua mineral.

    - Pues ya estamos aquí- soltó Pablo de pronto.

    - Iré al grano- dijo Anaiza sorbiendo un trago corto del vino-, sabes que soy franca en todo momento-. Pablo asintió con la cabeza esperando alguna fatídica noticia, sin imaginar que ella iba dispuesta a darse una oportunidad para disfrutar, de nuevo, una relación fresca, sin ataduras de ningún tipo, sólo por el hecho de vivirla y estar juntos.- Quiero que nos demos una oportunidad de estar juntos. Lo demás, luego veremos cómo solucionarlo.

    Pablo sorbió un trago largo del vodka, que casi se acaba. La sensación de un hormigueo le recorrió el sexo entero, el corazón empezó a latir desbocado. Hizo un par de llamadas. Todo está arreglado, le dijo a Anaiza muy excitado. Ella sonrió con picardía. Lo veía mucho más guapo que antes, las canas, los labios, las manos, todo le sentaba bien esa tarde. Pidieron fetuccini con camarones para llevar. Las bebidas las comprarían en una tienda de conveniencia camino al motel. Sabía que después del sexo tendrían hambre, porque la otra, la de explorarse sexualmente, la seguirían saciando después, a toda calma.
     
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