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La dama (cuento)

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por dffiomme, 3 de Diciembre de 2014. Respuestas: 0 | Visitas: 700

  1. dffiomme

    dffiomme Poeta asiduo al portal

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    Hombre
    Otro cuento que se cuenta en largas noches de invierno, junto a encendida chimenea, con rescoldos de familias fogosos de los viajes.
    Cuando se apaga la noche, por pequeños ventanales, se puede ver asomada tras los helados cristales, procurando el escuchar los cuentos o narraciones que cuentan de su persona, es una dama muy bella, que viste con blanco encaje de sus senos la turgencia, lo agradable de sus carnes cubierta por una tela en tonos blancos y azules y restos de algún ramaje arrancado a la floresta.
    Es la dama de la noche, señora de carreteras, donde los tramos son curvos, donde existe algún peligro de derribo o derrape, suelen ser esos los sitios donde se encuentra la dama, suelen ser esos lugares, o escuchando narraciones tras los helados cristales.
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    Viajaba en rápido coche por oscura carretera, sorprendido por la lluvia, cansado de mi viaje, me dirigía a la casa de cercanos familiares, para pasar unos días en fiestas de navidades; cuando sonaban las doce, que es la hora de las brujas y de espíritus errantes.
    La fina lluvia obligaba a mirar, fija la vista, tratando de escudriñar en lo oscuro de la noche, por saber por dónde andaba o conducía mi coche. Desde el casette una música inundaba mis oídos y la noche se espesaba en lo oscuro del camino, daba la vuelta a la cinta, agotada ya en su ritmo, y fue justo ese momento cuando me crucé con ella, fue el reflejo de la luz cruzado con su figura, el que me hizo mirar aquella hermosa criatura que, de pie junto al arcén, rompía la oscuridad, con sus ropas blanquecinas y muy pegada a la piel… debido a la húmeda lluvia.
    El freno a fondo pisé y retrocedí unos metros, observé a la mujer que pretendía el entrar en mi automóvil abierto, produciéndome alegría el ver como se adentraba en mi coche esa mujer.
    Era de gestos elegante y se apreciaba muy culta, contestó amablemente al grueso de mis preguntas. Ilesa de un accidente que ocurrió metros pasados, su coche sufrió un derrape y quedó en cierta forma empotrado en una curva cerrada, pasado el arcén, volcado; pero ella sin saberlo había logrado salvarse, se encaminaba a su casa algunos metros adelante, la esperaba su familia, dos hermanos y una madre.
    Se interesó por mi vida, preguntó muy femenina si me esperaban en casa o es que no tenía familia, le dije que era soltero y observé una sonrisa que se escapó de sus labios enredándose en su pelo del color rubio del trigo, se iluminaron sus ojos de un tono verde infinito, como el color de las aguas donde desemboca el río, en una cálida playa donde se guardan suspiros.
    Me envolvió con su belleza, debilitaba mi cuerpo el deseo de besarla, era una mujer tan bella, elegante y llamativa, era una hermosa criatura, fue la mujer de mi vida.
    Tras pasar por una curva se le iluminó la cara, mientras con cálida voz a mis oídos sonaba: esa luz que ves ahora, esa es la luz de mi casa, por ello agradecería que en la verja me dejaras y te agradezco la ayuda.
    Llegados ante la verja y viendo caer la lluvia, me ofrecí a acompañarla, pero ella, agradecida contestó: No es necesario, y aceptó aquel abrigo que le ofrecía mi mano. Después y tras bien cubrirse, se fue alejando del coche. El ritmo de sus caderas enloquecía mi deseo… se alejo difuminándose con la lluvia y, oculta tras la cortina se fue perdiéndose a lo largo en el campo de mi vista.
    Yo seguí mi trayectoria, más sin poder olvidar a esa agradable criatura que consiguió enamorarme, que aún pienso poder amar.
    Se pasaron las pequeñas vacaciones y el ansia por volver se incrementaba. Durante aquellos días ni un solo momento hubo que se apartase de mi mente y, durante aquel tiempo, jamás dejé de verla en mi añoranza, el desear de sus labios poder tenerla, amarla.
    De pie ya antes la verja, me dirigí a la casa y a una anciana mujer le pregunté por mi dama. Aquella mujer lloró y entre lágrimas me dijo, que aquella hija hacía un año que muriera, y estaba en el cementerio cubierta de fina tierra. Decepcionado por ello, visité el campo santo, me adentré por sus pasillos y descubrí con espanto, en la lápida el abrigo que días antes le había dado.
     
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