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La diáspora de Lachi.

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por Dr Jose Roberto Hernandez, 24 de Enero de 2020. Respuestas: 0 | Visitas: 245

  1. Dr Jose Roberto Hernandez

    Dr Jose Roberto Hernandez Poeta asiduo al portal

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    La diáspora de Lachi

    Lázaro o Lachi como le decían sus compañeros de aula, se apuraba hoy más que nunca para llegar a la escuela en el sexto grado que cursaba. Tenía razones para no escuchar a su madre cuando casi le obligaba a terminar el desayuno sin éxito, pues Lachi ya corría por la puerta para alcanzar la calle y llegar al patio del matutino antes que nadie, sobre todo, antes que Leila su amiguita inteligente y nítida llegara.

    Leila se sentaba en el primer pupitre frente a la maestra Ada, quien había notado que últimamente Lázaro había cambiado el tipo de indisciplina. De ser un chico hablador en clases, cumplidor de miles de líneas de castigo, parecía absolutamente anonadado, ido del mundo, mirando el pelo que caía como río en la espalda de Leila, justo al frente, casi al tomar distancia, pupitre que había cambiado por el que usualmente usaba al final del aula para poder conversar y joder en las clases de la maestra Ada.

    Dejó de hablarle con frecuencia a los amigos de siempre, en el recreo buscaba siempre estar cerca de ella y a veces le ofrecía su merienda.

    El 3 de febrero, una tarde que no pudieron salir al receso porque la lluvia enternecía sus momentos, Lachi sintió que su corazón no le cabía detrás de la bicolor pañoleta.

    Como si el día estuviera húmedo y gris para ellos, Leila se volvió y le sonrió sobre sus dientes y los labios infantiles se tocaron.

    El sintió el alma salirse y pararse a su lado, aunque los aparatitos de los dientes lo cortaron un poquito, pero solo un poquito el bordecito de su "bemba".

    Corrió entonces a contarles a sus amigos y a enseñarles el trofeo, la herida hecha por un beso.

    Su madre se preocupó unos días por sus calificaciones, pero luego procuro que Leila viniera a estudiar a la casa: le ayudaba en sus tareas y sus grados mejoraban.

    Pasaron años después del fin de curso y la última despedida.

    El tiempo calmó la taquicardia de Lázaro mientras crecía y otros labios y mucho más, paladeaba en sus juveniles aventuras.

    Se hizo Ingeniero y un buen día sus padres separados coincidieron en una tierra nueva, una estancia demasiado exiliada como para ser diásporas cerca de una costa ajena.

    Lázaro había dejado atrás su español, sus maletas y por suerte su pañoleta.

    Presa hace dos años de una enfermedad respiratoria, visitó la doctora que le correspondía.

    Aunque el nombre de su facultativa le recordaba a su Leila de la infancia, le parecía demasiada coincidencia. Su apellido no era el mismo, y no pudo evitar en su interior que era posible que fuera ella, pues en estas tierras, las mujeres se lo cambian.

    Cabizbaja, la Dra. Leila Almaguer, escribía las últimas notas del paciente que recién había atendido, mientras él, parado al frente, no dejaba de mirarla.

    Ella levantó la vista por un segundo y sin reparar le invito a sentarse.

    Lo miro algo extrañada y le dijo:

    — ¿Cómo puedo ayudarle? El sintió lo mismo que sentía en el patio de la escuela allá en su infancia, se sonrió y reponiéndose agrego:

    —Nada estaba enfermo, pero ya se me pasó... Ella lo observó un momento, algo más detallado, se levantó y ambos saltaron fuertemente en el mismo beso, entonces nuevamente Lázaro sintió la heridita tenue en sus labios provocada por los aparatos de los dientes del beso de la infancia.

    Se abrazaron tan fuertes que sus corazones se fundieron en taquicardias dictadas por un órgano mono atrial. Esta vez no corrió a contarle a nadie; solo, feliz y curado, regreso Lachi casi asintomático a su casa.

    Vampi
     
    #1

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