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La Escuela de Vuelo de San Blas.

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por Melquiades San Juan, 5 de Septiembre de 2012. Respuestas: 2 | Visitas: 908

  1. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    En el puerto de San Blas vivía un gallo que era muy inquieto.
    Cantaba a todas horas del día. Las gallinas lo miraban con admiración y él cortejaba a todas por igual con sus cacaraqueos.

    Una tarde, mientras buscaba alimento junto a la playa, vio a un grupo de gaviotas que se divertían en grupo sorteando los fuertes vientos que venían huyendo de la noche.
    Sus movimientos eran gráciles y audaces. Todo el cuerpo entraba en una perfecta armonía para mantenerse en el mismo punto sobre las olas, como si el rápido viento que las desafiaba no existiera.
    Las espumas de las olas abrían sus enormes ojos cada vez que pasaban bajo las gaviotas en su rutinario camino hacia la playa. Pareciera que en vez de estar orgullosas de sí mismas por ser audaces navegantes, al ver a las gaviotas, anhelaban ser como ellas.

    ¡Ah magia del volar, que comparte encantos con el viento!

    Al gallo se le volvió una adicción acudir todas las tardes a contemplar el juego de las gaviotas con la brisa. Una que otra vez aleteaba sobre la playa para sentir al aire acosar sus numerosas plumas, como tanteando sus capacidades de vuelo.

    -Por qué no –se dijo un día- qué tiene de malo intentarlo, también tengo alas y plumas.
    Y empezó por las tardes a pegar la carrera por la playa, para luego de desesperados aleteos que lo mantenían por un breve tiempo en el aire, para terminar el vuelo azotando toda su corpulencia sobre la arena.

    Volvía a su gallinero y le contaba a las gallinas todas las proezas que a diario realizaba junto con sus amigas las gaviotas. Las gallinas picoteaban y rascaban el suelo, emocionadas, al escuchar las proezas del gallo.
    Una de ellas, la favorita del gallo, dijo emocionada:

    -¡Por qué no nos enseñas a volar!
    - ¡Siiiiii! Cacaraquearon las otras de inmediato.
    -Sí, Sí, Sí. ¡Queremos volar! ¡Queremos volar!
    -Ok…. Ok, Ok -dijo el gallo. Pondremos una escuela de vuelo.

    A partir de aquel día el gallo pasó mucho tiempo mirando volar a las gaviotas, se olvidó hasta de comer.
    Hacía sus intentos de vuelo largo sobre la playa. Al caer la tarde llegaba cansado y a veces golpeado al gallinero.

    Las gallinas ya lo estaban esperando. Lo rodeaban y pedían con insistencia:

    -¡Queremos nuestra escuela de vuelo!
    -¡Queremos nuestra escuela de vuelo!

    La preferida de decía:
    -Ves… todas queremos que nos enseñes a volar como las gaviotas

    El gallo se subía a la rama más alta de su árbol preferido, y bostezando muy cansado por los vuelos experimentales, respondía:

    -Será otro día, hoy estoy muy cansado.

    Los días pasaban y las gallinas andaban poco más que impacientes.
    Por fin tomaron el acuerdo de no dirigirle la palabra al gallo y eludir todo cortejo de su parte hasta que no empezaran las clases de vuelo.

    Cuando notó lo que estaba sucediendo el gallo se preocupó. Ahora ocupaba casi todas las horas del día en observar el vuelo de las gaviotas. Parado sobre la playa imitaba los movimientos de sus alas, de su cola. Abría sus plumas y las cerraba, subía y bajaba la cabeza. A tal grado llegó el proceso de imitación de las gaviotas que llegó un momento en que, del pico del gallo surgían, en vez de su tradicional canto, esos chillidos raros, agudos y breves que emiten las gaviotas mientras vuelan.

    Una tarde, después de regresar a su gallinero, notó con suma tristeza que nadie acudió a recibirlo.
    No se escuchaba su ruidoso cacaraqueo; las gallinas se tornaron silenciosas. Cada una ocupó su rama en el árbol y dejaron que el silencio y la agónica tarde, como manto misterioso, vistieran de quietud el gallinero.
    El gallo se sintió muy triste. Jamás había sentido el velo de la soledad en su vida. Mientras los últimos rayos rojizos del sol le decían adiós desde el horizonte, el galán del gallinero tomó una decisión.

    Apenas amaneció, el gallo, que se dormía en la rama más alta del árbol, emitió el canto más alegre que se le había escuchado en toda su vida. Aleteo escandalosamente y luego se lanzó en animado vuelo, imitando en el trayecto, todos los movimientos que había aprendido de las gaviotas.

    Se realizó la magia. Dio tres y casi cuatro vueltas por los alrededores del gallinero, emitiendo esos chillidos raros que emiten las gaviotas cuando vuelan; luego, ayudado por todas las artimañas que les había aprendido, aterrizó elegantemente en el centro del corral.

    -¡Hurra! ¡Bravo! ¡Heeee! Gritaron todas las gallinas.

    Dieron un salto desde sus respectivas ramas y cayeron en el suelo pesadamente.
    Casi rodando rodearon al gallo y festejaron su proeza con cacaraqueos, picotazos y aletazos.
    El gallo estaba feliz y también sorprendido pues jamás las cosas le habían salido tan bien en sus prácticas de vuelo. La felicidad fue tan emocionalmente voluptuosa que automáticamente le brotaron tres poderosos cantos del pecho y la cresta se le puso roja, roja, roja.

    Antes de partir dejó instrucciones precisas para que todas estuvieran preparadas para iniciar esa misma tarde las clases de vuelo. Sintiéndose todo un experto acudió a la que pensó sería la última sesión de observación del vuelo de las gaviotas.

    Invadido por la espontanea emotividad propia del presunto genio, no sólo observó: criticó algunos detalles que, a su juicio, constituían errores sistémicos, de origen genético y conceptual sobre las técnicas de vuelo muy comunes en estas aves voladoras.

    Esa tarde se apareció muy optimista por el gallinero. Todas las gallinas tenían preparado un regio banquete a base de granos y lombrices para hacer más placentero el aprendizaje.

    El discurso del gallo sobre volar.

    “Volar es algo que nos es dado a quienes vestimos con plumas y con alas".
    "Somos parte de la magia del viento".
    "Envidia de las hojas, que sólo pueden bailotear a sus caricias asidas a una rama”.

    Las gallinas empezaban a dormitar apenas iniciado el discurso. Otras olvidaron el propósito de la reunión y empezaron a rascar el suelo buscando lombrices frescas.
    El gallo tuvo que cantar tres veces para recuperar de nuevo su atención.

    La gallina preferida se acercó y le dijo:

    -Ya déjate de discursos y vamos a las clases de vuelo.
    -Sí… Sí, -dijeron las otras. Vamos al grano. A las clases de vuelo.

    El gallo no podía disimular su molestia.
    Se sentía humillado porque todo el gallinero desairaba su primer intento de oratoria: alimento suculento para el tirano del corral.

    Cuando se recuperó del desencanto y tras emitir dos fuertes cantos, indicó a sus pupilas que abrieran las alas.

    -"Sientan el viento" –dijo.
    "Hagan un hueco debajo de ellas; luego, pónganlas planas".

    Las gallinas siguieron al pie de la letra las instrucciones, no sin algunos problemas. Algunas no podían guardar el equilibrio por el sobrepeso y se iban de lado, perturbando, al contacto, el equilibrio de las otras. No pocas de ellas fueron a dar al suelo, provocando con ello, un aluvión de carcajadas.

    Los pocos minutos que duró el ejercicio le provocaron a las chicas del gallinero un apetito tal que la primera breve clase de vuelo dio paso obligado e inmediato al banquete mientras a lo lejos el brilloso horizonte se vestía de rojo.

    Los amaneceres se trastocaron para siempre en el gallinero. El gallo cantaba menos y volaba más. Desde lo alto del árbol se lanzaba con todas sus fuerzas, acompañando el impulso con poderosos aleteos. Unas veces daba vueltas en círculos, otras seguía en línea recta, perdiéndose de la vista de todas sus alumnas.
    No pocas veces el trayecto se vio obstruido por alguna barda o caducó entre los espinosos tallos de un rosal. No obstante eso, el porte del rey del corral siempre mantuvo su monárquica dignidad.

    Las clases continuaron todas las tardes. La gallina preferida hacia las veces de modelo, mientras el gallo abundaba en la exposición de sus complicadas técnicas.

    El cúmulo de críticas y correcciones por parte del maestro de vuelo a su preferida, lograron que ésta, harta de ellas, perdiera la paciencia y se deslindara por completo de las clases. Se alejó del gallinero y se volvió solitaria.
    Fueron las playas el refugio cálido para sus sentimientos lastimados.
    Ahí trabó comunicación amistosa con las gaviotas.

    Lo primero que hizo fue jugar ese juego que siempre jugamos sin darnos cuenta: empezar a exagerar los inconvenientes de nuestro entorno, esperando escuchar, luego, del otro, un relato similar al nuestro, pero agravado.
    La charla llegó pronto al meollo del asunto: que en el gallinero, por las tardes, había una escuela de vuelo.

    La curiosidad no está ausente en el hábito de las gaviotas, y ésa fue la causa por la que la preferida volvió a las clases de vuelo que daba el gallo en el gallinero.

    Desde el borde de las cercas y sobre las ramas de los árboles vecinos, las gaviotas observaban e imitaban las mímicas ejecutadas por el gallo para explicar su técnica.

    Sucedió que una tarde, el gallo habló sobre “los fallos” que había observado en el vuelo de las gaviotas al enfrentar los fuertes vientos de las tardes de otoño.

    Las gaviotas, al escucharlo, se miraron unas a otras, jamás se habían tomado la molestia en estudiar a detalle lo que mencionaba el gallo.

    -¡Oh! –Dijeron a coro las gaviotas:
    ¡Qué maestro tan sabio es este gallo!

    Cuando el gallo las escuchó se sintió muy complacido. Observó que todas las gallinas lo miraban con un embeleso que casi rayaba en la adoración. Se puso rojo, rojo, rojo.
    La sangre le pintó la cresta y las barbas. Cantó tres veces. Aleteó tan fuerte que levantó una polvareda; luego, saboreando su consagración aeroespecializada, poniéndose grave, dijo:

    -“Lamentablemente ya es tarde. Pero mañana acudiremos todos a la playa. La clase de vuelo será frente al mar, así podré explicar a nuestras amigas gaviotas cómo se debe navegar perfectamente entre las fuertes ráfagas del viento de la tarde”.

    Desde las ramas y los bordes de la cerca del gallinero, las gaviotas prorrumpieron en cantos de júbilo, dando gracias al maestro, por la atención e s p e c i a l í s i m a de que las hacía objeto.


    Un gallo navegando las olas

    Como rezan nuestras tradiciones dicharacheras: “No hay plazo que no se cumpla, y…” Nuestro gallo estuvo puntual a la cita. Bueno, sobra decir lo de puntual, los gallos per se son emblema de la puntualidad.

    Llegó a la playa caminando ceremoniosamente. Se detenía de repente y alzaba una de sus patas descansando el cuerpo sobre la otra, mientras su cabeza se volvía de un lado a otro antes de emitir el canto (los espectadores, poco conocedores de los hábitos de los gallos, tomaron esto como un gesto de alta meditación y de cálculo de matemático de las corrientes aéreas del momento). Mientras tanto, el gallo disfrutaba de ese instante en que “sus conocimientos” lo hacían el centro de todas las atenciones. Y era cierto, había una gran variedad de espectadores.

    El rumor se había corrido de pico en pico a toda la comunidad aviar durante la mañana:

    “Vendrá un gran experto a dar una explicación sobre altas y depuradas técnicas de vuelo”.

    Acudieron Pelicanos, palomas, garzas, gaviotas. Hubo un nutrido grupo de golondrinas.
    Los cronistas del evento presumen que ese día, los murmullos de las aves llegaron hasta el poderoso oído de los halcones y las águilas quienes desde las montañas, valiéndose de su poderosa vista, estuvieron atentos del evento para no perder detalle alguno y de paso corregir sus posibles defectos de vuelo. Si nos explayamos en los terrenos de la imaginación, por qué no incluir entre las miradas hambrientas de saber a alguna estrella curiosa, algún lucero, algún hoyo negro corazón de galaxia.

    La tarde se detuvo y los vientos acudieron presurosos a la cita.

    Allá en el horizonte el sol se detuvo un instante y se mantuvo amarillento, forzando la vista para no perder ningún detalle de la demostración. La luna se ocultó tras una tenue nube, cuidadosa de que su curiosidad no la expusiera desnuda a la vista de tantos espectadores y robara atención al importante evento.

    Cuando el gallo dio el primer paso firme hacia la playa el universo se detuvo. Todas las aves se mantuvieron tan cercanas como les fue posible, estáticas como nunca.

    El gallo emprendió la carrera rumbo al reventadero de las olas, parecía un torero partiendo plaza.

    Aleteó y aleteó sobre las olas mientras ellas lo miraban con sus exorbitantes ojos de espuma atentas al vuelo magistral soñando con llegar a tener alas algún día.

    El viento sopló y sopló.
    En pleno vuelo, el gallo lanzo un chillido como el que emiten las gaviotas y éstas le respondieron a coro.

    Giró para encontrarse de frente con el viento y lo logró.
    Los aleteos se sucedieron violentamente. El viento sopló con mayor fuerza para hacer posible la hazaña.
    El gallo extendió sus alas y puso en práctica sus teorías de vuelo.

    ¡Oh mar! ¡Oh vientos! ¡Oh miradas!

    La angustia ocupó el terreno de la atención.

    La luna palideció y se desnudó frente a todas las miradas.

    Quiso gritar… pero la luna es silenciosa, callada; habla desde su languidez seleneada a las pupilas de los seres en un lenguaje que no se pronuncia entre los vientos.

    Fueron las garzas las que se lanzaron al seno de las olas mientras la espuma hacia descomunales esfuerzos por vomitar de sus entrañas al desesperado y empapado instructor de vuelo.

    Desde la playa, las gallinas gritaban con desesperación.

    El peso del cuerpo del gallo era superior a la fuerza de los pico de las garzas. Parecía que el maestro de vuelo terminaría sus días en el fondo del océano.

    Cuando todo parecía perdido vino el pelicano con su enorme pico de cuchara, se sumergió entre las aguas y salió volando, llevando el cuerpo empapado y desvanecido del gallo rumbo a la playa.

    La posible tragedia se transformó en júbilo. Era un carnaval de graznidos y chillidos el que celebraba la sobrevivencia del gallo, mientras éste, una vez en la arena de la playa, fiel a su naturaleza desafiante intentaba cruzar el rostro del pelicano con fieras puñaladas de sus espolones. Se le escuchó cantar y sacudir sus alas.

    El pelicano eludió fácilmente el ataque, sonrió y se unió a la celebración con las demás aves.

    Al día siguiente la escuela de vuelo continuó con sus clases vespertinas.

    Las gallinas, hundidas entre la arena con las alas abiertas simulan dinámicos movimientos para sortear las imaginarias corrientes de viento.
    El gallo dirige las prácticas desde lo alto de una rama mientras las gaviotas vuelan en círculos, imitando desde los cielos las sabias enseñanzas del único maestro de vuelo del Puerto de San Blas, un puerto pintoresco y bonito donde todos los sueños por extraños que puedan parecer, se hacen posibles. No lo olviden: ahí hay una escuela de vuelo.
     
    #1
    Última modificación: 5 de Septiembre de 2012
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  2. Cisne

    Cisne Invitado


    Qué entretenida historia la que nos has dejado.
    Pienso en este gallo que para mí por más no sabía de los vuelos y sin embargo por sus pequeñas hazañas todos los consideraban maestro y él se lo tomó tan a pecho...
    Que bueno que en San Blas haya una escuela de vuelo, y que los sueños dejen de ser utopías aunque sea un instante.
    Un disfrute total, escribes regio.
    Felicitades Melquiades y un abrazo
    Ana
     
    #2
  3. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    3 de Diciembre de 2008
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    No tienes idea de cómo me divertí cuando la escribí. Por esos momentos es esta linda afición a escribir tan amada por mí.

    Para mejorar al personaje del gallo ayudaron tantas circunstancias propias y ajenas.

    Un mundo surrealista donde parecen no existir las emociones que tiene que ver con el amor propio y la vanidad; y la burla. Toleradas todas éstas veleidades en el personaje central de la narración.

    Y aunque no lo creas, no solo en el Puerto de San Blas hay escuela de vuelo, acabo de fundar un campus cerca de mi casa, jajaja.
    Abrazos
    Celebro que te hayas divertido.
     
    #3

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