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La estafa (editado)

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por blue spring, 28 de Octubre de 2006. Respuestas: 0 | Visitas: 789

  1. blue spring

    blue spring Poeta recién llegado

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    La estafa

    El tenue sol de la mañana iluminaba el living, Las plantas junto a la ventana y Sofía agradecían su caricia. Su luminosidad no llegaba a entibiar su ánimo, ni disipar la desolación que la invadía aquella mañana. Aún en ese momento podía sentir la poesía del día que mezquina, se negaba a detenerse en su vida. Sabía por las fotografías, que la expresión de su mirada y la de sus labios seguía la melancolía de la melodía que sonara en su corazón al ritmo de los días.

    Recordó cuando le entregó el dinero para la compra del departamento, sin contarlo. El momento de la firma de la escritura en el que no verificó el cálculo del porcentaje que le correspondía.
    Los proyectos en conjunto y el devenir de los arreglos efectuados. Aún persistían después de tanto tiempo, los detalles en las paredes, el piso y las ventanas.

    La vio ingresar al café, un lugar mítico de Buenos Aires sobre la Av. Corrientes, que convocó en los '70 a políticos e intelectuales de tendencias progresistas. Esa tarde de vacaciones de invierno, más de treinta años después, estaba habitado por niños chillones, que impedían hilvanar la más elemental de las frases a sus madres y a los asistentes de las mesas vecinas.

    Su pelo revuelto por el viento le había impedido ver su rostro. Dibujado con los colores de la paleta de un niño de primer grado, desprovisto de matices, asemejaba el de un maniquí. Las cejas marrones y arqueadas enmarcaban su mirada con una expresión de asombro perpetuo. Los labios estaban delineados con esmero en color rojo. En contraposición a su expresión estática, su cuerpo se contorneaba en cada paso extremando el vaivén de las caderas al tiempo que adelantaba exageradamente el hombro opuesto. Llevaba su cabeza erguida y levemente inclinada hacia atrás.
    A su paso, pudo reconocer el penetrante olor de su perfume, Amarige, quizás desvirtuado por los aromas de otros cosméticos o que posiblemente que no combinara con su piel.
    En un solo movimiento, estudiado y preciso, la vio quitarse el sacón, recostándolo sobre el respaldo. Una polera se ceñía a su cuerpo trasluciendo un busto demasiado voluminoso y desdibujado. Los ojos de él no podían alejarse de ese torso, mientras ella adelantaba un hombro y le dedicaba lo que creía que era una glamorosa mirada, apoyando su mentón sobre el mismo. Sus cejas impertérritas ignoraban que su boca insinuara pucheros o su seño se frunciera.

    Conocía su naturaleza, sabía que le gustaba acumular objetos y aparentar una solidez económica que distaba mucho de la realidad. El Rolex Presidente lo acompañaba, muchos años después de la quiebra de su empresa a pesar de los penosos momentos que habían vivido. Su última adquisición una cámara fotográfica digital, aún no había sido estrenada. Su ropa escasa y de las mejores casas, la obligaba a hacer malabares con el lavado y planchado.
    La mujer, semejaba la portada de una revista masculina y era a ojos vista un objeto más de su deseo.
    Se preguntó cómo se sucederían los días. Previó que provocara una discusión sin sentido, trastocara los términos y alterara el sentido de las palabras. De ese modo podría retirarse ofendido a dormir a ese lugar, que llamaba oficina.

    Recordó la cena. Lo vio comer con voracidad, casi engullendo. Mancharse la boca con salsa, limpiársela con la servilleta en un gesto desaprensivo, mientras le dirigía una mirada desafiante y la depositaba en la mesa. Repentinamente, sus modales de caballero, la gentileza y la conversación se ausentaron de la mesa.
    Aparentemente espeba que ella jugara con las blancas, moviera primero y le recriminara el estado en que había quedado la servilleta. Ignoró el desafío.
    Fue después de sorber de la copa de vino que comenzó a discurrir. Sus palabras eran ofensivas, para ella y su género. Recorrió todos los lugares comunes, y planteó una moralina y un doble discurso que lo desmerecían en su concepto. Lo reconoció ladino, débil, resentido y cobarde. Fue entonces, que en medio de un gran dolor recogió el guante, aceptó el destino y le contestó.
    Hubiera aceptado cualquier escusa, pero la ofensa que le asestaba demostraba que no existía en él ningún rasgo de hombría que le permitiera protegerla de él mismo.

    Lloró por el tiempo mal vivido y las ilusiones perdidas. Por los sueños de juventud hechos trizas. La opresión en su garganta despareció con las lágrimas y la esperanza de que en su boca se dibujara una sonrisa. Los recuerdos entibiaron su cuerpo y sintió una nueva sensación de libertad en su frente. Una caricia del sol la animó a deshacerse de las sábanas que hedían a Amarige.
     
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