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La extraña Benigna

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Évano, 10 de Agosto de 2013. Respuestas: 14 | Visitas: 1604

  1. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    En las afueras de la pequeña aldea, medio escondida, está la vieja casa de piedras de Benigna. Tiene el techo de uralita cubierto de líquenes y un huerto de más de mil metros cuadrados, de hierbajos y arbustos que se pelean entre sí por alcanzar el máximo de sol posible. Sirven ahora para tapar la vista de la primera planta de la vivienda. Es buena tierra, pero su labriego no la utiliza. La hiedra parece querer arrastrar a la casa, y a Benigna con ella, hacia el mundo de las tinieblas.
     

    Muchos atardeceres me quedaba largo rato contemplándola desde la carretera terciaria que asciende hasta la última población; una veintena de casas que miran desde lo alto de la montaña a los valles que la rodean. Allí acaba la carretera, y no hay más remedio que dar la vuelta y volver a pasar por el mismo lugar, por enfrente de la casa de Benigna, si se quiere regresar a la civilización. Son escasísimos los vehículos que circulan por estos páramos, dada la casi despoblada comarca. Los únicos que suben y bajan, la empinadísima carretera, son los seis o siete habitantes del alto, y en muy pocas ocasiones, ya que disponen de vacas, ovejas, gallinas y la cosecha de fréjoles, patatas, berzas, lechugas, tomates, cebollas y demás verduras necesarias para subsistir, las propicias de un clima extremadamente frío. Dos veces por semana los visita el panadero y, una vez al mes, una furgoneta que hace las veces de supermercado rodante.
     

    Me daban miedo las paredes de piedras oscuras y abrazadas por la hiedra, con esas ventanas onduladas, de una madera carcomida y centenaria; me horrorizaba el tejado decaído, como aplastado por un cielo siempre ensombrecido por los altísimos chopos de un río que pasaba a penas a diez metros. No entendía cómo lograba permanecer en pie durante siglos; me recordaba a las casas de brujas, a las de historias de miedo, a las dibujadas por un niño demente.
     

    Pocos habitamos la aldea. A partir de otoño somos seis. Nos veíamos de cuatro a cinco de la tarde, antes de que empezara el anochecer. Luego, un frío insoportable se adueña del pequeño valle, de las calles empedradas, de la iglesia medio en ruinas, de la veintena de casas deshabitadas y medio derruidas, del palacio del antiguo conde, de los prados que rodean a los dos ríos que limitan la aldea, a las laderas de las montañas y a los chopos y a los robles; y a los piornos y a los corzos; y a los jabalíes, milanos, liebres... El frío es el rey implacable a partir del atardecer. Pero Benigna no sale nunca a charlar con el resto de los que allí vivimos. Sabíamos que estaba viva por la silueta grande que asomaba al irnos a refugiarnos en las únicas casas donde el calor combate al todopoderoso tirano venido de los fríos. Lo veíamos por una de las habitaciones de arriba, siempre antes del anochecer, como si fuese la última vez que íbamos a vernos.
     

    Nadie cuestionó por qué nos reuníamos enfrente de la casa de Benigna. Los dos bancos y una mesa de picnic construida por nosotros mismos y que jamás se utilizaban, no eran excusa, ya que ninguno de nosotros nos sentábamos. Quizás estábamos esperando algún desenlace fatal, o que se nos uniera alguna vez Benigna, para poder comprobar su estado, su físico, su rostro. Hacía años que ninguno la veíamos de cerca. Alguna vez intentamos adentrarnos entre las hierbas y arbustos del huerto, para preguntarle qué tal estaba, pero tres mastines furiosos nos cortaban el paso, ante la pasividad de una Benigna asomada en las sombras de la ventana del piso de arriba.
     

    Yo soy el que más cerca vive, el que más fuerte sentía el aullar de sus mastines en las noches; el que oía los ruidos extraños que emanaban de la casa de Benigna y la algarabía de gallinas y gallos, y el maullar incesante de gatos y los alaridos extraños que recorrían la oscuridad de la noche.

     
    Los seis de la aldea teníamos la certeza de que allí ocurría algo, pero nadie daba un paso para averiguar qué. No meter las narices en asuntos ajenos era algo sagrado desde tiempos inmemoriales. Si ocurría alguna desgracia se enterraba al muerto, y con él, todo secreto le acompañaba a la tumba de un cementerio situado justamente detrás de la casa de Benigna, junto a una ermita del siglo XIII. En treinta años no habíamos muerto ninguno. Nadie había acudido a dejar flores o señales de respeto, quizás por no limpiar el camino que pasaba justamente por un lateral de la casa, entre esta y el río Negro. ¿En qué estado se encontraría la ermita?, nos preguntábamos con frecuencia. Estará bien, la cerramos bien y no hay por dónde se cuelen los animales; está bien sellada, era la respuesta que nos contentaba.
     

    Yo era el último que había llegado a la aldea y ni tan siquiera era de esos lares. Más inquieto, más curioso, más informal. Decidí comprarme unos prismáticos nocturnos y aprovechar mi insomnio para espiar a Benigna.
     

    La primera noche ya me marcaría para siempre. A través de la ventana abierta de la planta de arriba, la de la izquierda, observé una escena horrible. Estaba desnuda, pese al helor intensísimo de la noche, defecando en un rincón, en un suelo de tablas viejas, rotas y sucias. Tenía el pelo amontonado y pegado y un cuerpo donde las dobleces de la grasa se superponían unas sobre otras. Un colchón mugriento sobre el suelo, en el medio de la amplia sala, con unas mantas rotas y agujereadas, parecía un lecho de pesadillas; y un armario cuadrado y medio roto, sin patas en un lateral, por lo que inclinaba hasta casi caer, terminaba la descripción de una alcoba que no sabría cómo llamar. Esta escena introdujo en mí a unas sensaciones de pena, miedo, sorpresa e incredulidad. Dudaba ahora de seguir espiando o irme a la cama, a pasar lo mejor posible mi insomnio. Pero estaba seguro que me sería imposible.

     
    Continué observando, oculto tras la cortina y los cristales de la ventana, a pesar de que la posibilidad de que Benigna me descubriera no es que fuera remota, sino imposible, o eso pensaba yo.
     

    La desnudez de Benigna asomaba por la ventana abierta, mirándome de frente, pese a la noche oscura y a la ciega situación en la que me encontraba, pese a los doscientos metros que nos separaban, pese al tiritar de mis músculos, aunque la chimenea y los leños de roble ardían y calentaban con fuerza.
     

    Benigna agarraba a dos manos algo semejante a una gran extremidad descuartizada de carne. El blanquinegro de mis prismáticos no me dejaba asegurar que lo que le chorreaba cuerpo abajo era sangre. Lo que comiera estaba crudo, devorándolo con ansia. Daba tres o cuatro bocados, desgarrándola y luego masticaba enérgicamente, mirándome.
     

    Al acabar arrojó los restos a los hierbajos de la huerta, acudiendo los tres mastines en un instante, peleándose como lobos hambrientos. Se limpió la boca con los antebrazos y comenzó a masturbarse como una posesa, bramando al llegarle el orgasmo. Los animales del valle le acompañaron con alaridos que estremecían. Al acabar orinó por la ventana. Luego se tumbó en el lecho y se echó por encima las sucias y rotas mantas. ¿En qué se había convertido Benigna, Dios mío?, me pregunté. No fui capaz de dormir esa noche, ni ninguna otra, a partir de entonces.
     

    A la tarde siguiente no quise comentar con ninguno lo ocurrido. Los cinco observaban de reojo las ojeras, la palidez de la piel y el cansancio de mi mirada. Presentía que Benigna, desde la distancia de su ventana, también lo hacía, pero no como ellos, sino de frente, como amenazadora. A penas hablamos aquella tarde. Una ventisca de viento helado nos obligó a correr hasta nuestras casas.
     

    Intentaba retener las ganas de volver a espiar, pero era peor, el miedo de no saber qué ocurría me atemorizaba más aún.
     

    Enfoqué los prismáticos hacia la ventana donde Benigna parecía esperarme. En blanquinegros horrendos vi cómo saltaba hasta el huerto de hierbajos y corría velozmente hacia mí, no entorpeciéndole la maraña de zarzas, hierbas ni nada de lo que hubiera de por medio. En un instante la tenía en el umbral de mi puerta, bajo mi ventana. Ya no me hacían falta prismáticos algunos para verla.
     

    Me meé en el pijama, pero a ella no solo no le importó, sino que me violó salvajemente. A partir de esa noche ya no pude dormir más. La espero como alma en pena. Cuando alcanzamos el orgasmo los gritos inundan los valles con el acompañamiento de todos los animales que pululan por ellos.
     
    #1
    Última modificación: 30 de Octubre de 2015
  2. Luis Á. Ruiz Peradejordi

    Luis Á. Ruiz Peradejordi Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Es una narración casi terrorífica. Muy lograda en la descripción de los paisajes, y original en la concepción. Muy bien resuelta la trama, entretenida, pero le mete a uno el miedo en el cuerpo. Mis saludos.
     
    #2
  3. cesarfco.cd

    cesarfco.cd Corrector Corrector/a

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    Líneas para tener en cuenta.

    Buena inspiración Évano. Saludos.
     
    #3
  4. marea nueva

    marea nueva Poeta veterano en el portal

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    Whau!jeje vaya sorpresa cpn benigna resulto ser toda una seductora jeje yo primero pemse que seria una loba aunque no dista mucho,yo casi tuve que usar binoculares para leerte desde esta cosa pero valio la pena como siempre.un monton de abrazos!!
     
    #4
  5. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Esa era la idea, Don Luis: una narración terrorífica, pero decidí a última hora acabar el relato en seco con tan extraña "salida" y antes era peor, porque Benigna era Benigno jajaja... (aunque no tengo nada en contra de nadie me dio apuro que fuera Benigno. jajaja.... Se le saluda, amigo, gracias por pasar.
     
    #5
  6. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Muchas gracias, Don César, muy amable de su parte. Se le saluda.
     
    #6
  7. Ligia Calderón Romero

    Ligia Calderón Romero Moderadora foro: Una imagen, un poema Miembro del Equipo Moderadores

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    Vicente! Pero qué son esas formas de acabar un relato, cuando ya te creía muerto resucitas entre los escombros de mi imaginación y le das un vuelco de 360 grados a tu relato con ese final. Pero vaya chica seductora nos salió Benigna. De terror el romanticismo, jajaja. Aplaudible!

    Te vigila el ojo mágico eh! y sigue tus pasos, casi predecibles pero al final viene la sorpresa...

    Encantada!,

    LigiA
     
    #7
  8. Lourdes C

    Lourdes C POETISA DEL AMOR

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    Una gran narracion que me tuvo interesada todo el tiempo pues queria saber que pasaria al final. Nunca lo imagine. Eres un gran escritor pues a pesar de que tu escrito es largo se me hizo corto y lo lei hasta el final. Ha sido muy grato leerte. Yo crei que te comeria vivo como al trozo de carne. Muy interesante. Saludos cordiales.
     
    #8
  9. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    jajaja... Señora Ethel, con esos ipod (o como se llamen) acabará medio cegata. Muchos abrazos, amiga, y de Benigna también jajaja...
     
    #9
  10. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Tiene razón, señora Ligia, no son formas de acabar un relato que se veía previsible, pero es que no quería morir jajaja. Un montón de abrazos y muchas gracias por vigilarme, pero no lo haga cuando esté con Benigna jajaja...
     
    #10
  11. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Grato, y mucho, ha sido tenerla a usted entre mis letras, señora Lou. No quería que muriese mi personaje (pobrecito jajaja...), aunque no sé si le gustó el final a él (ya me lo dirá jajaja...). Un fuerte abrazo, amiga.
     
    #11
  12. MARIANNE

    MARIANNE MARIAN GONZALES - CORAZÓN DE LOBA

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    jojoj espeluznante imagen final, nos dejas saludos
     
    #12
  13. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Podría haber sido peor, señora Marián, pues Benigna era en un principio Benigno jajaja... Un abrazo, amiga.
     
    #13
  14. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Me das miedo, Évano... :D El desenlace no me lo esperaba; eso sí, el ambiente rural me recuerda mucho a los pueblos de por aquí, a cualquiera de León (tu tierra), de Castilla misma... Muchas veces, de muchos lugares de por acá, he sentido cosas parecidas a miedo o una "mística" parecida, pero tu imaginación... Da miedo, Évano jeje.

    Un saludo de Samuel desde Pisoraca.
     
    #14
  15. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Muchas gracias, Don Samuel. Como bien sabe estas aldeas puedes llegar a ser tenebrosas jajaja... Gracias por pasar, amigo. Se le saluda.
     
    #15

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