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La fiesta

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por FREDBORBOR, 30 de Octubre de 2009. Respuestas: 0 | Visitas: 753

  1. FREDBORBOR

    FREDBORBOR Poeta recién llegado

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    16 de Noviembre de 2005
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    Todos estábamos con la algarabía al tope por la salidita de aquella noche. “¡Esta noche será tu noche, Elenita!”, te dijo Rosa la parlanchina al abrazarte, avizorando con gran acierto lo que pasaría unas horas después. “Ay amiga, sorry por todos los malos entendidos ¿ya? Es que a veces... Tú ya sabes. Cuando lleguemos Manchester hablaremos largo y tendido ¿ya? ¡A solas!”.

    Sin embargo las cosas no pintaban muy bien para mí. Quería hacer de tu cumpleaños algo realmente especial, no sólo haciéndote el amor con mi nada agraciado cuerpo una y otra vez a modo de cuenta regresiva hasta que el reloj marcara las doce de la noche y el día de tu cumpleaños comenzara; sino también entregándote todo de mi parte. Demostrándote que era capaz de hacer por ti cosas que usualmente no haría ni siquiera por mí. Expresando, incluso sin quererlo y por primera y única vez; que era capaz de cambiar.

    MI primer problema tuvo que ver con el atuendo adecuado. Es decir: ¿cómo vestía un chico normal al acompañar a su chica a un club? No me atreví a tentar alguna respuesta y miré mi armario. Me horroricé al darme cuenta que sólo tenía entre mis prendas de vestir, pantalones vaqueros y camisetas negras que tributaban a bandas de rock. Ni qué decir del calzado que tenía: un par de botas Harley Davidson de mil batallas y un par de viejísimas zapatillas que sabrá Dios por qué caminos escabrosos habrían transitado.

    Estaba inmerso pues, en un grave problema, ya que era imposible que en un club, donde por lo general se programa música bailable y juvenil, acepten de buena gana a un tipito con aires de rockerito antiguo sin ningún sentido de la moda ni el estilo fashion de las noches citadinas.

    Desalentado moví la cabeza negativamente y me lamenté por mi falta de tino en los momentos de aprovisionarme de trapos corporales. ¡Es que no era posible, Elena! No podía estar a la altura de tus circunstancias ni siquiera con mi vestimenta. Ni siquiera con algo tan simple como acompañarte a una fiesta y no hacerte pasar el ridículo de tener al lado a un desubicado total. Miré hacia tu parte del armario y, si bien es cierto no era un experto en moda femenina, comprobé que eras una de las personas con más estilo que había conocido. Tenías esa extraña capacidad de ser bella aún poniéndote encima un costal, porque sabías como ponértelo. Claro que también puedo afirmar que te veías igual de bella, hermosa, preciosa y sexy portando única y solamente unas pulseritas en las muñecas, pero creo que eso ya quedó bien claro desde el inicio de mi carta.

    Decidí entonces recurrir a ti y a tu experimentada capacidad para estilizar la presencia: “¿Qué me puedo poner para esta noche, Eli?”, te pregunté sin imaginar la respuesta que me darías: “Ay mi amor, ya era hora que me hagas esa pregunta. Tú eres guapo, pero hace falta que de vez en cuando te vistas un poco mejor. A ver, ¿qué te parece una camisa de color claro, para que haga juego con tus ojos? A ti te queda bien el color claro, no sé porque insistes en opacarte tanto con camisetas negras. ¡Hecho! Utilizarás algo claro esta noche. ¿No tienes camisas? Bueno. No importa. Te pondrás entonces la única camiseta blanca que tienes, esa que compraste en Irlanda”. Y de un momento a otro me desnudaste como a un niño y me pusiste aquella camiseta blanca que tanto odiaba, Elena. Me colocaste frente al espejo y empezaste analizar mi imagen. “Creo que el jean celeste irá bien con esta camiseta. ¡Ajá! Y tus botas quedarán perfectas. ¿Ya ves mi amor? Sólo hacía falta cambiar una sola cosa en tu atuendo y punto. ¡Ah! Pero de todas maneras este fin de semana nos iremos de compras para renovar tu armario. ¿Qué? ¿No quieres? Anda mi amor. No seas malito. Mira que la recompensa será muy buena. ¿No? ¡Qué malo que eres Francisco! Sólo piensas en ti y nada más que en ti. Ya pues mi amor, dame ese gustito ¿ya?”.

    ¿Cómo podría negarme a tus palabras, Elena? Por supuesto que ese fin de semana nos fuimos de compras y por supuesto que permití que elijas por mí absolutamente todo. Muchas de las cosas que elegiste me parecieron una total mariconada, debo reconocerlo, pero las acepté de buena gana porque me gustó mucho el interés que pusiste en renovar mi armario. Por eso, desde aquí te mando un sincero agradecimiento por haber hecho aquel intento de cambiarme, Elena. No lo lograste, es verdad, pero las ganas que pusiste en tu intento, me conmovieron mucho y por lo menos sirvió para empezar a darme cuenta que era –y soy– un hombre que no sabe vestir bien.

    Una vez vestido de manera presentable, gracias a tu talento para el estilo, enrumbamos camino junto con nuestros amigos hacia el centro de la ciudad. Una gran noche nos esperaba y yo estaba muy nervioso por ello, pues había decidido demostrarte mis pobrezas como aprendiz de baile moderno. Esa noche iba a tratar de hacer relucir los grandes avances que tus enseñanzas de baile hicieron en mi poco talento para eso.

    Tú te notabas tan feliz. Claro, no estabas alborozada ya que eras demasiado serena como para estar así, pero se notaba que estabas jubilosa. Aunque, debo decirte que por algunos momentos no podía dejar de notar en ti una leve pesadumbre que parecía transportarte a algún lugar lejos de allí, remoto de nosotros, Elena. Era por ese gran amor que habías dejado a la distancia ¿verdad? Te daba mucha pena no tenerlo cerca en esos momentos. De no compartir con él aquel año más de vida. Cuanto debes haber sufrido por eso, Elenita.

    Por favor no te incomodes ni tomes a mal mis palabras, pues no te las digo con mala intención. Tampoco tengas miedo en aceptar que así era, porque a mí no me molesta saberlo. Es más: si no me molesté en esos momentos, ten por seguro que no me molestaré ahora que ya no te tengo a mi lado. Acepto que la indiferencia mostrada de mi parte hacia esas actitudes tuyas, era el resultado de mi conciencia y resignación sobre lo efímera que era nuestra historia; pero créeme que ahora, esa indiferencia, se ha convertido en una total comprensión hacia una bella mujer que había perdido al amor de su vida y sólo le quedaba conformarse con la compañía de un hombre feo, apático, inmaduro y desleal.

    Afortunadamente no estuviste así toda la noche. Ese leve pesar sólo llegaba por momentitos y por pocos minutos, ya que el resto del tiempo lo pasaste genial al lado de quienes queríamos celebrarte y agasajarte por tu día. Al menos eso fue lo que también noté.

    El segundo problema que tuve que enfrentar aquella noche fue la impotencia que me causaba las lúbricas miradas que un grupo nutrido de muchachos de la barra proyectaron hacia ti cuando entramos al local del club, haciendo añicos por completo al respeto que yo merecía como tu pareja y como tu acompañante. Sin embargo no me amedrenté y con firmeza tomé tu mano y la puse en mi brazo sin voltear a mirar a los fisgones, demostrándoles así que tú estabas conmigo y que de ninguna manera permitiría –otra vez– que alguien más me robe a la chica en una fiesta mientras yo terminaba en un estado lastimero. ¡Habrase visto tamaña majadería!

    Sin embargo, quiero confesarte que no puedo culpar a aquellos cotilleros caballeros por el gran afán de mirarte aquella noche, pues estabas realmente preciosa, Elena. Te habías puesto una sensual y casi translúcida blusa roja que, además de dejar notar los encantos corporales que escondías debajo de ella, prácticamente opacaba al resto de las vestimentas femeninas que desfilaron por aquel club.

    “Mi amor, ¿qué te parece si me pongo esta licra para esta noche?” Me habías preguntado un par de horas antes mientras nos preparábamos para salir, y yo simplemente me quedé deslumbrado por lo espectacular que te quedaba aquella prenda oscura y por la forma en que resaltaba tus hermosas piernas y tu siempre bien ensalzado poto, Elena. Y así se quedaron también todos los asistentes de aquel club cuando te vieron. Yo me sentí orgulloso. ¿Qué me importaba en aquellos momentos lo perecedero de nuestro romance? Aquella noche me sentí el hombre más afortunado de la tierra y el más feliz por tener al lado a una beldad como tú. Aquella noche llegué a pensar por algunos minutos que lo nuestro era cierto y que nuestra historia sería eterna a pesar de los malos entendidos del pasado, a pesar del futuro poco alentador que teníamos y a pesar de las pasiones que albergábamos por otras personas en nuestros corazones. Aún ahora, recordando esos acontecimientos para escribir estas líneas, me llega un cierto rumor de aquella pasada felicidad a tu lado, y empiezo a extrañarte un poco, Elena.

    El tercer problema que enfrenté aquella noche era el más temido: el baile. Y es que simplemente no sabía cómo iba a enfrentar el reto de ser un verdadero hombre, que no sólo acompaña a su mujer a una reunión social, sino que demuestra capacidad para mover la cintura y otras partes del cuerpo al ritmo de una canción. Entonces, al mismo estilo de Don Ramón, tragué una gruesa porción de saliva que delataba mi total empapamiento de nervios por las miradas inquisitivas que se posaban sobre mí, preguntándome si era capaz de hacerlo o no. En las miradas de aquellos caballeros libidinosos que desde la barra te disparaban sendas miradas mañosas y en las del resto de asistentes a la reunión pude encontrar aquella pregunta, aquella interrogación, aquel empuje que era casi un reto: “¿puedes hacerlo o no?”

    Uno de nuestros amigos se dedicó entonces a buscar una mesa en la cual podamos sentarnos para disfrutar mejor de los tragos y del ambiente que en aquel club había. Mientras lo hacía, se le acercó uno de aquellos rijosos caballeros que tanto te miraban y sin tratar de ofenderlo empezó a conversarle, invitándole en el acto una cerveza. “Cuénteme compadre, ¿conoce usted a esa ráfaga de mujer que ha llegado en su grupo de gente?”, preguntó el cachondo joven muy suelto de huesos. “Pero cómo no la voy a conocer compadre, si ella es amiga mía. Se llama Eli”, le contestó ingenuamente nuestro amigo. “Qué no daría yo por sacarla a bailar y sólo tener la oportunidad de hablarle, compadre”. “Cuidado compadre. Esa mujer viene con su novio. ¿Ve a aquel que está a su lado?”. “Lo veo compadre, y déjeme decirle que no le hace el par. Ese muchacho es un rockero más de por aquí. No tiene el swing que una latina ardiente como ella merece y que sólo un latino sabroso como yo le puede dar”. “Pues mire usted compadre, en eso creo que tiene razón. Ese muchacho tiene pata de palo y no le acierta nunca en un pasito de baile. Talvez sí tenga usted su oportunidad pues”. “Esperaré paciente pues”.

    De ese modo estaba siendo víctima de un complot, Elena. Un complot que consistía en descalificarme y descartarme como tu compañero de baile y posteriormente como tu pareja aquella noche. Y de todo ello era culpable tu desmedida belleza, lo que hacía que aquella situación tenga un toque de ironía, pues así como era tu beldad la que me enorgullecía, ella misma era fuente de mi probable desgracia aquella noche. Y es que llegó un momento en el cual sentí miedo de tu belleza, Elena. En serio. No te burles, por favor. Respeta un poco mi sensibilidad en esta parte de mi carta. Tu belleza me dio miedo esa noche porque no sabía cómo lidiar con ella. No sabía como cumplir con los compromisos que ella me otorgaba. Es más: nunca antes supe cumplir con los compromisos que me otorgaron las bellezas de mis anteriores novias. Mi falta de autoestima hacía que siempre termine echando a perder las relaciones amorosas en las que me involucraba, pero evidentemente, ese ya es otro cantar, otra historia, otra carta talvez. Me quedé pensando por un buen rato entonces. ¿Por qué era necesario tanta inhibición de mi parte en aquellas circunstancias? ¿Por qué tanta timidez en un muchacho joven y con tanta vitalidad como yo? No. Eso estaba muy mal en mí. Era hora, de una vez por todas, de sacar a relucir mi verdadera naturaleza masculina, aquella que me había sido tan difícil mostrar a lo largo de mi vida. Era hora de ponerme a las alturas de las circunstancias, Elena. Decidí que aquella noche marcaría el inicio del cambio en mi temperamento y carácter para afrontar las responsabilidades de un verdadero hombre que lleva a su chica al baile. Decidí tomarte por el brazo y jalarte hacia la pista de baile sin importar el qué dirán, sin importar la degradación de mi bien ganada imagen de rockero... y justo cuando estuve a punto de hacerlo me llevé la ingrata sorpresa de ver a aquel caballero que confabulaba en mi contra junto con nuestro amigo, extendiéndote su mano e invitándote caballerosamente a trenzar movimientos al son de una canción caribeña.

    “¡Qué rabia!”, pensé en esos instantes. Era la segunda vez que un sentimiento tan derrotista me embargaba en una situación de esa naturaleza. Otra vez me quedé mirando cómo mi chica intercambiaba pasos de baile con un desconocido, más guapo que yo y con talento innato para el movimiento corporal. Miré con odio a Rosa la parlanchina, quien había sido la instigadora de aquella situación. Pensé en reclamarle su actitud tan poco fraterna al facilitarle a aquel muchacho un baile contigo, pero renuncié a ello por sentir que estaría actuando como un ser patético.

    Hice algunas muecas de frustración y decidí dirigirme al bar para, una vez más, dedicarme a tomar cerveza mientras ustedes se divertían. Sin embargo, un viejo sentimiento de orgullo propio, mezclado con una tendencia machista y posesiva, se adueñó de mí en aquellos instantes, y pensé en que un verdadero macho no debe permitir el hurto de su hembra de manera tan sencilla. Volteé nuevamente para mirarlos y empecé a caminar hacia ustedes. Traté de poner en mi cara la mirada más feroz que me era posible y endureciendo mi cuerpo empecé a empujar parejas, abriéndome paso hacia donde ustedes se encontraban. Y cuando sólo me faltaban unos metros para alcanzarlos, la música terminó y ambos se despidieron agradeciéndose mutuamente el ejercicio.

    [SIZE=3]Desde aquel momento resolví no volver a alejarme de ti aquella noche. Te ofrecí mi mano y de la manera más galante posible te invité a bailar una pieza. Todos nuestros amigos se sorprendieron por mi osadía. Creyeron talvez que era el cumplimiento del deber que tiene alguien como enamorado en la fiesta en honor de su enamorada cumpleañera. Creyeron talvez que era lo único que haría aquella noche para cumplir con ese deber, y que después me dirigiría al bar y pasaría todo el resto de la velada emborrachándome con litros y litros de cerveza. ¡Pues no señores! Estuvieron muy equivocados aquella noche. Pancho estaba dispuesto a demostrarles a ustedes y a su enamorada que era capaz de comportarse a la altura de las circunstancias. Que era capaz de defender lo que era suyo. Que era capaz de hacer todo aquello que no le gusta hacer para demostrar los sentimientos que lo unían a la mujer a quien acompañaba. Para demostrar que existía. Para no permitir que otro demuestre ante ella su hombría y ante él su mariconada.[/SIZE]

    [FONT=Arial][SIZE=3]Aquella noche bailé contigo por horas, Elena. No permití que nadie se acerque a ti, porque además me comporté como un verdadero enamorado: te besaba, te acariciaba, te mimaba, te admiraba y decía, frente a todos, cuánto me encantaba estar contigo y tenerte a mi lado.[/SIZE]

    [FONT=Arial][SIZE=3]Tú, a pesar de la gran pesadumbre que tenías por no estar pasando tu noche de cumpleaños con aquel gran amor que habías dejado lejos, también te esforzaste por mostrarme cariño. Con valentía afrontaste la vergüenza de bailar toda la noche con un hombre inepto en la materia y además, te animaste a seguirme dando clases de baile en aquel club, a altas horas de la madrugada, cuando empezaba el día de tu cumpleaños. Quiero agradecerte por eso, Elena. Porque no escatimaste esfuerzos por comportarte bien conmigo aquella noche. Porque no renunciaste a bailar conmigo aquellas canciones, incluso cuando ya la pista de baile estaba vacía, incluso cuando ya casi no había gente en aquel club.[/SIZE]

    [FONT=Arial][SIZE=3]Mi apego a ti esa noche causó no sólo el revuelo de encontrarme realizando una actividad no muy común en mí, sino también el que tú estés realizando una actividad más asociada a mí que ti: tomar ingentes cantidades de licor. Yo tomé porque me sentía feliz. Tú tomaste porque descubriste que era la mejor manera de pasar el tramo y hacerte insensible ante la pena que te daba la lejanía de tu amor y la vergüenza de estar conmigo. Sí, esa noche tomamos juntos. Nos emborrachamos juntos y juntos nos sentimos bien haciéndolo. Nos desinhibimos y, mirándonos fijamente, decidimos aceptar nuestro destino: estar juntos.[/SIZE]

    [FONT=Arial][SIZE=3]Nuestros amigos también se comportaron muy bien aquella noche. Muy amables ellos, te dieron la grata sorpresa de cantarte el [I]Happy Birthday[/I] y regalarte una fabulosa torta, con la que te deleitaste. No cabía duda entonces que la noche había sido muy linda y muy emotiva. Yo la había pasado muy bien y creo que tú también. Estábamos realmente ebrios y casi tuvimos que sujetarnos mutuamente para no tener algún lamentable o bochornoso accidente (lo que hubiese sido demasiado gracioso, a decir verdad).[/SIZE][/FONT][/FONT][/FONT][/FONT]
     
    #1

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