La flor

-Porque no dibujas arcoíris-Estoy cansado de tus peculiaridades, siempre matizando los diferentes grados de la muerte, buscando tristezas en los parques de los niños, creando melancolía en cada cuadro que pintas, no te cansas acaso de comprar solamente vinilos negros y rojos.- me dijo.


Seguía absorto en el trazo de mis líneas, no quería tener otra de esas discusiones reiterativas de mariposas multicolores, y felicidades corporativas, por más que le intentaba dar a comprender mis razones especulativas, por que cabe aclarar que a veces dudaba de mi propia infelicidad, siempre mis objeciones me parecieron válidas, dibujar arcoíris en blanco y negro, pintar la silueta de un caballero recostado en el parque, a media noche, con el sombrero sobre su cara, y la sombrilla de tez negra que se encontraba debajo de él aún mojada , la bufanda roja por la sangre que aún se escapa de su cuello, y la últimas lágrimas que se confunden con la lluvia inmisericorde, no podían tener en mi más belleza que mil pájaros revoloteando en un nido de polluelos.


Se marchó de mi habitación, como si por fin comprendiese, que mi conciencia esta intuida en momentos dolorosos, y silencios apabullantes. Mi concepción de belleza, la vida misma, no tenía sentido sino en la infinita soledad en el silencio de una copa de vino y una tonada clásica, me abrumaban las reuniones comediantes, llenas de risueños y mentirosos, no comprendía los chistes memorizados, ni las risas fingidas.


Ese era yó, malnacido sobreviviente de un mundo caótico, deshojador de optimismos florecientes, mutilador de ideales pasajeros, todo convertido en un pergamino de escritos en blanco y negro.


Ese mismo día mientras descansaba, recostado en una pila de pesimismos al lado de mi cama, sonó el timbre; si no hubiese sido por su miserable insistencia, no hubiera salido de ese putrefacto imaginario en el que me mantenía recluido, bajé las escaleras mientras el timbre con tinte de tender a estallarse, suponía un verdadero riesgo a mi sensible tímpano, abrí la puerta con la pasividad que me acontece, después de abierta no pudo mi boca más que desplegar una sonrisa de oreja a oreja, era la muerte quien tocaba a mi puerta, la recibí extasiado, la hice seguir, le ofrecí un vaso de vino, y pasabocas, le mostré los cuadros que era lo que ella había venido a ver, conversamos un rato de música, de arte y de poesía, ella me contaba sobre asesinatos y suicidios, yo sin ninguna experiencia, me bastaba con contarle sobre ratas muertas. Su visita fue muy breve quedamos en tomarnos un café, sencillamente desapareció por mi puerta, repentinamente me dio sueño.


A media noche , Dibuje una flor.

 

Genial!
No siempre que la Muerte toca la Puerta (Originario nombre de la quinta sinfonía beethoveniana, en la que se escuchan al comienzo los 4 golpes: ta-ta-ta-tan!!!, porque la puerta es daleth, la 4ª letra hebrea, que es pasaje, puerta, nacimiento o muerte) viene a llevarnos. A veces viene a que muramos en algo, es decir, a ordenar un cambio en nuestras vidas.
Un premio estelar a la obra, amigo.
Eduardo.
(Lee mi poema "El beso de la Muerte")

 

Excelente interpretación, a veces pensar la muerte significa la reflexión de la vida misma, para después ver el mundo con ojos diferentes, no desde la contemplación aceptada sino con ojos críticos, que pueden deslumbrar la verdad escondida.

 

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