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La Gata Negra

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Raven, 24 de Mayo de 2006. Respuestas: 3 | Visitas: 2608

  1. Raven

    Raven Poeta fiel al portal

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    Esta narración tiene como objetivo indagar en los resquicios de la mente humana, directos a ese lugar que denominamos “miedo”. El miedo es definido por el Diccionario de la Real Academia Española como la “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario. Recelo o aprensión que uno tiene de que le suceda una cosa contraria a lo que desea. El grande o excesivo. Insuperable. El que, imponiéndose a la voluntad de uno, con amenaza de un mal igual o mayor, le impulsa a ejecutar un delito; es circunstancia eximente de responsabilidad criminal". Partiendo de esta premisa, de la cual podemos extraer que el miedo modifica nuestra conducta habitual (ya sea por algo interior o exterior, real o ficticio), acudimos al Diccionario Oxford de la Mente, el cual argumenta que las causas principales del miedo serían la exposición a una estimulación traumática, la exposición repetida a una situación subtraumática (esto es, sensibilización), la observación directa o indirecta de personas que muestran miedo y la recepción de información que lo provoca.
    Del miedo se extraen las fobias. Decimos que el miedo que hace referencia al peligro real de una forma más o menos específica, pero desproporcionada, es una fobia. Las personas fóbicas se dividen en aquellos que responden con un miedo extraordinariamente intenso a una situación específica y los que manifiestan un miedo igualmente intenso en numerosas situaciones que a menudo son difíciles de especificar. Cuando una persona está muy asustada de algo que no produce especial miedo a los demás, es porque el objeto o la situación en cuestión ha quedado asociado en su mente con algún temor infantil; también se da el caso de que el objeto o la situación temidos se han convertido en el símbolo de algo temido inconscientemente.
    A lo largo de la Historia algunos de estos objetos del miedo se han repetido con notable frecuencia. Para muchas personas, sus peores fobias se centran en la figura de unas singulares criaturas: los gatos. Y sorprende ver cómo estos animales tan adorables para algunos, han sido el combustible diabólico de las pesadillas de muchos otros desde el tiempo de los faraones. Los gatos eran animales salvajes que comenzaron su proceso de domesticación hacia el año 3000 a. C., debido a la abundancia de ratones que pululaban en los silos de grano que existían en Egipto. La religión de los antiguos egipcios incluyó al gato entre sus símbolos sagrados. Este estaba considerado como la reencarnación de los dioses en el trance de comunicarse con los hombres y manifestarles su voluntad. La misma diosa Bastet, símbolo de belleza y fecundidad, era representada con cabeza de un felino. Tras la Muerte, el cuerpo del gato se embalsamaba y momificaba en locales sagrados. Descubrimientos recientes en la ciudad de Bubastis informan de amplias necrópolis con más de 300.000 momias de gatos. Quien se atrevía a matar a un gato era acreedor de la pena de muerte.
    Estos animales fueron introducidos en Europa por los griegos, y gozaron de buena aceptación hasta que la Iglesia, hacia mediados del siglo XIII, comenzó una terrible persecución contra ellos, considerándolos como símbolo del diablo y cuerpo metamórfico de las brujas. El gato aparecía ligado al paganismo de la Edad Media a través del culto de la diosa Greya, diosa del amor y de la curación según la mitología nórdica. Esta diosa guardaba en su jardín las manzanas con las que se alimentaban los dioses del walhalla y en su iconografía aparecen dos gatos tirando del carro de la diosa. Una tergiversación común de origen mítico es la de confundir al animal que acompaña a un numen o divinidad con la divinidad misma. Por ello, el gato se convirtió en cabeza de turco de las "purificaciones" de la Iglesia. El aniquilamiento de los gatos fue de tal magnitud que cuando la peste negra azotó Europa en el siglo XIV, causando más de veinticinco millones de muertos, apenas sí quedaban ejemplares para luchar contra las ratas, principales propagadores de la enfermedad. Y al parecer, la plaga fue tan devastadora debido al exterminio de los gatos.
    Muchas son, por tanto, las supersticiones ligadas a la figura del gato. En muchos países, un gato negro es sinónimo de infortunio y malos agüeros. También se liga a estos animales con las artes de la adivinación: Si está boca arriba en el suelo, barrunta lluvia; si está sentado de espaldas al fuego predice frío y mal tiempo; si se lava las orejas avisa que habrá una visita (masculina si se lava la derecha y femenina si se trata de la izquierda)... En algunos países se le atribuye una longevidad de siete vidas, mientras que en otros el número asciende hasta nueve. Citando directamente a Shakespeare, quien en Romeo y Julieta escribió: "Mi buen rey de los gatos, sólo deseo una de vuestras nueve vidas."
    La lista es interminable, y podría llenarse una biblioteca entera. Sin embargo vamos a centrarnos en uno de los mitos más fascinantes que hayan rodeado jamás a estos maravillosos felinos: el mito de la mujer gato. Uno de los ejemplos más curiosos se halla en una leyenda que echa sus raíces en el País Vasco. En esta historia la protagonista, cansada de que un gato se bebiese la leche recién ordeñada todas las noches, esperó al animal y consiguió en su persecución herirle en una pata. Al sentirse herido el animal gritó como un ser humano. Al día siguiente una pobre vieja, considerada como bruja, amaneció herida en una pierna. Y éste es sólo una de los miles de relatos similares que recorren Europa hablando sobre la existencia de una raza (sobretodo compuesta por mujeres) que es capaz de abandonar la forma humana para adoptar la de un felino. Por normal general, a estas mujeres se les atribuye un marcado componente sexual. Se caracterizan por sus salidas nocturnas, su lujuria y su desenfreno. Suelen ser sexualmente insaciables y sin embargo van hechizando a hombres de toda clase con sus males artes, llevándoles hasta la locura, la enfermedad, e incluso la Muerte.
    El motivo de tantas explicaciones previas a mi relato, guarda como objeto una mejor comprensión del mismo. El lector deberá sacar sus propias conclusiones pues ni yo mismo puedo afirmar a ciencia cierta qué ocurrió exactamente aquella noche de 1893, en la calle madrileña de Paz. La calle en cuestión se situaba justo detrás de la céntrica Puerta del Sol, y es conocida porque ahí es donde se encuentra uno de los mejores teatros de Madrid: el Teatro Albéniz. Antonio Rodríguez residía un poco más abajo del teatro, en el número siete, donde la calle se ensombrecía. Antonio era un joven de la media burguesía, un hombre con proyección. Estaba casado con Lucía, una muchacha bella e inteligente, que se desenvolvía con soltura en la música y el canto. Todo parecía perfecto en la vida del joven matrimonio. Salvo una cosa. Un pequeño detalle. Antonio sentía una profunda repulsión hacia los gatos. Éstos estaban presentes en todas sus pesadillas y en sus pensamientos más macabros. Sí, Antonio sentía un temor mórbido, una horrible fobia hacia los gatos. Por el contrario, a Lucía le encantaban estos animales. Y consideraba paradójico que precisamente fuera un madrileño quien tuviera que sentir temor por los gatos. Sin embargo, esto nunca significó un problema. Lucía dejó muy adorados gatos con su madre al contraer matrimonio. Y tampoco pareció sufrir mucho su pérdida, puesto que todas las noches la calle se llenaba de gatos vagabundos que la hacían alegrarse la vista.
    Antonio era un pequeño empresario. Su sueño era regentar una fábrica de gran tamaño, y hacerse así un hueco entre la alta burguesía. Quizá incluso podría comprarse un título nobiliario. ¿Por qué no? Tenía buena salud y pleno vigor juvenil. Amaba a su esposa con todas sus fuerzas y la vida parecía sonreírle. Sólo había un borrón en su existencia ideal, una pequeña mancha que ensuciaba su satisfactoria vida. Le daba pánico salir de casa una vez se hubiera puesto el sol, ya que sus demonios particulares aprovechaban las horas de la noche para hacer de las calles su dominio y posesión. Antonio temía esos ojos brillantes más que a cualquier otra cosa. Se atormentaba con la imagen de sus garras, sus dientes, todos apuntando hacia él. Y su maullar… Nada ponía el bello de Antonio de punta tanto como el maullar de un gato. Lucía se carcajeaba. ¿Cómo podría ser posible que este hombre de verdad temiera tanto a unas criaturas tan encantadoras? Era risible.
    Como antes he citado, Lucía se dedicaba al canto en sus ratos libres. Francisca, una muchacha gallega de familia proletaria, desempeñaba las tareas del hogar, mientras que Lucía se esmeraba en las labores propias de una señorita. También amaba con locura a su marido. Con frecuencia componía para él y le deleitaba con su hermosa voz. Lucía era hija de un andaluz que vino a Madrid a hacer fortuna. No es que se hubiera hecho demasiado rico, pero procuró a su hija una posición lo suficientemente elevada como para aspirar a cotas bastante altas en un futuro próximo. Lucía era un dechado de gracia. Antonio no encontraba en ella falta alguna. Hasta que empezó a manifestar una extraña conducta.
    Corría el mes de Abril y las noches comenzaban a ser más cálidas en la capital. Los animales nocturnos de la ciudad salían de sus escondites a vagar por la oscuridad. Y los gatos, sí, los gatos, se adueñaban de las calles y maullaban a la luz de la luna. Desde la primera noche Antonio calló en la cuenta de éste hecho, y su sueño se hacía ligero e intranquilo. Al encontrarse solo en el lecho marital, el joven se levantaba a buscar a su esposa. Pero ella nunca estaba. A los pocos segundos volvía a aparecer mirando a través de las ventanas abiertas del comedor, e intentaba tranquilizar a su marido.
    Estos hechos se repitieron una y otra vez, noche tras noche. Y Antonio ya había notado otro hecho desconcertante, que le quitaba el aliento. Se escuchaba en la oscuridad un maullido de índole singular. Un maullido que parecía mantenerse fijo sobre el tejado de Antonio, y que por alguna razón le provocaba aún más escalofríos que los demás. Sonaba como un canto. Un canto desconcertantemente familiar. Entonces salía aterrado de su habitación y ahí encontraba de nuevo a su esposa, mirando hacia el vacío con las ventanas abiertas.
    En poco tiempo Antonio comenzó a obsesionarse terriblemente con estos hechos. Por las noches ya no dormía, y montaba guardia junto a la ventana del comedor para asegurarse de que su esposa no salía de la habitación. Las primeras noches funcionó esta treta, y por alguna extraña razón que Antonio no alcanzaba a comprender los maullidos cesaron. Pero pasados unos pocos días, los terribles sonidos volvieron a repetirse. Aquellos cantos, justo encima del tejado. Antonio se revolvía de su asiento, para encontrar entonces a su esposa mirando por la pequeña ventana de la cocina que daba al patio interior.
    Así transcurría la vida nocturna del matrimonio Rodríguez. De esta forma tan inusitada. Sin embargo durante el día todo parecía normal. Lucía practicaba sus dotes de canto mientras que Francisca la miraba embelesada, tratando sin éxito de imitar a su señora. Y es que en secreto, Francisca sabía de memoria hasta el último de los cánticos que coreaba su señora. Cuando se ponía el sol, Antonio regresaba a casa y Francisca volvía a la residencia donde dormía. Llegada la noche, se repetían los mismos extraños acontecimientos. Antonio vivía atormentado por unos cánticos extrañamente familiares procedentes de un animal o demonio que subía a su tejado. Lucía seguía mostrando el mismo comportamiento. Apareciendo y desapareciendo de forma paralela a los maullidos.
    Una noche Antonio sucumbió al pánico y éste se tradujo en locura. Una locura sedienta de sangre y con un único objetivo: matar a la bestia que con perfidia estaba atormentando su alma. Se armó de un hacha y subió al techo por una escalinata. Permaneció en absoluto silencia hasta que la luna brillaba alto en el cielo. Y por fin pudo verse cara a cara con su hostigador. Era un gato negro, o no, una gata negra. La gata fue a sentarse en el lugar exacto donde, unos metros más abajo, duerme por costumbre el matrimonio Rodríguez. Y con presteza se puso a maullar. Antonio permaneció quieto con la frialdad del asesino, inmóvil en su escondite. ¿Qué era? ¿¿Qué era aquello tan familiar en las notas del aquel canto luciferino?? Pasados unos minutos Antonio saltó de entre las sombras y persiguió a la gata por el tejado de su propia casa. Vio cómo el animal se escurría por una rendija y accedía así al sistema de ventilación del edificio. “Se dirige a mi casa”, pensó Antonio. Como un rayo el hombre voló para adelantarse a su presa. Entró por una ventana que se hallaba misteriosamente abierta, pero Antonio no reparó en ese dato. Estaba loco de rabia. Por fin sintió moverse una sombra y le asestó un terrible hachazo. La gata bufó por última vez. Y ahí delante de sus ojos, estaba una hermosa mujer joven muerta sobre un charco de sangre. Tenía la cabeza completamente abierta por un golpe de hacha. Lucía entró corriendo en la habitación y lanzó sonoro grito de horror.
    En el suelo. Muerta. ¡Yacía el cuerpo de Francisca!


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  2. luz

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    Excelente Gracias Por Compartirlo Entre Amigos Un Beso Grandote Te Quiero Luz
     
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  3. MP

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    EL SÁBADO 27 DE MAYO DE 2006


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  4. luz

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    FELICIDADES POR ESTE PREMIO TAN BIEN MERECIDO TE QUIERE TU AMIGA LUZ
     
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