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La huida

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Pierlewis, 20 de Octubre de 2013. Respuestas: 2 | Visitas: 420

  1. Pierlewis

    Pierlewis Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    18 de Diciembre de 2012
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    Mujer
    Benjamín apresuró un poco más el paso, debía ser discreto, pero veloz, de lo contrario no lograría escapar antes de que cayera la noche. Había esperado esta oportunidad durante mucho tiempo, y ahora al fin podía poner en marcha su plan, no lo arruinaría. Miró disimuladamente hacía atrás, nadie lo seguía, nadie se había percatado de que se había desviado de su habitual camino y que se dirigía hacia la muralla noreste de la ciudad. Se desplazó sombríamente por los callejones del barrio chino, algunas personas lo miraban al pasar, con miradas inquisidoras escrutaban sus movimientos; él, cambiaba de rumbo constantemente para desaparecer rápidamente del campo de visión de aquellos individuos, podría haber llegado mucho más rápido a su destino si tomaba la avenida y caminaba en línea recta, sin embargo eso hubiera sido demasiado arriesgado, prefería dar un rodeo, caminar una cuadra y doblar, caminar otra más y doblar, repitiendo este proceso se aseguraba de que las miradas no se fijaran en él durante más tiempo del necesario. Las manos le sudaban, sentía un hormigueo en los brazos y las piernas algo temblorosas parecían estar en llamas, dobló en una esquina, aún faltaba bastante para llegar hasta la muralla, su tiempo limite sin embargo era de una hora, debía apurarse, pero sin llamar la atención de los demás.
    El plan se le había ocurrido un año atrás, por una casualidad del destino (aunque él prefería considerarlo un favor de los dioses) había sido convocado para actuar como uno de los mariscales en el festival del rubí, una celebración que ocurría una vez al año y en la que participaba toda la ciudad. Este cargo era uno de los más repudiados por los habitantes, debido a la gran responsabilidad que adquiría aquel que debía desempeñarlo. El mariscal era el encargado de organizar la expedición que una vez al año salía fuera de las murallas para recolectar los valiosos rubíes, que luego eran utilizados para poner en marcha el gran motor que se encontraba en el centro de la ciudad, que era el que les proporcionaba calor y energía durante todo el año. Cabe destacar que durante la víspera del festival se organizaban cientos (quizás miles) de expediciones, después de todo la cantidad de rubíes necesarios para mantener en funcionamiento al gran motor de la ciudad era demasiado abultada para que pudiera obtenerse con un solo grupo recolector. Benjamín sabía que, pese a todo, un fallo en la tarea que le habían asignado, significaba la muerte.
    Sucedió de un momento para otro, de un día para otro. Benjamin era un miembro ejemplar de la población, nunca había tenido problemas en su trabajo, su familia era una de las más reconocidas en toda la vecindad, y todo parecía indicar que los años seguirían sucediéndose alegremente hasta el día en que la muerte se presentara en su lecho. Sin embargo, el destino es cruel. Una mañana él se despertó, y se encontró con que no sabía quien era. En verdad, él sabía que se llamaba Benjamin, sabía cual era su puesto laboral, el nombre de sus amigos y familiares, sabía todo aquello que era relevante para su vida, pero no sabía quien era. La duda lo asustó, lo puso a temblar, durante semanas estuvo al borde del colapso nervioso. Cuando estaba en presencia de alguien se sentía intranquilo, todos les parecían extraños, ajenos. No fue sino dos meses después que él se percató del verdadero problema detrás de sus miedos, de sus dudas. Esto sucedió justamente durante la expedición para recolectar rubíes, y entonces todo pareció tan claro, como si la verdad hubiera estado siempre ahí, y él hubiera sido incapaz de verla, de reconocerla. Se había formulado la pregunta equivocada, no era quien soy, sino, que soy.
    Finalmente luego de caminar durante horas había logrado su objetivo, estaba frente a la gran muralla que protegía a la ciudad. Con cierta desconfianza observo a su alrededor, una última inspección, debía asegurarse que nadie lo hubiera seguido, o su plan fallaría. Solo la más absoluta soledad se erigía a su alrededor, contemplo por última vez el desolado paisaje de casas y edificios, la muralla estaba construida en terreno elevado, por esta razón, desde donde él estaba parado era capaz de observar la ciudad en perspectiva, desde allí la urbe le pareció una boca gigante, las murallas rodeándolo todo, como si de dientes se tratara, y en el centro, el motor, aquel que mantenía funcionando todo, aquel que aseguraba la supervivencia de todos los habitantes. Abandonó sus pensamientos y se dirigió a una zona de la muralla que resplandecía con un fuerte color rojo, colocó su mano en la pared y una pequeña puerta se abrió ante él, podía respirar la libertad, pronto estaría fuera de la ciudad, y solo un poco después se encontraría lejos, entre los suyos.
    Al principio su tarea como mariscal casi lo destruyó, le costaba mucho disimular su verdadera condición. Con un esfuerzo sobre-humano intentaba mantener la etiqueta y las costumbres que durante toda su vida habían sido propias, naturales, pero que ahora le resultaban ajenas, debía fingir que era el de siempre, y esto no era una tarea nada fácil. Había pasado un año desde que descubrió que era lo que le sucedía, y durante todo ese tiempo tuvo que permanecer viviendo según su antigua rutina. El asco que le causaban los habitantes de la ciudad era insoportable, en ocasiones tenía que soportar las nauseas incluso frente a su esposa. En otras ocasiones era el miedo el que tomaba el papel principal, esos días eran los peores, no importaba que estuviera en el trabajo, o en su casa, aún estando en completa soledad (cosa que era casi imposible en aquella ciudad) sentía como el terror le formaba un nudo en la garganta, la horrible sensación de creer que el fin esta cerca, que nada puede hacerse, la desesperanza. Aun así logro resistir estoicamente, ahora finalmente había llegado el día, definitivamente no aguantaría otro año más dentro de la ciudad.
    Luego de su primera intervención como mariscal, comenzó a diagramar su plan. Se ofrecería voluntariamente para el mismo puesto durante el próximo festival, alegando que aquella primera vez en el servicio había resultado tan excitante que no podía dejar pasar la oportunidad de hacerlo otra vez, seguramente accederían a su petición sin objeciones, después de todo no abundaban los voluntarios, una vez que estuviera revestido con el poder, tendría la oportunidad de organizar la expedición de manera conveniente. Debería de aislar una zona de la muralla. Tenía que ser en un sector lo más alejado posible de su grupo expedicionario, en una zona de la ciudad donde no hubiera otro grupo, y donde no hubieran demasiados habitantes en las calles, inmediatamente pensó en el barrio chino, ningún individuo de aquella comunidad era designado a los grupos expedicionarios, y aquella era una zona residencial por lo que sus calles estarían prácticamente desiertas durante el horario laboral. Los mariscales y la mayoría de los habitantes que conformaban los grupos tenían el día libre antes de la operación, y como la expedición comenzaría a medianoche, su tiempo limite era el atardecer, momento en que todos los involucrados en la búsqueda de los rubíes debían reportarse para cumplir con sus obligaciones. Definitivamente tendría el tiempo suficiente, sería una tarea difícil, pero estaba dispuesto a correr cualquier riesgo.
    La muralla era una mancha negra en el horizonte, Benjamin corría con todas sus fuerzas, debía hacerlo si quería alejarse lo suficiente como para no verse envuelto en la expedición. Mientras avanzaba comenzó a recordar los sucesos del año anterior. Él y su grupo avanzaban por aquellas tierras desnudas, nadie, incluido él, había participado en las expediciones antes, y si bien conocían la teoría, no sabían realmente como se desarrollaría todo el asunto. Aún recordaba con claridad la primera vez que los vio, allí fuera de las murallas, aquel grupo de personas que vivía en libertad, sin las preocupaciones de la ciudad. Los informes describían a los seres que vivían fuera de la muralla como entes malignos, carentes de alma, y sin embargo al verlos Benjamin supo la verdad, era ese el lugar a donde él pertenecía, entre esas personas que a sus ojos no parecían demonios, no le causaban asco, ni miedo, al acercarse a ellas lo único que pudo sentir fue un hermoso sentimiento de paz, ese era el lugar donde debía estar, esa fue la noche que su plan de libertad comenzó, y ahora estaba realmente cerca de cumplirlo. Un sonido estrepitoso interrumpió sus recuerdos. No se detuvo, ni tampoco se volvió para ver las luces de los grupos expedicionarios, había escuchado la señal, pronto comenzaría la recolección, debía encontrar a aquellas personas rápidamente, antes de que todo se arruinara. La luna se ocultó detrás de unas nubes y la oscuridad lo envolvió completamente, continuó avanzando, corría tan rápido como su cuerpo se lo permitía, seguía unos destellos en el horizonte, eran sus antorchas, estaban cerca, solo un poco más y estaría entre los suyos, lejos de los horribles y despreciables ciudadanos. Escuchó gritos a la distancia, se escuchaban lejos, trato de no pensar en ello, el sonido se hacía cada vez más fuerte, tuvo miedo, pero continuó avanzando, se resbaló y cayó rodando por una pendiente rocosa y al cabo de unos metros se estrelló contra una gran roca, el golpe le hizo proferir un alarido de dolor, escuchó unos pasos cerca suyo, sin embargo solo lo rodeaba la fría noche, se levantó con dificultad y se apoyó en la gran roca contra la cual se había estrellado, la luna volvió a mostrar su rostro entre las nubes, alumbrando con una luz brillante a las personas que lo rodeaban, aquellos que eran como él, lo miraban con asombro e indecisión, uno de ellos se acercó y le tendió la mano, sabían que era uno de ellos, podían verlo en sus ojos, Benjamin extendió torpemente su mano, estaba al fin entre los suyos, estaba en su hogar.
    Al despertar vio la cara de su esposa, al verlo abrir los ojos gritó de alegría y lo apretó fuertemente en un cálido abrazo. Él le pregunto que estaba sucediendo, y ella le informo de todo lo sucedido, al parecer durante la expedición, Benjamín había resultado herido, por suerte los miembros de otro grupo lo habían socorrido evitando así mayores inconvenientes. Su esposa, estaba extasiada, lo dejó un momento solo mientras iba a informarle al doctor que su esposo ya había despertado. Benjamín comprendió todo en un momento, había fallado, a pesar de haber logrado su objetivo había sido alcanzado por los grupos expedicionarios, y de alguna manera estaba nuevamente recluido dentro de las murallas de la ciudad, intentó incorporarse pero la cabeza le dolía de una manera desgarradora. Su esposa volvió a entrar en la habitación, el medico familiar estaba con ella, este le dio algunas indicaciones y le aconsejo reposo, luego abandonó la habitación. Era hora de regresar a casa, a su casa de siempre. Por alguna razón ya no sentía un rechazo tan grande ante la idea, inclusive la cara de su esposa que antes le había parecido asquerosa con sus filosos dientes, y con esa multitud ridícula y tenebrosa de ojos amarillos, ahora le parecía bella, Benjamín se pregunto por un momento si es que aquellas sensaciones de antes eran tan solo ilusiones. Su esposa lo ayudó a incorporarse, con dificultad se puso de pie y se vistió, estaba preparado para regresar a su casa cuando escucho el sonido del festival, se acercó a una de las ventanas para poder observar las calles céntricas de la ciudad. Entonces vio que el motor de la ciudad estaba siendo abastecido y tembló en silencio frente a la ventana. Su esposa lo notó y le pregunto si estaba todo bien, él se dio vuelta lentamente y sonrió, luego le dio un beso y se apoyó en su hombro, ella lo rodeo con su asqueroso brazo, que parecía un tentáculo, cubierto de ventosas. Ella dijo en tono de broma que sería conveniente tener un heredero porque el mundo era un lugar cada vez mas peligroso, Benjamín la miró en silencio, sus nauseas regresaban una vez más, luego le dijo que aquella era una excelente idea, la abrazó con fuerza y ambos comenzaron a caminar alejándose de la ventana. No se atrevió a mirar hacia atrás, allí, afuera, donde los sangrantes rubíes alimentaban al motor de la ciudad, cientos de ellos eran arrojados a un fuego infernal desde grandes canastos, otros, aún se encontraban dentro de sus contenedores, que observaban a aquellas bestias horribles, con asco y con miedo, a través de sus ojos llenos de lagrimas.
     
    #1
  2. Rogelio Miranda

    Rogelio Miranda Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Grato leerte

    Saludos,
     
    #2
  3. Pierlewis

    Pierlewis Poeta recién llegado

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    18 de Diciembre de 2012
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    Muchas gracias a usted, por pasar y leerme. Un abrazo. :::sonreir1:::
     
    #3

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