1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

La iglesia informatizada

Tema en 'Prosa: Cómicos' comenzado por Old Soul, 30 de Mayo de 2015. Respuestas: 0 | Visitas: 778

  1. Old Soul

    Old Soul Poeta adicto al portal

    Se incorporó:
    2 de Septiembre de 2011
    Mensajes:
    1.374
    Me gusta recibidos:
    573
    La iglesia de San Vicente de León, en cuanto se refería a sus anchos muros, el frescor del aire, el olor a incienso y el silencio que normalmente la habitaba, era una iglesia como otra cualquiera. Pero ahí acababan sus semejanzas pues el padre Pedro, párroco del templo y licenciado en ingeniería informática, había instaurado las más actuales tecnologías.
    Todos los asiduos feligreses poseían una tarjeta con un chip que tenía diversos usos. Podían insertarlas en los cepillos electrónicos para pulsar en su pantalla táctil la cantidad que se quería donar. También podían usarla para activar el artificio de velas y cirios que, al encenderse, simulaban una llama del color elegido. Del mismo modo, en los nichos de las paredes, donde se encontraban las imágenes de los santos, unas máquinas despachaban unos pequeños auriculares con los que se podía escuchar la vida y milagros del santo representado.
    Pero no acababan ahí las novedades introducidas por el padre Pedro. Los bancos poseían pantallas de plasma táctiles en los que se podía leer el sermón en directo o, a modo de karaoke, los cánticos que el cura seleccionaba desde el ordenador portátil que, adornado con una luminosa cruz dorada, siempre tenía sobre el púlpito. La iglesia también poseía una cinta transportadora, para los más ancianos y los lisiados, la cual, con un marcador que se encontraba en la entrada, llevaba hasta el banco seleccionado. Además, el meticuloso padre había colocado un sensor en la fuente de agua bendita que a cierto nivel del bendito elemento enviaba una notificación a su teléfono móvil para reponerlo puntualmente. Y es que era tal su fe por las nuevas tecnologías que el párroco había instalado un ordenador en el confesonario en cuya base de datos existían los pecados y penitencias correspondientes. Actualizados automáticamente, según la base de datos del mismísimo papado, por un programa que él mismo había creado.
    El padre Pedro también había querido añadir unas luces parpadeantes, como las de las pistas de los aeropuertos, desde la entrada hasta el púlpito, pero, José, el sacristán, le consiguió disuadir de tal idea.
    Y así funcionaba la iglesia de San Vicente de León, con gran efectividad. Cosa que llenaba de júbilo al padre Pedro, pensando en equipar tecnológicamente todas las iglesias. Y así saciar su ambición, su íntimo anhelo, demostrar que la ciencia no estaba peleada con la fe. Creía que su iglesia era perfecta, ideal. Un modelo a seguir creado por él. Hasta que su no tan perfecta iglesia demostró que la perfección no existe.
    Y es que resultó que una joven y devota llamada María, avergonzada, fue a confesarse un día. Su pecado había sido que su novio de toda la vida la había besado. Así que el padre Pedro tecleó en su ordenador de última generación. “Besar antes del matrimonio.” Y, tras aparecer la respuesta de la consulta, le dijo a la joven que rezase dos padres nuestros y un ave maría.
    Al día siguiente regreso la joven María, más sonrojada de vergüenza, con la cabeza gacha, y en confesión dijo que su novio le había tocado un pecho. Así que el cura tecleó. “Tocamientos antes del matrimonio.” Y, leyendo, le dijo a la joven que rezase cuatro padres nuestros, dos ave maría y un credo.
    Pero el caso es que la joven María regresó una tercera vez, esta vez más avergonzada que nunca, sonrojada con un rojo intenso, sin saber dónde posar la vista.
    Al entrar en el confesionario se quedó prácticamente muda, contestando a las palabras del cura en un tono casi inaudible. Hasta que, al oír la pregunta de cuáles eran sus pecados, después de unos momentos consiguió pronunciar. Con un hilo de voz, casi de forma imperceptible, tremendamente azorada. “Mi novio me ha metido la puntita...” A estas palabras el padre Pedro quedó estupefacto. “¿La puntita? ¿Qué se supone que debo escribir yo ahora?”, pensó. Y se puso a divagar. “Lujuria. ¿Lujurita? ¿Dentro la puntita? ¿Pene erecto, vulva abierta? ¿Roce de capullo con vagina? ¿Vagina abierta? ¿Pene casi fuera? ¿Vulva con glande dentro? ¿Penetración prepucial?” Y sin saber qué poner hizo un compendio de todos las ideas que se le ocurrieron y escribió. “Penetración prepucial, antes del matrimonio, con el pene casi fuera, el glande dentro, la vulva abierta pero no tanto la vagina.”
    El ordenador no tardó más que unos segundos en dar su respuesta. Dejando al padre Pedro impactado, anonadado. Al descubrir que la que creía su perfecta iglesia no lo era. La prueba de que, aún hoy en día, la ciencia y la fe se enfrentan. Así se vio debatiendo con su doble moral de cura e informático. Su ciencia y su fe. Hasta que, en su apuro, sin pensar mucho más, resolvió la solución y, sin apartar la vista del monitor, aún impactado, le dijo a la joven. “Anda, ve a donde tu novio y dile que me haga el favor de metértela entera… que me han salido decimales.”
     
    #1
    Última modificación: 31 de Mayo de 2015

Comparte esta página