La noche.

La noche.
¡Qué miedo al abrir esa ventana! La noche continúa, un rostro inédito deambula sigiloso en el espejo, el viento no te llama por tu nombre, y todo lo que palpas te es extraño...
Lo lógico, al día siguiente, dirás, es caminar sobre la línea recta, ponerle como siempre dos de azúcar al café, cuidarse de los gatos negros, repetir la oración sabida hasta el cansancio, andar al uno-dos de la puerta a la calle, de la calle al trabajo, edificar a diario tu muro de rutinas, regresar agotado y maldiciendo los cuatro días que aún faltan para el sábado, la jaqueca consuetudinaria, el tiempo-tortuga, y el vuelo de la mosca.
Ya en casa: la familia y el mar de noticias, el beso mecánico a tu mujer, más una norma ya que una muestra de afecto, los hijos que no ves sino en súbitas apariciones y cuando tienes que ejercer tu autoridad para enseñar quien manda, el café y dos de azúcar, el mundo de cabeza en un televisor decrépito que no es culpable de tal efecto, los ojos abotagados de sueño, la cama que espera resignada la batalla amorosa y el derrumbe de cuerpos saciados parcialmente.
A media noche, sin saber por qué, despiertas intranquilo y un vientecillo frío se te enreda en las manos, mientras oleadas ardientes descienden de la nuca erizada a la espalda. Todos, menos tú, duermen. De golpe recuerdas, sentado al borde de la cama, aquel rostro sin rostro, la ventana, la noche... todo lo que tocas se convierte en una masa amorfa, Rey Midas de octava clase; conteniendo la nausea que te crece caminas sin sentir el suelo, a tu alredededor, un mundo de objetos flota anárquicamente igual que pájaros petrificados, sacas dos o tres palabras viscosas de tu boca, desmesuradamente abierta, y amasas con ellas un alarido que nadie escucha, los relojes disparan agujas y explotan en tiempos infinitamente lentos... atraviesas de un salto el cristal liquido de la ventana y la calma renace en tus entrañas.
Afuera, un esqueleto anda en círculos buscando hormigas invisibles, una mujer desnuda, de risas huecas, rueda incansablemente una manzana sobre el lomo de un animal herido, un hombre, sin ojos, enrolla en su vientre un ombligo kilométrico después de haber burlado un laberinto. Atónito observas. Tus pies renuncian a ti y se pierden en la distancia, caes con la impotencia de una estatua, caes sobre multitudes de manos y cuchillos que nacen abruptamente de grietas oscuras como fauces; de un cajón de tu frente saldrá una mariposa disecada que el primer viento ligero ha de desmoronar cuando de tu cuerpo broten nubes azules y arcos iris palpitantes, un espasmo y otro... y otro...
Cierras los ojos. La agonía se posa sobre tus parpados con suavidad de alas y ternura inefable. Un sueño apacible lo borra todo. Ahora eres solo un alocado fluir de de átomos y partículas, la tierra te succiona, reclama su hora impostergable, te reclama...

 

Ha sido un placer amigo Arre-ola leer este relato surrealista, melancólico de arrastrar los días hacia una pesada muerte constante, donde el pasar monótono hace que la mente busque subterfugios paralelos a la vida real. Saludos amigo******************

 

Gracias por tu visita y tus amables comentarios maese panch.
Un abrazo.