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La Piedra Blanca (terror)

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Évano, 9 de Enero de 2013. Respuestas: 6 | Visitas: 1122

  1. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    -¿Por qué te has metido ahí? Pareces gilipollas.
    -¿Y tú por qué has cerrado la puerta? Ahora no puedo salir.
    -Están llegando los dueños. Nos van a pillar aquí dentro.
    -¡Qué quieres que haga, no puedo salir!
    -Está bien. No hagas ruido. Me esconderé detrás de la cortina. ¡Cállate, que ya entran!



    Diego y Carlos, dos niños de once años de un barrio metropolitano de Barcelona no acudieron al colegio, hicieron lo que ellos llamaban novillos o campanas. Oyeron de los mayores que en la casa de las afueras del barrio, la que se hallaba sobre un pequeño otero y a la que llamaban la Piedra Blanca, ocurrían cosas extrañas, que surgían voces de ultratumba y se oían arrastrar cadenas y golpes secos en paredes y techos, y que te entraba un frío muy raro por el cuerpo y que salía de las bocas un vaho grisáceo, aunque el día fuese caluroso.

    Uno al otro se convencieron, que eres un gallina, que tú no te atreves, cobarde, que yo sí. Y así, el uno por el otro, se encontraron dentro de una casa solitaria, rodeada de unos cipreses que lindaban con el cementerio, asustados y acorralados, sin poder salir por temor a que los dueños los castigaran o los llevaran a la policía o, quién sabe si para encerrarlos en una mazmorra o matarlos.

    Carlos había subido a la habitación matrimonial y vio un gran armario empotrado que tenía la puerta abierta. Entró dentro del armario empotrado y Diego, que iba detrás de él, la cerró. La puerta carecía de pomo y de agarradero. No se podía abrir. Por fuera era imposible y por dentro tampoco, por muchas patadas y puñetazos que pegara Carlos.

    Diego temblaba tras la gran cortina roja. Oía a su corazón latir como un tambor lejano y su respiración hacía ondular a la pesada cortina. Pensó que sería mejor darse la vuelta y mirar por los cristales al exterior de la casa. Era necesario que se tranquilizase un poco.

    Girándose lentamente para que la cortina se moviera lo menos posible, para no ser descubierto, se daba la vuelta cuando oyó el portazo de cierre de la puerta principal de la casa, que estaba en la planta baja. Se sobresaltó y tembló por un instante. Continuó dándose la vuelta y se encontró de frente con el rostro de una niña.

    Diego se quedó aterrorizado. No se podía mover ni gritar. Sus ojos querían salirse de los párpados y la respiración se le cortó. Tras los cristales, en el balcón, la niña, con la palidez de los difuntos, lo miraba.

    Diego cerró los ojos. La visión de esa niña, de su edad más o menos, vestida con un traje blanco de comunión con manchas rojas y hecho jirones, con la cara blanquecina y los ojos ensangrentados y el pelo negro y sucio, delante de unos cipreses que dejaban entrever por sus espacios las cruces del camposanto, le aterrorizó tanto que se vio obligado a cerrarlos al instante. Cuando los abrió, en frente suyo no había nadie, tan sólo las columnas de mármol de la barandilla del balcón.

    El leve vaivén de los cipreses al viento y la oscuridad que empezaba a reinar en el cementerio lo sumió aún más en un entresueño malévolo. Ahora estaba totalmente quieto, con la mirada perdida en el horizonte de cipreses y cementerio. Mientras, los cuervos cortaban de negro el paisaje y la luna ascendía por la esquina de su ojo izquierdo. La cortina de su espalda no se movía absolutamente nada. Un vaho grisáceo que parecía surgir de las entrañas de la casa y que pasaba por las suyas empañaba los vidrios, acrecentando todavía más la imagen que tenía delante, ya de por sí terrorífica.

    A Carlos se le había escapado un poco de orina que descendía por su pierna derecha. Su corazón latía, enviando más sangre de la cuenta a su cerebro, teniendo la sensación que su cabeza también latía. Le temblaba todo el cuerpo y el roce de los vestidos que colgaban en las perchas en la absoluta oscuridad le hacían imaginar horrores que hasta entonces jamás hubiera pensado. Susurraba bajito, llamando a su amigo Diego.

    Algo le apretaba suavemente el brazo. Quiso gritar, pero no pudo, los dos miedos cerraron su boca: el del ser descubierto y el del terror, ese que te paraliza hasta los músculos de las uñas.

    Desde la planta de abajo se oían voces, gritos, insultos y golpes y ruidos de objetos estallando contra paredes, suelos, mesas y armarios. Este escándalo sacó del letargo a Diego. A Carlos todavía no, ya fuera por sentirse atrapado en la oscuridad y por su estado de terror puro, o porque el armario empotrado lo insonorizaba.

    Diego oyó un golpe fuerte y seco y de pronto se instaló un silencio tenso en la casa mientras los cipreses se balanceaban violentamente de un lado a otro y la luna parecía iluminar a la niebla del cementerio.

    Oyó abrir la puerta principal y al rato vio a una mujer arrastrando el cuerpo de un hombre hacia los límites de la casa con el cementerio mientras la sangre le brotaba de la cabeza e iba dejando un reguero de gotas que les seguían.

    Rápidamente se retiró de las cortinas para no ser visto y avisar a Carlos.

    -¿Carlos, me oyes... Carlos? Me voy. La mujer ha matado a su marido y lo está arrastrando a la valla del cementerio. Seguro que lo ha matado ella y lo quiere enterrar. Yo me voy a pedir ayuda. Espérame y no hagas ningún ruido.

    -No, no te vayas Diego, no me dejes solo, por favor. Aquí dentro hay alguien.

    -No hay nadie carlos, es el miedo que te hace ver y sentir fantasmas.

    -No, no es el miedo, hay alguien.

    -Yo también he visto a un fantasma, Carlos. Tienes que ser valiente. Me voy, tengo que irme, ahora que puedo. Si nos pilla nos matará a los dos. No te preocupes, no te voy a dejar tirado.

    Diego salió del dormitorio de matrimonio como si le siguieran todos los fantasmas de las películas que había visto y bajó como un rayo las escaleras. Empuñó el pomo para abrir la puerta que daba a la salvación y en ese momento unos brazos poderosos de hombre lo retuvieron y lo elevaron del suelo.

    -¿Y tú quién demonios eres? ¿Qué diablos haces dentro de esta casa?

    La mujer que arrastró al muerto entró en ese momento, mirando fijamente al niño.

    -Tienes que deshacerte de él. Me ha visto. Sabe que lo hemos matado.

    -Yo no he visto nada señora, se lo juro. ¡No he visto nada!

    -Enciérralo en el armario empotrado, donde encerramos a los hijos del que vamos a enterrar. Luego nos ocuparemos de él.

    Diego era subido por las escaleras por unos brazos poderosos e introducido al dormitorio donde estaba su amigo Carlos. Allí vio al hombre abrir la puerta del armario empotrado con un destornillador, lo utilizó como palanca, y al suelo de punto de apoyo, tirando hacia arriba. Arrojó a Diego al interior y empujó la puerta, que se cerró para siempre, con los dos niños.



     
    #1
    Última modificación: 10 de Enero de 2013
  2. marea nueva

    marea nueva Poeta veterano en el portal

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    Ups!! por eso hay que andarse con cuidado o pueden pasar cosas tenebrosas... lo aprendieron de mala forma Diego y Carlos , un placer leerte estimadisimo Evano, abrazos + abrazos+abrazos!!
     
    #2
  3. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Muchas gracias señora Ethel por pasear por este armario empotrado, que a veces creo que los ordenadores son eso, armarios empotrados que te conectan con los mundos irreales e impalpables.

    Se la saluda afectuosamente y muy cordialmente.
     
    #3
  4. Dennisse

    Dennisse Invitado

    estremecedor
    todo el contexto
    gracias por compartirnos
    Denn
     
    #4
  5. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Muchas gracias a usted Dennisse por pasear por esta casa de terror.

    Saludos afectuosos, como siempre.
     
    #5
  6. tyngui

    tyngui Poeta que considera el portal su segunda casa

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    relatos de este cuento de terror, que lo dejan a uno impávido, inmóvil, sin refugio donde esconderse.
    excelente Évano como siempre tan efectivo.
    saludos
     
    #6
  7. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Muchas gracias, señor tygui, por tan agradable visita.

    Se le saluda.
     
    #7

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