La suerte no es para los poetas.

Recuerdo una noche mágica
en la que se me olvidaron los motivos por los que escribir.
Pues no sentía ni odio, ni amor;
ni dolor, ni felicidad.

Recuerdo la angustia
de no reconocer las palabras que ofrecerme,
al contemplarlas en el reflejo de un espejo vacío
que no quería mostrarme nada.

Mi desesperación
me hizo tener siete años de mala suerte.
Pues me enfrenté a él
y creí haber perdido.

Y en esta vorágine de suerte nefasta
y folios en blanco.
De noches de velas encendidas y bombillas apagadas...
De repente,
una comienza a parpadear.

Desde entonces,
cada noche rompo el espejo en el que miro.
Busco por las calles gatos negros
y quemo cada trébol de cuatro hojas que encuentro.
Desde entonces,
cada noche derramo sal en toda herida que me descubro.

Pues la suerte,
compañero,
no es para los poetas.​

 

A veces ni los poemas.