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La última venta es la vencida

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Starsev Ionich, 23 de Septiembre de 2021. Respuestas: 0 | Visitas: 337

  1. Starsev Ionich

    Starsev Ionich Poeta asiduo al portal

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    La última venta es la vencida.

    Decidí abrir de nuevo el negocio los domingos. Era mi segundo esguince de tobillo y era imposible seguir participando en el campeonato de futbol. Además, las ventas en la ferretería habían bajado y necesitaba ingresos extras. El domingo anterior había sido excelente. Toda la competencia descansaba ese día, y los laboriosos maestros o constructores debían empezar, terminar o continuar con sus obras, así fueran infieles -al menos un domingo-. y le compraran al vecino de su proveedor habitual. A veces daba la casualidad de que no eran bien atendidos en otros negocios, y atenderlos un domingo de manera servicial podía garantizar verlos comprando entre semana.

    Este domingo para mi desgracia no fue igual que el anterior. Normalmente, abría de 8 am a 1 pm, y sobre el medio día ya se sabía si, el día había sido muerto o podía mejorar. Pues faltaba un cuarto para la una y yo solo había vendido un pliego de lija, un kilo de yeso escayola y una mísera espátula plástica.

    Había decidido empezar a cerrar lentamente el almacén, como quien no quiere, esperando el cliente que me salvara el día y justificara haber ido a trabajar en un día hecho para descansar. Luego de entrar las canecas que se ponían en la exhibición y poner los candados de la ventana desde la cual se podía divisar la exhibición de herramientas sobre los escaparates, apareció un hombre con mucho afán, vestido de maestro, con salpicaduras de pintura aun frescas en su overol y casco amarillo.

    Finalmente, mi espera había servido y al menos no me devolvería a casa sin bajar bandera como se debía. Me extrañó que yo no recordaba su rostro, porque definitivamente tenía que ser cliente, ya que se dirigió hacía mi como si ya le hubiese atendido.

    -Hola don Gregorio como va, menos mal yo llego antes de que cierre. Estoy necesitando unos materiales. Llegué antes para que me tome el pedido. Mi socio ya viene a recogerme pues hoy necesito entregar esta obra…- Comentaba de manera muy afable.

    Mientras yo tomaba el pedido y realizaba un recibo sencillo para evitar hacer una factura y pagar al estado el IVA, el hombre hablaba todo el tiempo con la persona que lo iba a recoger, su socio; y por lo que hablaba entendía que estaban remodelando una peluquería de esas lujosas que en una peluqueada uno se va quedando sin orejas.

    Me pidió dos bultos de cemento, arena de peña en lonas y un kilo de impermeabilizante para la mezcla. También pidió media caneca de estuco y un galón de pintura blanca. Lo que me explicaba era que tenía que empañetar y terminar un muro. Por otro lado debía: ¡rellenar 500 metros lineales de juntas!

    Pues a partir de este último requerimiento, se esbozó en mi rostro una leve sonrisa del deber cumplido, ya que esto significaba que por lo menos necesitaría unos cincuenta cartuchos de silicona a base de poliuretano que, afortunadamente tenía disponibles y había comprado para un contra-alza. Me significaba por lo menos el 60% de ganancia y teniendo en cuenta que cada cartucho se vendía a treinta mil pesos pues se podía considerar una buena venta. Los materiales adicionales: cemento, arena, estuco, pintura, era el material que se debía tener…, para poder vender el producto que dejaba una mejor rentabilidad. ¡el sacrificio de domingo había tenido resultado y yo podía irme satisfecho a casa!

    Cuando terminé de alistar los productos, noté que don Carlos –así se llamaba el cliente-, discutía con su socio, ya que no podía recogerle. Se escuchaba bastante molesto y la persona al otro lado de la bocina definitivamente también lo estaba.

    En el momento del pago sacó una tarjeta de crédito, a lo que repliqué que de esa manera el pago aumentaría el 5 % por la comisión del banco. Noté su cara de malestar, pero, aun así, accedió a realizar el pago con el recargo sin ningún problema. Desafortunadamente la tarjeta no pasó y no contaba con el efectivo. Agradeció, por mi atención preguntándome si había otro depósito de materiales abierto, no sin antes sugerirme que si podía llevar el material y el me lo pagaba contraentrega al pedir la plata por la caja menor del negocio que estaba remodelando.

    Sentí un poco de desconfianza, pero por otro lado me pesaba, dejar ir a ese cliente y perder la venta, entonces le propuse que aprovechando que no tenía transporte yo podía llevarle el material y que me lo cancelara allá en el sitio de entrega.

    Después de todo su cara me sonaba, me había comprado antes, sabía mi nombre, y el de mi madre que eventualmente me reemplazaba, incluso me preguntó cómo seguía mi madre de salud, pues por esos días la habían operado de un quiste.

    Don Carlos esperó a que yo cargara su material, y cerrara el negocio, antes de salir compró roscones con Coca cola en la panadería del lado. Era agradable terminar la semana con personas serviciales y con una buena venta.

    Puse el material en el platón de la camioneta y empaqué los cincuenta cartuchos de poliuretano en una caja que decidimos llevarla, mejor, en la cabina del carro para evitar un robo. Durante el camino, me enteré que don Carlos estaba pasando por un momento difícil, se estaba separando, y tenía un hijo con una discapacidad cognitiva, que era responsabilidad únicamente de él, pues su mujer le había dejado esa carga y su hija mayor ya se había ido de la casa. Empaticé con el hombre cuando escuché su historia entre lágrimas y una voz entrecortada.

    Llegamos al centro comercial Rosales, me dijo que fuera parqueando el carro, y ya bajábamos el material…, le contesté que no había problema, finalmente no debía preocuparme ya que primero descargábamos el carro y luego me cancelaba. Era un hombre muy amable. Luego de parquear y que pasaran tres minutos revisé el número celular de don Carlos que había anotado en el recibo. Me contestó y me dijo que ya bajaba con el dinero. Corté el teléfono y escuché, en la radio, durante unos minutos el clásico entre los dos equipos de la capital.

    Luego de unos minutos sentí un escalofrío al percatarme que la caja de las siliconas no estaba a mi lado. Una caja que no pesaba más de diez kilos pero que costaba un millón quinientos a comparación de los doscientos mil pesos que tenía en el platón entre cemento, estuco y arena…

    Volví a llamar a don Carlos, pero esta vez era imposible la comunicación –sistema correo de voz-. Luego de unas cuantas llamadas fallidas de más, empecé a llorar de la rabia y me di cuenta que el hijo de puta me había timado desde el principio. Me di cuenta que los centros comerciales tienen más de una salida y que no valía la pena buscar la peluquería –que no existía-, ni a don Carlos, que ya no era don. Era un hijueputa que aparte de hacer el mal, era de esos que disfrutaban cada minuto viéndole la cara de pendejo a uno. Claramente, ese fue el último domingo que abrí la ferretería.

    FIN
     
    #1

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