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La vieja señora

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Pessoa, 26 de Mayo de 2016. Respuestas: 7 | Visitas: 540

  1. Pessoa

    Pessoa Moderador Foros Surrealistas. Miembro del Equipo Moderadores

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    LA VIEJA SEÑORA


    La vieja señora, desde el fondo de su raído sillón de orejas observaba a través de las cortinas entreabiertas el parquecillo de enfrente, en el que los juegos de unos pocos niños de la calle la distraían y la presencia de algún viejo jubilado que los contemplaba le arrancaba una sonrisa como de conmiseración, como de aceptación solidaria de esa invalidez que produce el deterioro de los años (la edad, que se dice) con un deje de inevitable melancolía.

    La vieja señora era ya un mueble más de aquella enorme y secular mansión que tanta vida tuvo y dio; ahora, en la noble biblioteca -un mero museo de libros polvorientos y descuidados, colocados en ringleras desdentadas- sentada horas y horas en aquel sillón que enfundaba su cuerpecillo enteco, casi traslúcido, envuelta en la toquilla de lana negra que ella misma se tejió hace apenas... ¿tanto tiempo ya? oía disolverse el tiempo al pausado ritmo del péndulo del reloj de pared.

    Doña Lorenza hacía esfuerzos por recordar cuándo fue la última vez que pisó la calle. Sí; debió ser cuando... todavía vivía mi Enrique, fuimos juntos a tomar un helado (¡cómo nos gustaban aquellos helados!) a la Granja Paquita, sí, allí donde servían unos churros tan ricos. La falta de memoria como cortafuegos a la tristeza, el borrado de los datos de su plana biografía como alternativa a esa mínima y actual vivencia de una pobre anciana curioseando desde su sempiterno y único observatorio.


    Son pocos los acontecimientos imprevistos a los que Doña Lorenza, la vieja señora, tiene la oportunidad de asistir. Hoy, precisamente, han estado en el parquecillo un grupo de personajes vestidos con extrañas túnicas color azafrán, que tocaban instrumentos exóticos, cantaban y danzaban como ella nunca vio ni oyó. Desde luego la vieja señora ignoraba que fuesen monjes budistas, una secta foránea, una excrecencia cultural de la que ello lo ignoraba todo.

    Mientras alborotaban en el pequeño parque ella refugió su miope mirada en el piano, hoy sólo un elegante mueble (“del salón en el ángulo oscuro...” recordaba todavía los versos de Bécquer de cuando iba a la escuela), sediento por rociar con su música aquel ambiente en el que tantas tardes sus nostálgicas notas eran el punto aristocrático de las reuniones, de un refinamiento provinciano , con aquellos amigos que amaban, como Enrique y ella misma, los placeres elevados del espíritu. Y también, porqué no, los deliciosos “frutos de sartén”, pestiños, almojábanas, torrijas... que preparaba la Sinfo, aquella dulce y callada sirvienta que trajeron del pueblo, como era frecuente entre las familias acomodadas en la época de su juventud, servidos con unas "místicas" mistelas elaboradas por los monjes de San Baudilio.

    Amigos que, como los días y los años, empezaron a faltar en un goteo constante. Los que iban quedando sabían el motivo. Nunca fue la desgana, ni los alejamientos por amistades rotas. Todos sabían las crueles razones, pero apenas si las susurraban en apartes, entre pieza y pieza desgranada en el viejo piano; aquellas ausencias hacían daño, aún en las esclerotizadas sensibilidades de aquellas gentes sensibles. Ahora, en los momentos en los que la nostalgia de aquellos viejo tiempos recubría como con una pátina dorada las figuras de las que ya no están, una luz tibia, dorada y difusa, corporeizaba aquellas añoradas ausencias. No, Enrique no. Él nunca me dejará sola. Su foto, descolorida, enmarcada con un refinado marco de plata vieja, era uno de los pocos objetos que desde el veladorcito cubierto con un primoroso tapete de ganchillo -aquellos primores artesanos que salían de sus manos antes de que la artrosis... La foto de Enrique, tan elegante, los lentes de ver de cerca, una jarrita de agua cubierta con un paño a juego del tapete, un ajado libro de poemas, abierto siempre por la misma página, eran su compañía en aquellas horas de interminable soledad. "¿Cuando regresarás, Enrique? Me gustaría tanto volver a la Granja Paquita, aquellos helados, aquellos churros calentitos, contigo..."

    Doña Lorenza sintió un escalofrío recorrer su menudo cuerpo. Se arrebujó en la vieja toquilla y extendió sobre sus rodillas la tibia manta de viaje que un día le regaló Enrique; la trajo desde Austria (eso me dijo, aunque ¿a qué tuvo él que ir a Austria?) El tibio sol de finales de verano, por lo avanzado de la hora vespertina, no lograba ya
    templar la estancia. A ver si llegaba pronto la asistenta social que le enviaba el Ayuntamiento para... para comprobar que aún seguía viva, porque para otra cosa...

    Sintió como una punzada en su costado. No debiera pensar mal de quienes trataban de ayudarla. No era ni mucho menos religiosa, pero sí había recibido una educación en el respeto a los demás, sin distinción de clases. Pues aquella joven voluntaria se encargaba durante tres horas al día de mantener la casa en orden (al menos la zona habitada, pues muchas dependencias estaban cerradas por falta de uso), ayudarla en su aseo personal, preparar las frugales comidas y darle algo de conversación. Vamos, igual que la Sinfo, pero (así lo veía ella) con la fría profesionalidad y distancia de una empleada municipal.

    Oyó cómo se abría la puerta de entrada. Los pasos de quien había entrado resonaron quedos en el pasillo. Pero junto a los conocidos y leves pasos de Inmaculada, la asistenta, oyó otros más pesados, como de hombre. La puerta vidriera del salón se abrió violentamente: “Ahí la tienes, Juan. Esa es la vieja avara. Acabemos ya. Un solo golpe será suficiente, procura que no alborote.”


    Doña Lorenza sonrió con dulzura y fijó su mirada en el parque vecino, ya casi en penumbra. “Ya has llegado, Enrique. ¿Porqué has tardado tanto? Ya no volverás a dejarme sola, ¿verdad? Anda, léeme otro de esos poemas que tanto me gustan...”. Las primeras estrellas comenzaban a brillar en un cielo que Doña Lorenza encontró hoy familiar, casi hogareño.
     
    #1
    Última modificación: 26 de Mayo de 2016
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  2. elena morado

    elena morado Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Voy de camino a casa, en el bus, aún me queda una hora para llegar.

    Muchas gracias por haber hecho el trayecto mucho mas agradable. Me gusto mucho la referencia a los tapetes de ganchillo, yo tb ganchillo pero tuneado, todo se moderniza.

    Y en los brazos del sofa, jamás, penado con la cárcel tendría que estar jaja.

    Que pena me dio cuando llegue al final.

    Un saludo.
     
    #2
    Última modificación: 27 de Mayo de 2016
  3. Pessoa

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    Hola, Elena: quiero agradecer tu simpático comentario a mi cuento. Es la primera vez que a un relato mío se le da una función utilitaria: distraer un rato a una pasajera de autobús no es cosa que no tenga su importancia. Muchas gracias. Aunque también es posible que te perdieses alguna vista interesante; el autobús es un observatorio que, a diferencia del de la protagonista de mi cuento, es dinámico, móvil, permite contemplar, aunque sea fugazmente, multitud de escenas durante el trayecto. Espero que finalmente mi relato fuese más interesante que lo que sucedía en la calle. Un cordial saludo.
    miguel
     
    #3
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  4. elena morado

    elena morado Poeta que considera el portal su segunda casa

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    te aseguro que tu relato fue mucho mas interesante.

    No son viajes por placer a tierra extraña, que es ahi cuanto te fijas en el paisaje y en los viajeros y sobre todo en verano, que no ves mas que familias y pelotas de playa, y gente eufórica y perros flauta y guiris ajajaj, hay de todo.
    viajo para ir a trabajar todos los días, y casi siempre somos los mismos, asique son viajes de esos que no tienen importancia, que solo te sofocas cuando el conductor da un aceleron, pero pasas del paisaje y de todo, o duermes o entras a mp a leer cuando hay wifi, ajaja

    los tapetes de ganchillo dan para muchos relatos, mi madre en una de las casa que vivimos tenia la casa llena, y los de los brazos del sofa, eran auténticos quebraderos de cabeza.

    ostia como se movieran un centimetro, se liaba la de dios es cristo ajajajajç

    esos eran los más traicioneros, ya los del respaldos procurabas sentarte hacia delante ajaj

    mira que gracias a ti igual escribo algo con esto, monólogo tipo club de la comedia, por supuesto haciendo referencia a doña Lorenza, ya veremos que soy vaga para escribir ajajaja.

    un saludo y gracias a ti
     
    #4
    Última modificación: 27 de Mayo de 2016
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  5. Pessoa

    Pessoa Moderador Foros Surrealistas. Miembro del Equipo Moderadores

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    Gracias de nuevo por tu respuesta, El-ena-morado. Te animo con todo entusiasmo a que escribas sobre viajes, tapetes de ganchillo y todas las Doñas Lorenzas que puedan inspirarte. Me parece que tienes una escritura ágil, informal y, dentro de lo que se puede, provocadora, rupturista. Todo un lujo para leer. No seas perezosa y adelante. Más saludos,
    miguel
     
    #5
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  6. Uqbar

    Uqbar Poeta que considera el portal su segunda casa

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    He ido disfrutando mucho de todos los detalles del relato, como si de un urdimbre se tratara, en los dos sentidos de la palabra. Una suma de recuerdos y el presente que es un guiño a lo que fue también.
    El final, un desbocado en contraste con lo placentero de esa dulce narración, da un giro de tuerca intenso.

    Como siempre Miguel, es un verdadero placer disfrutar de tus creaciones.

    Pd: Tengo en mis "pendientes" varias de tus obras, en cuanto me libere de estos periodos ajetreados en los que estoy inmersa, me lanzaré en picado a bucear entre la sutilidad de tus palabras.

    Abrazos,

    Palmira
     
    #6
    Última modificación: 29 de Mayo de 2016
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  7. Luis Adolfo

    Luis Adolfo Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Me ha gustado mucho tu cuento, Miguel. Escribes muy bien en prosa. Dominas la sintaxis, la ortografía, el vocabulario .... Y además consigues condensar en unas pocas líneas, un cuento bien resuelto. ¿Qué más se puede pedir? Excelente trabajo, Miguel. ¿Cuántas abuelitos y abuelitas, en su infinita inocencia, habrán sido víctimas de la codicia de familiares o extraños personajes aparentemente de espíritu altruista?
    Abrazos, apreciado y admirado, poeta
     
    #7
    Última modificación: 27 de Mayo de 2016
  8. Eratalia

    Eratalia Con rimas y a lo loco

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    Había olvidado que leerte era un lujo. Un lujazo y un placer.
    Aunque en este caso se me han erizado los pelillos de la nuca.
    Sorprendente el final, aunque no tanto.
    No faltan desalmados en la vida real como esos: Un solo golpe será suficiente. Procura que no alborote.
    ¿Cómo es que no te dedicaste a escribir como modus vivendi? No me lo explico.
    Abrazos y besis.
     
    #8

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