La visión sobre las runas de una civilización

No quiero ser un necio arraigándome al hoyuelo que ha hundido sus raíces de congoja sobre mi franco pecho, sobre la misma gnosis de un juicio que exhuma los restos de una humanidad y sus dogmas apócrifos.
Mientras sube mi alma al cielo y a su vez es derribada por las garras de un caído, en los campos Tártaros y sus llanos de culminación, mientras es arrastrada hasta emparedarse en un muro de eternos lamentos. Es que se escapa en la postrema cobardía de la inocencia un cuerpo y su aura, esa que como tal, jamás mostrara los vómitos de la traición. Y con la reminiscencia del pecado me pregunto:
¿la excomulgación existe y la paz vital para el alma en lo eterno?
Una premonición me da la impugnación con el reflejo de un difunto peregrino que no goza de los derechos mundanos y terrenales. Solo deambula en el ribete de un limbo marginado por el cuerpo. Me responde a mi mismo...
¡El retiro existe en la partida sublevada, en la lágrima de la estatua de la virgen ensangrentada!¡ En el ataúd de una gélida sepultada, en mis aposentos rancios y en el cuerpo exhumado de un lacónico ayer! También existe en el raciocinio de un sano juicio o será en la desquicia, producto del dolor dilapidado.
¡Vamos! Clamo con vigor; la marcha subsiste con el fardel de un desolado ápice
por el hastío y la cólera. En la adoración de la bestia y en la laceración del linaje marchito de un escueto ornamento de rosales y claveles, funesto aire que expela el emparedado sentimiento en las mazmorras de un recinto hecho con caliza y azufre.
Ámbito que merodean las fieras del averno…, esas mismas que se hacen llamar hombres, feudos y señores que profesan un evangelio y llevan la llave Salónica al mal pesar, su distintivo y su credo es el indulto con la ofrenda de los corderos, el rabadán de ofuscados, necios y ingenuos que los conduce hacia la agonía perpetúa; postrado como el imperio de Tartesia, en las profundidades de un piélago sombrío en el atlántico. La tierra sufre su mismo dictamen mientras llora por la sangre extirpada de un ángel del cielo, el mismo consumido con el fuego eterno de la blasfemia y de la inquisición, acusado de brujería y nigromancía, desterrado del regazo de Dios.
Lo apedrean, lo torturan y lo queman en la hoguera sentenciando nuestra gracia de la emancipación. Y fue entonces enervado que pregunto...
¿Mi señor, a quién servir con estos atributos? ¿Qué tótem o ídolo hay que adorar para la salvación? ¿Qué santa imagen apedreamos por su repulsión? ¿Qué falsedad debo sustentar o cómo llevar la palabra de un vaticinador? ¿Sobre la sangre de quién, hemos de caminar?
En el silente de la noche no oigo respuestas, solo veo la consternación de una cruz consumiéndose en la hoguera, frente a los ingenuos peregrinos que ven un mañana.

 

Vaya danie, muy interesante tu poesía que nos compartes en esta oportunidad, con interrogantes muy profundas, como siempre es un gusto recorrer tus inspiraciones.
Un abrazo y muchas bendiciones!

 

No hay respuestas. mejor adora al que ves todas las mañanas frente a ti, cuando te afeitas o te peinas. Un besito danie.