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La voz de la sombra

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por Misogénesis, 4 de Mayo de 2013. Respuestas: 0 | Visitas: 406

  1. Misogénesis

    Misogénesis Poeta recién llegado

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    28 de Octubre de 2009
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    La sombra, esta vez sin rostro, más allá del adjudicado por un espejo, plañe en ausencia de los terrores extendidos extrínsecamente, desde la totalidad excluyendo al individuo, no obstante, perenne y ladino, torna la mirada hacia sí mismo, convirtiendo la carne en polvo, el pensamiento su propio enemigo.

    Retorno del anfitrión, alimentado por los miedos, perfilado en la carente expresión del dolor, más definido todavía por la carencia de amor propio. Estos demonios indeterminados, vísceras volviéndose contra vísceras, allanan el terreno de la locura, rayando la misma cuando, desvanecidos los motivos para la acción, se postula mi cuerpo para ser mi ataúd.

    Acompañado por las propias palabras y otros elementos inadvertidos, sentime arropado con la cálida sensación de esoterismo que adecuadamente podía alimentar mi ego, ahora bien observo, que ni las palabras son buenas acompañantes, ni de modo alguno se prestan a acompañar, a quien, por necesidad, clama el alivio por la muerte o por la vida.

    Cuando el castigo antecede a la redención, antecede incluso al acto, precede al pecado, uno intenta esgrimir las razones, reducir la incertidumbre, causar y nominalizar al diablo. Belial, aun así comprendo que es un demonio que llora por sí mismo, siendo mi nemesis y su propio antagonista, batalla por desgarrar su propio vientre, porque conoce el dolor, y el dolor es preferible a uno.

    La voz, autoconsciente y reparadora, insta a todos los sustratos a la renovación, rechazada en pro de la indefensión, más que aprendida, impuesta.

    Ella se recuerda a sí misma, evoca momentos en los que al margen de audible, pervivió palpable real y obstinada en su tarea de remontar al cuerpo. Así, hasta los ángeles son venidos a menos, en este caso, convirtiendo la fiel salvaguarda del cuerpo, sin dicotomía alguna; en un susurro que advierte de su propia desaparición.

    Cuan elevado ha de ser el grito, cuan alta la caída cuan grande el dolor, para movilizar esta desesperación, mutarla en sentimientos aprehendidos en la infancia, transmigrarla a un recipiente mas apto, el olvido. Pero y en sintonía con la redención, ¿acaso existe el olvido?, sin la testera separada del cuerpo, la cerviz como nexo perdido, hasta Dios duda el poder obviarse a sí mismo, aun con la gran paz en una mano.

    En ocasiones este mal indómito, relativiza su propia existencia, olvidando, esta vez sí, que el acto es la única via para su extinción y propiciando de esta manera su perseverante avance, del que no se conoce un paso atrás desde que el mundo constituyó la vida.

    En este confinamiento, la distancia más grande, la diferencia insalvable, la represión más voraz pernocta entre mi cuerpo y su propia vocación social, alejando manos oferentes, a golpe de dictados interioceptivos que narran la segura soledad que propicia este impulso.

    En el camino, soslayo a la realidad que nos determina, transcurre la idealización de esta última, insidiosa compañera, que mediante la anticipación, bien puede predisponer al delirio de que se asemejan sendas paseantes, cuando en efecto, es solo reflejo de las aspiraciones propias, y el fracaso flagrante de estas en sí. Nada puede ser más declarativamente obvio que, que la existencia de una frustración, la imagen de un fracaso es superlativamente mas definitoria que cualquier buen sentimiento, porque las personas somos cicatrices en el cuerpo de quien nos gustaría ser, somos visitantes de la idea de nosotros mismos, que únicamente rozan su ideal en la maldad que ellos mismos se proponen.



     
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    Última modificación: 4 de Mayo de 2013

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