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Lagrimal

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por Orfelunio, 12 de Abril de 2012. Respuestas: 0 | Visitas: 831

  1. Orfelunio

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    Lagrimal


    Estaban todos reunidos para despedir al muerto con la solemnidad y el silencio que requería la ocasión. Unas palabras, y procedieron a tapiar el nicho. Después, la despedida: abrazos, algún que otro sollozo y un último adiós al difunto… Y contestó. Se cubrieron de nubes grises los cielos y dio comienzo el llorar de las alturas. Al principio eran las lágrimas de Rocío, lo que luego fue una lluvia apocalíptica; lloraba Juan, lloraba Pedro, lloraba el muerto, lloraba el vivo, lloraban todos en aquel Valle Calamar para pasar a ser una tromba en una cresta de corral. Corrieron todos hacia la salida huyendo en lágrimas. El diluvio no era cosa menuda, ni pequeña la corrida. Fermento de la muerte, el mojado cementerio se inundaba de parte a parte; ya fuera, subieron a los coches protegiéndose de la riada cuando un torrente que venía desde el monte inundó toda la explanada. Allí quedaron zozobrando sin posible maniobra como barquitos de papel navegando entre las olas. Salieron unos al desastre y otros permanecieron dentro. Entre las aguas del río hubo quien consiguió llegar hasta la falda y comenzó a subir por los matojos de la montaña… Lo sentimos mucho, pero seguimos hacia arriba mientras los otros se ahogaban. A nuestras espaldas la catarata no cesaba. Por fin, en un recodo, divisamos cielos limpios y menos fuerza del agua. En la otra parte del monte, al mirar a la vaguada, había otro cementerio que aún no lagrimaba. Nos despeñamos poco a poco hasta llegar a enormes cuevas. Investigamos su interior de suelo pantanoso y decidimos descansar para salir de tantos trocos. La idea era llegar al desfiladero para bordear la gran laguna, y una vez alcanzada la llanura tener la vía libre y acceder al camino que nos llevaría de vuelta a casa… Pero el cielo estornudó, y la perla tan buscada, como perla se quedó en las ánimas sudadas…

    ¿Tienes un pañuelo? Blanco como la nieve era el cielo allá en lo alto; con prisa venía para secarle sentimientos al corazón. No hubo escapatoria. Cayó el cenit sobre nosotros. Tres irían a investigar una de las cuevas y otros tres quedamos a la espera en la cueva cuyo paso estaba cerrado. Tembló el suelo bajo nuestros pies, y desde el refugio vimos emerger la catarata que resucitada en un nuevo intento. Pasaron sin decir adiós los exploradores sobre el tobogán, y ese mismo día y en ese mismo cielo, como un viento que todo lo arrasa, le hizo cesar el lamento que al silencio la muerte descalza, la punta de un pañuelo experiencia mínima en el divino lagrimal. Nadie pudo llorar, a quien, más allá del protocolo y pompa, merecía la gloria de haber extirpado los lagrimales operando los corazones.
     
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