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Las calles y el niño

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por Jose Anibal Ortiz Lozada, 2 de Septiembre de 2024. Respuestas: 0 | Visitas: 122

  1. Jose Anibal Ortiz Lozada

    Jose Anibal Ortiz Lozada Poeta adicto al portal

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    Las calles, esas viejas cómplices del olvido, se extienden como un laberinto sin final, y en ellas, una madre y su niño deambulan. El niño lleva los ojos grandes, esos ojos donde caben todos los cielos, pero ahora están llenos de preguntas que la madre no puede contestar. Ella lo toma de la mano, como si esa simple unión pudiera ser un escudo contra el mundo, como si el calor de su palma pudiera ahuyentar el frío que se cuela entre las grietas de la ciudad.

    Camina la madre, con los pies cansados de tanto buscar y no encontrar, de tanto andar sin llegar a ningún lado. La ciudad se ha vuelto una vasta extensión de espejos rotos donde se refleja su propia sombra, esa que arrastra desde que los días se convirtieron en noches interminables. Ella le habla al niño con palabras suaves, casi susurros, como si al bajar la voz el mundo se volviera menos cruel, menos real.

    El niño observa, con esa calma inexplicable que tienen los que todavía no han comprendido del todo el peso de la vida. Pregunta por qué las estrellas no bajan a jugar con él, por qué las ventanas están cerradas cuando pasan, por qué el perro flaco no les sigue. La madre, que ya no sabe cómo esconder su cansancio, inventa respuestas hechas de nubes y viento, porque es lo único que le queda.

    Y así siguen, la madre y su niño, envueltos en la niebla de la noche, perdidos en calles que parecen no terminar nunca, donde cada esquina promete pero no cumple, donde los faroles parpadean como si dudaran de su propia luz. La ciudad los observa, impasible, con la mirada de mil ojos que no ven, que no entienden. Y ellos siguen, caminando hacia adelante porque no queda otra, porque el retroceso es imposible, porque el descanso es un lujo que no se pueden permitir.

    En el silencio de la madrugada, solo se escucha el murmullo del viento y el eco de los pasos que resuenan en el asfalto. La madre sigue hablando, contando historias que jamás existieron, inventando mundos donde el sol siempre brilla y el hambre es solo un mito. El niño la escucha, con una fe inquebrantable, y en sus pequeños dedos entrelazados con los de su madre, guarda la esperanza que ella ha perdido.

    Caminan, y la noche los envuelve, mientras las calles, viejas y cansadas, siguen siendo testigos de su paso, sabiendo que en su piel de asfalto quedará, para siempre, la huella de aquellos que caminan sin rumbo, pero con un propósito que solo ellos conocen: seguir adelante, siempre adelante, aunque el destino sea un horizonte que se aleja con cada paso.
     
    #1

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