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Las campanas, las paneras y el idoma

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por blue spring, 2 de Junio de 2006. Respuestas: 0 | Visitas: 1393

  1. blue spring

    blue spring Poeta recién llegado

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    Las campanas, las paneras y el idioma


    Se sentó en un banco de la plaza de la iglesia "La Redonda", al ponerse el día. A pesar de lo avanzado del otoño y la hora, el aire estaba tibio. Una alfombra de hojas marrones y ocres tapizaban el verde del pasto en la barranca. Un grupo de chicos, todavía con delantales blancos, pasaron corriendo frente a ella que transpusieron presurosos la puerta lateral de la iglesia para asistir al curso de catecismo. Sonó una campana aflautada y clara, que la transportó en el tiempo, a sus nueve años.


    Por aquellos días, durante el año escolar, cursaba la primaria, por las mañanas, en un colegio religioso de Barrio Norte. Era un colegio al que concurrían unas quinientas niñas de clase media.
    Su uniforme era una túnica azul, una faja en la cintura, la corbata con el escudo del colegio, una boina azul y guantes blancos.
    Iniciaba la jornada formada en el gran patio para rezar un Padre Nuestro. Una campanada, indicaba que debía ingresar formada y en silencio al aula.
    A lo largo de la mañana, la campana marcaba el ritmo del bullicio y los silencios. En el recreo largo, se servía leche con cacao y una panera ofrecía un pequeño paquetito de galletitas dulces.
    Allí aprendía, al igual, de quiénes eran los ángeles, el valor de la caridad y el trabajo, en los conceptos de aquellos días.
    Trabajaba para los pobres, tejiendo bufandas, suéters, guantes, escarpines y batitas o preparando los souvenirs para las quermeses y celebraciones, cuya recaudación era destinada a ellos, aunque no fuera necesario que en un futuro trabajara para sustentarse ella misma.
    Revivió con su recuerdo la luz de las religiosas de su niñez, que en tiempos del Che, le ensañaron a de poner remedio a los males de este mundo, los que ni siquiera conocía, al son de: “Oh, María...madre mía...Oh consuelo del mortal, amparadme y guiadme a la patria celestial..”

    Oyó otras campanas en su recuerdo....

    Al mediodía, cambiaba su túnica azul por un gran bluzón marrón y se dirigía acompañada por la empleada doméstica al instituto vocacional en Constitución dependiente de la Municipalidad. Era de asistencia mixta y disciplina libre.
    En la casona de principios del siglo XIX compartía las horas con chicos de diversas edades y procedencias sociales.
    Allí los silencios no eran obligatorios y sólo se admitían durante el proceso de creación.
    El piano, la flautas dulces, las quenas y los bombos eran el fondo de las clases de danza, plástica o teatro.
    También allí, había un patio en damero con una campana y una panera. La panera era una inmensa palangana de plástico que ofrecía pan francés y dos veces por semana un pan de leche por alumno, para acompañar el mate cocido con leche de las meriendas, servido en jarros de aluminio.
    La ofrenda de la panera y los jarros de aluminio entibiaban su cuerpo en el frío del invierno, mientras su corazón era reconfortado por los dulces cumplidos de sus compañeros que recibían sus acuarelas o recitados con una sonrisa de inocencia.

    Al llegar el verano, cambiaba su túnica azul y su bluzón marrón por el delantal blanco.
    Durante el mes de enero sus padres la acercarían a plaza Congreso, donde una bañadera (un ómnibus descarrozado y pintado de blanco, con una inmensa capota negra) la esperaba para transportarla con otros niños a la Colonia Municipal Edmundo D' Amicis.
    Al llegar, formados por sexo y edad, al sonar la campana, entonaban Aurora mientras izaban la bandera.
    Con otros chicos, provenientes de barrios muchos más pobres como La Boca o la Villa Miseria de Retiro compartía las paneras del desayuno, almuerzo y merienda. Así mismo la letrina, un agujero en la tierra para hacer su necesidades.
    Dormía la siesta bajo la bóveda de Jacarandás en la reposera, cubierta por el delantal o nadaba en el Balneario Municipal con una malla provista por el municipio, tejida en algodón y lana.
    Allí el lenguaje se transformaba. Ni la devoción ni el arte, compartían la mirada azorada de sus ojos traslucidos, o los juegos de su compañeras de ojos azabache y piel cetrina.
    El único lenguaje común era la campana del desayuno, el almuerzo, la merienda o el regreso a casa.
    Allí conoció a los seres para los que abstracmete tejía durante el invierno. Tenían una sonrisa y muchas veces comían con las manos o se limpiaban la naríz con la manga del guardapolvo. Reconoció en si misma los sentimientos de repulsión y conmiseración. Le cantó a su bandera y durmió bajo el mismo cielo que otros niños que habían nacido con una estrella distinta a la de ella.

    Al iniciarse Febrero, el revuelo de los preparativos para las vacaciones en Córdoba alteraba la casa.
    Partía hacia otras campanas, otras paneras, otro idioma; otras palabras.
    Después de viajar toda la noche llegaba a la colonia de vacaciones inglesa Blair House, en Los Cocos.
    Allí asistían unos setenta niños y adolescentes provenientes de familias de pasar acomodado.
    Muchos eran hijos de diplomáticos, otros de ejecutivos de empresas extranjeras, temporalmente radicados en el país. Naturalmente el idioma que se hablaba era el inglés.
    Durante ese mes alternaba la pileta con las salidas a caballo o las excursiones a las sierras con los juegos de mesa al caer la tarde.
    Vestían remeras, shorts y zapatillas; otras veces alpargatas y bombachas de campo comprandas en Carlos Paz según el propósito.
    Otras eran las historias, llenas de nostalgia, balbuceadas en inglés por sus compañeros de diferentes idiomas maternos. Las costumbres al igual que los paisajes, de Europa, Estados Unidos o Sudafrica poblaban el dormitorio que compartía con otras cuatro niñas durante las siestas. Viajaba con sus relatos mientras consolaba alguna lágrima dedicada a una abuela distante o a una amiga que hacía mucho que no veían. Eran otras las imágenes de las sircunstanciales carencias, de quienes se podía creer, que tenían todo lo que deseaban en esta vida. Pero ahí estaba ella, ofreciendoles en la distancia una mano amiga.
    La campana, la despertaba, indicaba la hora de las comidas y la de finalización de la siesta. La panera, ofrecía tostadas con manteca dulce y mermelada o pan con grasa horneado a la mañana.

    Las nueve campanadas de la hora de la oración la devolvieron a la realidad. El sol, se ocultaba y comenzó ha sentir frío.


    Agradeció intimamente las opurtunidades que le habían brindado su padres demasiado “avant guard” según el decir de su abuela.
    A la vista de sus recuerdos ya no le parecían extrañas sus dualidades ni contradicciones. Ni su sentir de la vida era bella, que a pesar de cualquier carencia.
    Las campanas, las paneras y los idiomas la habían acompañado en su peregrinar a través de la devoción, el trabajo, el arte, la miseria, lo opulencia y la nostalgia, sólo a la edad de nueve años.

    Fueron los símbolos de los tiempos, el idioma y el alimento del alma.


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    Retrato por Carlos Alonso
     
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    Última modificación: 30 de Junio de 2013

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