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Las flores de la guerra

Tema en 'Prosa: Filosóficos, existencialistas y/o vitales' comenzado por Pantematico, 3 de Agosto de 2022. Respuestas: 1 | Visitas: 429

  1. Pantematico

    Pantematico Amargo el ron y mi antipática simpatía.

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    Cuatro Pedernal Xolotl redactaba el undécimo códice de Las flores de la Guerra, en el que mantiene, contra el piadoso Seis Tigre Netzahualcoyotl, autor de Las flores de la Destrucción, que la divinidad sólo se conoce en lo general de lo creado, dejando lo demás a las manifestaciones de la especie, nunca del individuo, de ahí la necesidad de llegar al conocimiento en la muerte a través del sacrificio. Escribía en el suave papel amate con lucidez y seguridad, de abajo hacia arriba que es como se alcanza lo sublime. Ejercitarse en la forma de codificar las ideas en simbolismos vastos y coloridos no le impedía sentir el bienestar de la tarde y la frescura del silencio. Afuera los suaves ronquidos de las palomas; en algún patio el rumor de una fuente y los cantos imitativos de los cenzontles, le trasmitieron un sentimiento muy hondo de nostalgia que invadió sus carnes erizándolo. Sus antepasados que procedían del Aztlán agradecieron en su sangre el canto del agua en medio del lago.

    La pluma corría sobre el amate llenándola del colorido de los argumentos irrefutables, entrelazados en ideas claras y precisas. Se preguntó si existiría alguna otra forma de expresar la hondura del pensamiento como no fueran los signos incombustibles y el color del pensamiento. Sus trazos, llenos del vigor de su casta guerrera, influenciados por el color de los signos, de acuerdo con las enseñanzas del Calmecac de Tlatelolco le sumergían en la ensoñación de estar ya preparado para lo eterno, pero una leve preocupación ensombrecía la felicidad de Cuatro Pedernal Xolotl. No la causaba el hecho de tener que morir cuando terminara el códice pues de siempre supo que era su propia sangre de guerrero, sino mas bien el índole vinculado a la obra que lo justificaría ante el destino: El Lenguaje de Dios.

    Por eso se afanaba en enseñar a los hombres, en una sola obra, todo lo que se puede saber; registrando en los dibujos codificados las enseñanzas de sus antiguos; el destino de los hados amplificados de los sacrificios anteriores. Fue por esa inquietud tan poco ortodoxa que Uno Garra Xochitecatl, el sumo sacerdote, le escogió para escribir todo lo aprendido en el último ciclo de cincuenta y dos años. Después todo se quemaría, todo se haría de nuevo y él sería el último sacrificio en el templo viejo. Sólo su códice permanecería hasta el nuevo ciclo y los siguientes. Por eso se mantenía firme en la crítica a Las flores de la destrucción, el códice del ciclo anterior y se preguntaba si Seis Tigre Netzahualcoyotl tuvo los mismos sentimientos que él.

    Cuatro Pedernal Xolotl dejó la pluma. Se dijo -sin mucha fe- que “siempre se esta ante lo que se busca”. Guardó su manuscrito depositándolo en el anaquel donde se alineaban, copiados por otros sacerdotes-guerreros como él, los muchos volúmenes de los ciclos anteriores. A pesar de sabérselos de memoria, lo tentó el ocioso placer de volverlos a ver; todavía faltaba una estación húmeda y a la caída de las hojas de ese año se cumpliría el ciclo.

    La luz del día casi declinaba cuando dejo los códices, interrumpido por el canto de los chapulines y la algarabía de los chiquillos que jugaban en el amplio atrio del templo. Miró por la terraza enrejada; abajo, en el amplio empedrado jugaban varios escuincles semidesnudos. Uno golpeaba con un grueso palo un pedazo de madera depositado en el piso de tal forma que cuando se elevaba por el impacto volvía a golpearlo en el aire tratando de dar con el a los compañeros que empezaban a correr en circulo a su alrededor una vez que el pedazo de madera se encontraba al aire. Cuando uno de ellos era golpeado pasaba a ocupar el lugar del que estaba en el centro, pero si este fallaba se le colocaba inmóvil contra un muro y cada uno trataba de darle con la madera. Varios de ellos lucían sangre en el rostro y moretones en el cuerpo. Cuatro Pedernal Xolotl sonrió al recordar que en su niñez perdió precisamente en ese juego un ojo por lo que desde entonces le decían el perro tuerto. Y fue lo único que perdió pues en innumerables guerras florales salió ileso. El juego duró poco; la luz del sol de acababa. Cuatro Pedernal Xolotl los oyó retirarse discutiendo en el náhuatl grosero de la gente del pueblo. Encendió la lámpara, tomo el treceavo códice de Las Flores de la destrucción y leyó: “Amo el canto del pájaro de cuatrocientas voces, la luz del canto que envuelve el horizonte, fuera de la nostalgia del pensamiento que es la destrucción del que se cree hombre. Amo los senderos que regresan tras mi vista y la ensoñación florida cuando veo que llego. Amo la sentencia que construye una mente absoluta más allá de los lenguajes humanos donde el todo implica el universo, desde la más sencilla flor al más valiente guerrero. Amo ser hombre”. Pensó con orgullo en todo el Anahuac donde los hombres y las flores crecen al amparo de la mente absoluta. Salmodio la enseñanza oculta: -“Solo existe un sólo Dios, lo demás son manifestaciones”, -varias veces lo repitió hasta que su cabeza empezó a girar. Reflexionó que en el lenguaje de un dios toda palabra enunciaría una infinita sucesión de hechos de un modo implícito y explicito al momento de ser dicha. Entonces comprendió que Dios sólo debe decir una palabra y en esa palabra manifestarse la plenitud. Tuvo que interrumpir sus reflexiones cuando entró su ayudante a recordarle “de la reunión”.

    En el recinto cuadrado se hablaba de todo, desde las incomparables virtudes de Tezozomoc, “Señor de las Siete Islas”, hasta las hermosas flores del jardín. Uno Garra Xochitecatl dijo que no había mirado flores mas bellas en todo el Anahuac como las que lucía el jardín del recinto cuadrado. Cuatro Pedernal Xolotl observó que el valiente Dos Conejo Cuautitl describió una variedad perfecta de las “xochitl de Amenacanco”, cuyos pétalos de un rojo encendido es por la sangre de los guerreros caídos ahí en combate. Dijo que “seguramente todos, principalmente Uno Garra Xochitecatl, conocían esas flores”. -Uno Garra Xochitecatl lo miró con recelo y alarma. Si respondía que sí, todos se preguntarían por que las flores del recinto cuadrado no eran tan encendidas en su color, acaso por la falta de sacrificios o de guerras; Si respondía que no sería una grave ofensa para todos, ya que creían firmemente que su sangre alimenta la tierra y que cada flor corresponde a un guerrero. Optó por musitar las prudentes palabras de los hijos de Aztlán recopiladas por Mictlá Xolo “El sabio”: “Solo en la divinidad están las llaves y las puertas del conocimiento, del color y de la vida.” -Agregó además que solo en lo absoluto se comprenden los colores y que no hay en la tierra una cosa encendida o marchita que no haya sido escrita por la divinidad desde el antes. Terminó comparando las flores con las garzas que retornan de tiempo en el tiempo tal como lo escribió Seis Tigre Netzahualcoyotl en Las flores de la destrucción; estas palabras fueron acogidas en un murmullo reverencial. Uno Garra Xochitecatl iba a pronunciar lo perfecto de la divinidad que se reconoce en las manifestaciones del individuo. Entonces Cuatro Pedernal Xolotl declaró -prefigurando los problemas de las razones que expondría:

    - No me cuesta admitir algún error a las interpretaciones de Seis Tigre Netzahualcoyotl, o sus copistas, que admitir una tierra ensangrentada del colorido de flores y garzas.

    - Palabras profundas para reflexionar – dijo Uno Garra Xochitecatl.

    - Hay un códice – recordó el poeta Nanahuatli – que habla de un árbol de huanacastle donde Quetzalcoalt colgó como si fueran xahuis cantantes los corazones de sus amados. Menos me duele creer en él que en flores ensangrentadas.

    - El color de algunos pájaros como los xahuis, - dijo Cuatro Pedernal Xolotl – parece facilitar esa imagen. Es el mismo color que enseñamos en los Calmecac para escribir amor ó sangre. Además, los árboles y los pájaros pertenecen a la ensoñación de la realidad, pero la escritura de los símbolos es un arte. Es una manifestación del lenguaje de la divinidad.

    Otro de los sacerdotes negó con profunda indignación que la escritura fuese un arte y contraatacó la postura de Cuatro Pedernal Xolotl sobre la ensoñación de la realidad. Dijo que la escritura es solo una necesidad de memoria, inventada por ellos mismos y manejada al antojo de lo que se quiere decir y cambiar. Les recordó a cada uno de los presentes que ninguno de los códices guardados sobreviviría sin ellos y por ellos. Otro habló de Tenoch, primer Señor de las Siete Lagunas cuando dijo “que la escritura toma la forma del que lo lee, nunca del que lo escribió” (Opinión generalizada por la corriente de los hijos del jaguar). Señaló con énfasis que el pueblo de Aztlán podía ser destruido, pero desde siempre Quetzalcoatl -que fue quien les enseño la ciencia de la escritura- estará presente por derecho en la tierra de Anahuac.

    Uno Garra Xochitecatl expuso largamente la doctrina ortodoxa. “Quetzalcoatl – dijo – es uno de los atributos de Dios, es su piedad. Sus palabras se copian en los códices, se pronuncian con el lenguaje, se les recuerda en el corazón. A eso se refiere Seis Tigre Netzahualcoyotl en Las flores de la destrucción. El idioma, la escritura, los signos son obra de los hombres pero todo pensamiento escrito es eterno por ser la memoria”. Todos, hasta el perro tuerto, estuvieron de acuerdo con lo dicho por Uno Garra Xochitecatl que advirtiéndolo, se dirigió a Cuatro Pedernal Xolotl. “Por eso es tan importante – le dijo – que termines Las flores de la guerra y recojas en ellas todas los movimientos de nuestros pensamientos. Este ciclo llega a su fin y hay presagios de destrucción en el Anahuac. Dedica uno de los códices a la poesía -que tanto te apasiona- pero no dejes de captar las ideas de todo el ciclo que se acaba. Usa las metáforas enseñadas por los antiguos en los Calmecac, recordando que sólo lo invisible es visible y deja de preocuparte por los signos que llevaran tu voz y la de nosotros”.

    - Imagino – dijo Cuatro Pedernal Xolotl – las estrellas que caen en el alba, como las hojas del huacanastle en secas. La imagen que yo me formo ¿Cómo puede tocar a otros, si no es por el lenguaje?

    Todos aprobaron ese dictamen. Se ensalzaron las virtudes del náhuatl -que es el idioma que usa Dios para pensar- luego de la poesía náhuatl.

    Nanahuatli, después de encarecerla debidamente, criticó de añejos a los poetas que en el Mictlán se aferran a imágenes pueriles al servicio de un pueblo llano en su vocabulario grosero. Dijo que era absurdo para un hombre acostumbrado a las grandezas del Citlaltepectl y el Popocátepectl celebrar el agua en unos ojos. Urgió la conveniencia de reformar las enseñanzas del Calmecac y restringir la poesía a las flores más humildes, terminó recordándoles que cuando las garzas regresan siendo las mismas son otras, tan igual como los hijos de Aztlán.

    - Con menos elocuencia – dijo Cuatro Pedernal Xolotl – pero con argumentos similares defendí en mi juventud la postura de Nanahuatli. Ahora la vejez me permite ir un poco más allá. Singular beneficio es este, el de la poesía, que permite crecer en ideas. El códice del Común “menciona al que lo entienda”. Y ese es nuestro trabajo pues no basta sólo entender sino también explicar. Y si tengo que explicar sobre el lenguaje y la escritura ¿Cómo explicar el mensaje?. Singular virtud de la poesía que permite hacerlo entendible en pocos signos cuando no bastan todas las palabras. Cuando Quetzalcoatl dijo: “Tres segundos antes, el hombre viejo leyó, tres segundos después el hombre viejo murió”, nos previno de los laberintos en los que podíamos caer. Al final la divinidad sólo se conoce en lo general de la realidad y la ensoñación, dejándonos lo demás a las manifestaciones de toda la especie, nunca del individuo. Por eso, cuando Quetzalcoatl se refiere al hombre, no lo hace a alguno en particular, sino a todos los hombres. Todos somos las flores y nunca uno será una sola flor.

    Los cuernos de caracol llamaban al nuevo día cuando Cuatro Pedernal Xolotl entró nuevamente en el templo. Algo le había revelado la plática de la noche anterior, pero no podía precisarlo Sintió sueño, sintió frío. Entonces ocurrió lo que no pudo olvidar ni aún en el momento de estar en el altar del sacrificio. Ocurrió su unidad con el universo. Separado su cuerpo de la ensoñación de la realidad, se vio a si mismo escribiendo y leyendo en viejos libros, en otro idioma y con otros signos las mismas ideas y las mismas inquietudes. El éxtasis no repitió sus símbolos, solo un resplandor en un inmenso jardín lleno de flores encendidas en círculos concéntricos alrededor de un solitario ahuehuete del que pendían miles de corazones que cantaban. Entretejidas en sus ramas estaban, porque lo sabía, todas las cosas. Los corazones comenzaron a caer lentamente y del lugar donde caían brotaba otro corazón nuevo, para remplazar al anterior. Y vio un corazón que supo que era él. Uno que debía caer pronto para dar paso al que vendrá detrás. Entendió las palabras de Seis Tigre Netzahualcoyotl en Las flores de la destrucción y estuvo de acuerdo con él.

    Cuando por fin terminó el códice y fue sacrificado en el altar del templo viejo, al momento de cumplirse el viejo ciclo de cincuenta y dos años, Cuatro Pedernal Xolotl tuvo la visión nuevamente del árbol de los corazones. Entonces comprendió por fin los versos de Seis Tigre Netzahualcoyotl que dicen: Solamente las hojas cuando caen, saben porque han brotado. En el momento que Uno Garra Xochitecatl elevaba su aún cálido corazón al cielo, y con la oscuridad rodeándole, en una sola palabra de plenitud, Cuatro Pedernal Xolotl habló el lenguaje de Dios.
     
    #1
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  2. Luciana Rubio

    Luciana Rubio Poeta veterano en el portal

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    Maravilla. Es un cuento muy hermoso y profundo que evoca una mística de las creencias de los aztecas. Esto es prosa poética. Ha Sido un placer leerlo. Un abrazo. Luciana.
     
    #2

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