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Las rocas del espigón (cuento)

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por dffiomme, 28 de Noviembre de 2014. Respuestas: 0 | Visitas: 1078

  1. dffiomme

    dffiomme Poeta asiduo al portal

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    Hay un personaje ingrato, que no me gusta nombrar, pues si se nombra se llama. Al menos hay un refrán que viene a decirnos eso y lo que dice un refrán normalmente siempre es cierto.
    Es “colorao”, con dos cuernos y su reino es la maldad, mas por contaros su cuento su nombre habré de nombrar: se conoce por Demonio, se le llama Lucifer, se le nombra de mil formas, algunos hasta mujer. Yo, aun sin quererlo decir, os lo tendré que citar, por poder contar un cuento dedicado al tal Satán.
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    A lo largo en mis viajes, habité distintas casas, en una me aconsejaron no entrar, pues en tiempos ya pasados fue una casa “endemoniá”.
    Su historia se conoció, a través de una pareja que en un tiempo la compró. Ilusionados en la vida, por esta vida mimados, una mujer de bandera y el típico macho hispano, escogieron a Marbella deslumbrados en un verano, para ser su residencia hasta que fuesen ancianos. Se lo podían permitir debido a sus trabajos, ella tocada de pluma y el un pintor cotizado, y quisieron presumir sintiéndose enamorados.
    Al querer escoger casa, algo llamó su atención, unas piedras en la playa encendidas por el Sol “quiero tener esa vista”, aquel pintor confesó.
    Las olas de un mar en calma llegaban al espigón, formando encaje de plata que iba adornando la arena en completa sumisión, mientras que cual una antorcha, que el tocarla da pavor, en aquella fresca arena el Sol tenía la labor de colocar alfileres como rayos de calor, por sujetar el encaje, a los pies del espigón.
    Eran piedras en la orilla que, erectas como un peñón, recordaban la silueta de un hombre mirando al Sol. Estas piedras despertaban a la musa del pintor, por ello buscaron casa que tuviera esa visión. Esta quedaba encuadrada en un bonito listón que formaba la ventana perteneciente al salón.
    Llevaban en ella un mes y empezaron a inquietarse, pues en los primeros días se agitaron sus pesares, pero lo normal (pensaron), por el cambio y el viaje; sin embargo, tras un mes, les resultaba algo largo y empezaron a sentirse por momentos más cansados. Para animarse de espíritu, celebraron una fiesta con unos cuantos amigos. Se armó la marimorena, todo fueron alegres risas, se trataron muchos temas amortiguados en música, se recordaron los tiempos, se llamó noche de juerga para todos los sentidos, hasta que una Magdalena se quejó que la tocaron e incluso que la empujaron, apoyada en una puerta. Ninguno se lo creyó, pero ella estaba segura, aunque no podía hablar por no haber visto figura. Entre todos decidieron llamar al espiritismo, excepto la Magdalena que, en cuanto pudo, escapó, pues el estar en la fiesta le producía temor. El resto mediante “wija”, al espíritu citó, era un espíritu inquieto, de los llamados burlón. Les llenó de fantasía, les tocó en el corazón y termino como orgía aquella celebración.
    Tras el pasar de unos días, después de mucho intentar, obtuvieron la alegría de una hermosa realidad: antes de pasar un año, se habrían de llamar papás. La vida les alegró, aunque le llenasen dudas; todo ello lo reflejó al componer su pintura, fue un arte de inspiración esperando a su criatura, le habían engrosado ropas y preparado cunita, le habían escogido nombre y comprado sabanitas y en su cabezal bordado el nombre entre margaritas. Solo existía un problema puesto que, por parte suya, él debía respetarla y refrenar sus deseos con infinita paciencia, al notar que al intentarlo, su gran amor se doliera, aunque alguna que otra tarde jugaron en la bañera.
    Y fue una de esas tardes que tuvieron que parar al oír, en el cristal, como unas piedrecillas tratándoles de avisar, advirtiéndoles que alguien les venía a visitar o como si algún vecino solicitase el entrar, por al salir olvidarse de las llaves del portal.
    Intentaron proseguir pero la piedra insistió, entonces ya preocupado el tan típico varón, se asomó por le ventana pero a nadie descubrió. Cuando volvió ella estaba mirándose en el espejo
    Envuelta en rosa toalla, cepillándose el cabello, solo le quedó enjuagarse y sacudir sus ideas, luego secarse las carnes notando como una estela, sembradas de tiernas flores que de aroma dejó ella. Después al ir a salir, sin poderlo comprender se le encasquilló la puerta. La atmósfera se enfrió como si la casa helara, a raíz de ese momento se le nubló la razón, en el día no vivía ni en la noche descansó, pues sentía en la alfombra el pulso de unas pisadas y el crujir de alguna tela, como si fuese unas faldas, vislumbraba algunas sombras por el rabillo del ojo y con todo se asustaba, le inquietaba estar a solas como dueño de la casa.
    Buscaron medicamentos, se ofrecieron alegrías, se concedieron deseos, se consiguió compañía, pero nada de estas cosas venció su melancolía.
    Les dio aquello por pensar que habitaban una casa de las llamadas “embrujá”, buscaron información y muchas, al presentarse en la casa, no pudieron decidir pues se sintieron afectadas, con largos escalofríos que corrieron sus espaldas. Hasta que llegase ella, aquella mente tan sana, aquel corazón tan grande que consiguiera ganar aquella tan cruel batalla.
    En la primera visita y antes el cruce de una puerta, tanto a ella como a ellos aterrábales el tema. A la vidente invitada se le ocurrió una idea: “Si tememos el cruzar el umbral que nos afecta, si no queremos pasar el primero o la tercera, crucemos a la vez los tres y venceremos a la puerta”. El paso fueron a dar y la puerta de la entrada muy lentamente se abrió, crujiendo sobre sus goznes, después y con rapidez, como con un empujón, la misma que antes se abriera, con un gran golpe cerró. Perplejos los tres quedaron, mudos en la incomprensión, al ver como un ser extraño de un encendido color, con desafiantes ojos de deslumbrante fulgor, se desvanecía ante ellos en el cristal del salón, confundiendo su figura con el rocoso espigón.
    Supieron con quien luchaban y les llenó de pavor, y el largo de sus espaldas el pánico recorrió. Tras esto, la espiritista, aquella casa dejó.
    A los tres u cuatro días en absoluto silencio y con plena decisión, aquella mujer pequeña, de forma insignificante desde el centro del salón, giró sobre sus talones y al cruzarse en la ventana la forma del espigón empezó su gran batalla, ella, las piedras y el Sol.
    Entre calambres y espasmos tomó de su amplio bolso como el polvo de una flor y lo esparció sobre el aire, a lo largo en las paredes, desde rincón a rincón. De su solapa un romero y un frasco de agua bendita que con una blanca pluma que llevaba en el sombrero y el morado de la flor de la mata de romero, fue recorriendo el contorno a lo largo de su suelo. Ya de vuelta en el salón, en el lugar iniciado, quedando solo el cristal, la ventana como espacio, se escuchó un estallido, se sintió como un desgarro, y el cristal de la ventana, crispado, quedó cortado en una extraña silueta, que aunque parecía humana, contenía unas rarezas; pues en la primera piedra, la que parecía cabeza, otras dos pequeñas piedras en el contraluz del Sol, recordaba cornamenta, mas que una persona humana y, por su forma siniestra, te hacía pensar en Satán, te recordaba a la bestia curvada sobre su espalda, que en deformes paletillas hilachas de piel colgara, hechas de rayos de Sol y quedando recortada en el cristal del salón.
    De eso hace mucho tiempo, pues el pintor es ya viejo, vive con un zagalón que nació en aquella casa, cuando su madre murió. Es tan rubio como el trigo y de encendido color, recuerda mucho las piedras que tenía el espigón.
     
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