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Lejanía

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por Khar Asbeel, 25 de Noviembre de 2018. Respuestas: 0 | Visitas: 292

  1. Khar Asbeel

    Khar Asbeel Poeta fiel al portal

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    Toco tu rostro, suavemente, procurando no despertarte. Deslizo mi mano por el perfil al cual la tímida luz de la mañana da un resplandor dorado. Tus cabellos se derraman con quietud de agua mansa por la blancura de la sabana, remarcando tu rostro, también quieto y manso, también blanco y estático.

    Desprendo mi mirada de tu cara y la dirijo a un punto sin certeza del cuarto, el cual se antoja tan frio, tan ajeno. Anoche, agitamos el aire con nuestro deseo compartido, exiliando el silencio con tus gemidos y nuestros nombres. Ahora, las paredes, huérfanas de presencia, parecen más una celda donde ocultar nuestras carencias que una habitación en donde compartimos calor y compañía. De repente, me sentí solo, desvalido; aun cuando oía tu queda respiración a mi lado.

    ¿Realmente estoy acompañado por ti o solo es tu cuerpo la que ocupa un espacio junto al mío? ¿Estaba realmente tu mente conectada a la mía, tu alma amalgamándose con mi esencia la noche pasada, mientras llenaba tu carne con la propia? ¿En qué pensabas mientras veía mi reflejo en tus ojos y tu sonrisa mesmerizante me hacia perder la noción del tiempo?

    Igualmente ahora, el tiempo se me desliza entre los dedos y sobre mis hombros sin sentir. El sol cada vez esta mas alto, dejando de iluminar la paz de tu rostro y el rojo de tus labios entreabiertos para posarse, lubrico, sobre la perfección de tus hermosos pechos, haciendo brillar la rosada cumbre de tus pezones.

    Siento como la frialdad de mi sangre es sustituida lentamente por el hervor del deseo. Extiendo mis dedos y recorro la curvatura de tus senos, uno a uno. Tú suspiras y te rebulles, acomodándote de lado mientras murmuras algo ininteligible. Me quedo perplejo, en un éxtasis mudo ante la pureza de tu piel, dorada por la luz polvorienta que entra por la grieta que deja las cortinas. Miro mis manos y no puedo creer que te recorrieron de punta a punto, arropados por el anonimato de la noche encapsulada en un cuarto anónimo de alguna calle de cierta ciudad.

    Pero aun así me siento solo, tremendamente solo.

    El amanecer se transforma en día y el sordo y terco ruido de la ciudad llega hasta mis oídos, desolándome con su monotonía el alma, que ya naufraga en un mar de hastío.

    Siento como te mueve sobre la cama. Me doy cuenta como te yergues y entonces, pronuncias mi nombre con voz suave y ronca.

    Mi nombre.

    Me doy cuenta de que no puedo recordar el tuyo.

    Doy la vuelta, ignorando la deslumbrante perfección de tus desnudes y te miro directamente a los ojos, perdiéndome en lejanías color miel, tan ajenas y frías como las paredes y el techo que nos ocultan del mundo externo. No veo ahora mi reflejo en tus pupilas, si no un vacío que me entrega a un vértigo en el cual me pierdo por instante, sintiendo como esa lejanía se extiende y amplifica, haciendo infinita y eterna.

    Si, estoy solo, ambos lo estamos. Mas allá de la carne, del placer compartido, hay un espacio insondable entre ambos, como entre todos los seres humanos. Cada uno se enfrenta solo ante lo absurdo de la existencia y la crueldad del mundo, que en su redondez, no deja ninguna salida.

    Extiendes tu mano hacia mí, yo, sin fuerzas, me derrumbo, abrazándote, empapando tus pechos con la rota angustia de mis lagrimas.

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