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Leyenda de la Dama de la Torre

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por Salvacarrion, 13 de Noviembre de 2025 a las 7:34 AM. Respuestas: 0 | Visitas: 12

  1. Salvacarrion

    Salvacarrion Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    2 de Julio de 2025
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    Género:
    Hombre
    Desde lo alto de su torre, la noble Elvira observaba el atardecer a través del ajimez. Sus ojos, que alguna vez fueron luceros, ahora eran dos pozos secos, espejos de un ocaso que se extendía en su alma. El aire frío de la tarde se colaba por la ventana, acariciando un rostro terso que el tiempo y la soledad habían cincelado con la misma mano. Un recuerdo, como un fantasma fugaz, la asaltó: el rostro de un hombre, no de un noble de alto linaje, sino de un campesino de manos rudas y mirada franca, a quien amó en secreto, en los días en que el corazón aún no se había marchitado.

    El sol, herido y sangrante, pintaba el cielo con ocres y carmesí. Abajo, las aguas del foso, oscuras y quietas, reflejaban la inmensidad de la soledad que la cercaba. Eran un espejo de olvido donde se ahogaban los besos de un pasado que ella se negaba a soltar. La tristeza, lenta y silenciosa como el musgo en la piedra, había devorado la vida de la dama, consumiendo sus esperanzas y sus risas, dejando solo el eco de un amor que nunca pudo ser.

    La campiña se cubría con el manto blanco de la nieve, y los pájaros, ajenos al dolor humano, entonaban un canto melancólico que a Elvira le pareció un eco de su propio llanto. Un lamento silencioso que se había vuelto su única compañía, un susurro constante que le recordaba la jaula dorada en la que vivía. El peso de una juventud desperdiciada se posaba sobre sus hombros, tan pesado como la piedra de la torre. Su amor por el campesino, una pasión prohibida, la había condenado a una vida sin un alma que la acompañara. Había elegido la seguridad de su linaje sobre la felicidad de su corazón, y ahora, en el crepúsculo de su vida, se daba cuenta de su error. Su nobleza, su feudo, su posición… todo se sentía vacío y sin sentido.

    La imagen de aquel amor lejano, que nunca pudo ser, se le antojaba como un veneno de acción lenta, una cadena de angustias que la confinaban a su torre.

    Enferma de su melancolía, percibió las fuertes manos de aquel mozo que otrora la subyugaron y que ahora volvían a rodear su cuello jaspeado. Un lazo de seda oriental que atenazaba su garganta cerrando la entrada de aire. Con el último aliento de su alma rota, Elvira cerró los ojos. Un rayo tardío de sol huyó de su frente, dejando que la oscuridad de la noche, y de su pena, la abrazaran para siempre.

    Murió estrangulada por el peso de su desamor de juventud.

    Los años pasaron y su historia se mimetizó con la sombra de la torre, en un cuchicheo más del viento que gemía a través del ajimez.

    Envenenada por su melancolía, percibió las fuertes manos de aquel mozo de sus recuerdos que volvían a rodear su cuello de frágil alabastro. Un lazo de seda oriental que oprimía su garganta cerrando la entrada de aire. Con un suspiro que era el último aliento de un alma rota, Elvira cerró los ojos, y el último rayo de sol huyó de su frente, dejando que la oscuridad de la noche, y de su pena, la abrazara para siempre.

    Murió estrangulada por el peso de su desamor de juventud.

    Los años pasaron y su historia se mimetizó con la sombra de la torre, en un susurro más del viento que gemía a través del ajimez.
     
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