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Limosna

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por Starsev Ionich, 27 de Marzo de 2011. Respuestas: 3 | Visitas: 933

  1. Starsev Ionich

    Starsev Ionich Poeta asiduo al portal

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    Limosna


    I

    Siempre se le veía en la esquina con la misma actitud de pordiosera, enfrente de la iglesia abandonada de ventanales ovalados y diagonal al bar de rock pesado. Me preguntaba, en que se gastaría el dinero que mendigaba, pues siempre iba vestida con harapos, cosa que invitada a aguantar la respiración por si se sentían olores indeseados. Constante era su figura encorvada, y su mirada turbia y rencorosa inspiraba un odio generalizado hacia todos los pedigüeños de puerta y tarro.

    Al igual que yo, todas las personas sentían incomodidad al escuchar sus gemidos en medio de la retahíla para pedir plata sin trabajar. Antes de escuchar el sermón desesperante, se alejaba la gente, porque un olor a tristeza y odio, además de un hedor a enfermedad, era el que despedía su presencia.

    Los hombres que pasaban por su lado comiendo se atragantaban y perdían el apetito con la sola idea de compartir su alimento a una vagabunda actuando que trabajaba; tenía una cajita con algunos cigarrillos que poco pedía el público y unos dulces de coco, los cuales, la persona que los consumía se condenaba a ser un desdentado. También, alguna vez observe desde el bar de rock, como, oscurecida su aura, pedía limosna a un hombre que tomaba gaseosa; este, al negar que tenia plata le ofreció un poco de la bebida. Y al brindarle la botella y mirar fijamente sus verdes ojos, sintió toda la desesperación del mundo (como la que siento cuando la veo), la que el interpretó como desdén y represalia. Entonces corrió afanado como si su corazón tacaño se arrepintiera, sin observar el carro que lo atropello y lo dejo sin vida al poco tiempo.

    En una oportunidad fumaba y pase exactamente a su lado sin notarlo. Abstraido de la realidad, soñaba con la cura del cáncer, ya que este que poco a poco mataba a mi mama y me entristecía la vida haciéndome cada vez amargado e intranquilo; por esta razón, tuve que resistir una vez más la asquerosa presencia de esta mujer. Sentí como si un águila me arrebatara la cabeza en un segundo, cuando su mano robo mi cigarrillo. Su bajo perfil y su facha pestilente, fueron confundidos por mis ojos con la belleza y el encanto de una mujer joven, pero la ilusión murió fusilada con el murmullo de sus quejidos, los de su trabajo. Entonces rápidamente me aleje en afán de no perder el apetito, o mejor, la debilidad por mi vicio heredado. Me pude dar cuenta que en sus manos habían llagas y pensé que se lo tenía merecido, por obtener el dinero de otras personas sin esforzarse.

    II

    Mi madre finalmente, para mi desdicha, fue fusilada por el cáncer. Después de caer en una profunda depresión trate de seguir mi vida sin ella y recomenzar con mi rutina. Pero los dias de aliento se fueron acabando y la ciudad poco a poco la percibía más contaminada.

    La pérdida de un ser amado es tan dura, que los que se han quedado vivos te parecen tan absurdos y despreciables que a veces los culpas por la vida del que ya no existe. En general todo me parecía despreciable, desde el amanecer y sus malditos pájaros infernales, hasta el anochecer y su interminable soledad. La vida parecía un castigo, donde gente embustera se fijaba en la bella hipocresía, y no miraba adentro, en los execrables corazones tan podridos como el mío. La gente me empezó a odiar y el odio saciaba mi alma, y mi alma se regocijaba en odiar a la vida injusta, que me había arrebatado a mi madre enferma en tan poco tiempo.

    Un día amanecí odiando tanto a la humanidad entera, que los perros ya no querían ser los mejores amigos del hombre, porque se sentían amenazados con mi veneno a borbotones.

    En una ocasión llegué a la plaza central de la iglesia abandonada de ventanales ovalados, entonces tuve la ocurrencia de querer vengar la muerte de mi madre. Así que mi rabia me hizo ser la muerte y la muerte fui... A mi paso, los niños que jugaban con burbujas de jabón, tropezaban y caían al piso desnucándose sin haber sonreído la última vez, los hombres cobardes que lo fueron toda la vida, ahora sacaban el revólver y posaban para la foto familiar y los ancianos quitaban sus mascaras de oxigeno y pasaban la avenida con el semáforo en verde. Una ola de rojo y negro quedo esparcida por toda la plaza, en un contraste abigarrado que recordaba el amor de los estúpidos enamorados y la tristeza de la viuda por la muerte de su esposo infiel. Un gesto de satisfacción, irresistible, llenó mi cara deformada por el rencor, la mueca del odio se tatuaba como el acto repudiable de la violación al niño, en su propia mente.

    III

    Dejé la plaza central y los pensamientos siniestros habían menguado, me acercaba deprisa a la esquina en donde se ubicaba la mujer que me causaba repulsión. Al verla de lejos, mi cuerpo tambaleó en actitud de dar media vuelva y no tener que enfrentarse con ella. Afortunadamente mi cuerpo no se detuvo, aceleró su paso, pero luego bajó su cadencia y empecé a temblar.

    Hasta el momento no había matado a nadie con mis propias manos, o no ser que otro familiar pensara que yo había sido el culpable por la muerte de mi madre (como yo lo pensaba de otros); de esta forma se podría decir que si había matado a alguien con mis propias manos. Pero no, en realidad no lo había hecho. Ahora tenía la oportunidad de estar frente a frente con la persona por la que había considerado que sentía algo tan parecido al odio: la limosnera

    Podía terminar con todo. Hacer descansar al mísero personaje que nadie escuchaba, que todos ignoraban, que no aportaba nada, sino solo para dar un tema de más a los cronistas extranjeros al hablar mal de la ciudad.

    ¿Recordaba, por qué la odiaba? Porque pedía limosna e incomodaba a la gente con su sermón de discapacitada. Tuve una convicción, que me impulso a llevar a cabo con más valentía la osadía que nadie notaría.

    Mi cuerpo como el de un autómata siguió caminando hacia ella. Nuestros ojos estuvieron frente a frente y su boca se veía mover. Leía sus labios como un enamorado, para llenarme de conjeturas y hacer más justificada mi acción. Deseaba escuchar la voz a la que siempre evité, como todos los demás, y terminar con este juego que había alargado hasta el momento de mi infelicidad.

    Se proyectaba sobre la mujer la sombra de la iglesia abandonada, que en ese momento empezaba a campanear. Sus latidos y su sombra majestuosa lograban hacer imaginar como si la iglesia y la mujer fueran un solo espectro maldito. Sentí miedo.

    Si yo era la muerte, ella entonces debía estar siempre a mi lado, porque siempre la mujer en una relación es más aborrecible que el hombre. Ella más que por su presencia física, era por su presencia insignificante, que se hacía abominable a mis ojos y a los ojos de la gente; pero ahora se me hacia tan familiar... pues a pesar de su nueva apariencia, lucía la estética armonía de su esqueleto con una lividez tímida, y el verde esmeralda de sus venas casi estallando contrastaban con el brillo de los faros en su calva, como lo hace la luna en el mar. Al observar con detenimiento su piel, estaba casi en su totalidad cubierta por llagas; eran las mismas llagas que tenía cuando en aquella oportunidad me arrebató el cigarrillo, y eran también las mismas llagas de mi madre y de su enfermedad.¡Era la viva reencarnación de mi madre e idéntica era su mueca de dolor que no me dejaba respirar tranquilamente! Su olor era repugnante, pero me recordaba un olor que me transmitía una melancolía en la que me sentía regocijado; las dos estaban marcadas por el destino y yo siempre estuve ciego.

    Cuando estuve por fin al lado de ella, escuché su voz. No pedía una ayuda o remuneración económica alguna, ella ni siquiera hablaba a la gente. !Ella no pedía limosna! Con su mirada fija tal vez en un ángel o un demonio, pedía una ayuda al cielo: ella rezaba.

    Los transeúntes al ver que sus labios se movían con su actitud de terminal (era terminal realmente), sentían fastidio y se alejaban de ella, pero ella, ya ni siquiera los veía, porque estaba acompañada solo por su desgracia y la indiferencia de la humanidad.

    Cogí sus manos y las besé como si fueran las de mi madre, y bebí de su materia purulenta que me calmó la sed y me hizo llorar como cuando mi mama me pegaba por hacer algo malo: jadeando y con hipo. Es claro, la aclaración tal vez es ridícula, pero si el lector ha adquirido cierto fastidio por mis pensamientos, entonces creo que es importante retractarme verbalmente: ya no la quería matar.

    Finalmente rezamos juntos, hasta que mi corazón pensó que eso del odio, era para el que juzgaba antes de conocer, y hasta que el corazón de ella, mi segunda madre, dejó de latir.
     
    #1
    Última modificación: 3 de Marzo de 2016
  2. JAZMIN DE LUNA

    JAZMIN DE LUNA Invitado

    Linda historia me atrapo .un placer leerte.
     
    #2
  3. cesar curiel

    cesar curiel Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Estimado amigo, me encanto la lectura de toda esta historia, buena tu prosa, un poquito larga, pero muy interesante. Te mando saludos y un fuerte apreton de manos.
     
    #3
  4. Isabel Miranda de Robles

    Isabel Miranda de Robles Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Mi querido amigo, me ha impresionado vivamente tu historia, tanto por lo bien escrita como por el personaje que describes y que me llena de regocijo saber que tu mente y tu alma se reconciliaron con ella mas alla de lo que veian tus ojos. Tenia que saber el final y deguste linea por linea, me satisfizo sobremanera el cierre de paz para ti y de justicia para ella.
    Tengo un especial aprecio por la gente que mendiga, publicare algo que escribi el otro dia sobre ellos, me toca convivirlos por mi trabajo.

    Un enorme abrazo y gracias por publicar. De paso agradezco tu lindo comentario en mi poema PLURALIDAD DE LO INCONCLUSO. Gracias eternas: ISABEL
     
    #4

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