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Llanto de Huenchuleo ante la sepultura de Panquitruz Guor (Cacique Mariano Rosas)

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Cris Cam, 20 de Febrero de 2019. Respuestas: 1 | Visitas: 504

  1. Cris Cam

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    Llanto de Huenchuleo ante la sepultura de Panquitruz Guor (Cacique Mariano Rosas)


    ¡Ay, corazón no te partas! Seguí latiendo, hinchando nuestras venas, hoy tan verdes como esta pingue gramilla. Que el sufrimiento de este pueblo no tiene horizonte donde descansar, ni donde hincar las rodillas para poder llorar.

    ¡Ay, Gualicho! hacedor de todos los males, que de tus manos sólo crecen viles traiciones, largos llantos y crueles demonios, que arrasan los bosques, matan las bestias, queman los pastos y laceran las pieles, ¿no tenés aún las fauces ahítas de tanta carne, piel y sangre del pobre indio americano?

    Que no te ha sido suficiente la fiebre de Moctezuma, el suplicio de Atahualpa, el desmembramiento de Túpac Amaru, que ahora te llevás el aún vital corazón de Mariano que parece seguir latiendo debajo del humus feraz.

    Que ni aún, golpeando nuestros rudos corazones con las rocas del Tralcapulli, ni quemando nuestras pieles con las líquidas rocas que deja la caída del rayo, ni entregando las tipas al voraz buitre, en el mismo tiempo que ilumina el relámpago y retumba el trueno, se compara este dolor

    ¡Ay dolor de las entrañas! De imbatible fiereza, que roe con garra feroz los huesos de los antepasados que quieren sumarse a este llanto sin fin para volver a morir de horror al ver a su mapu arrasada, vencida y vendida al precio vil del oro que ayer fue del Inca y hoy embrutece de ambición y codicia al huinca atroz.

    Caigan las cenizas del duelo sobre las yermas heridas de la leprosa llanura, de las pústulas del monte reseco, del hálito hediondo de la laguna de niebla. Que encienda ella el fuego alto como el vómito del volcán, para que las piedras rojas del magma mapu nos cubran y nos lleven a pacer en los altos y verdes pastos de Ngüenechen, que vivir en el dolor y la deshonra no es para hombres viriles ni mujeres fértiles. Que nos consuman ya los sabios gusanos de la negra tierra para volvernos parte de ella antes de ver como nuestras doncellas vacían con sus dulces manos las letrinas del blanco y sucumben al talerazo que las somete al trato nefando.

    Que nos arrancará el huinca las venas con hierro candente pero nunca jamás en las warangka warangka yallel por venir nuestro nombre se cubrirá de la cobarde súplica de piedad, que enfurecerá nuestra espalda tanto que la tierra bailará de furia alrededor de nuestros sepulcros.

    Que traiga el vil soldado el látigo trenzado, que vuelque el plomo fundido que Torquemada les ha legado, que hunda nuestra cerviz en toneles de pestilente excremento, que parta nuestro cuerpo con el suplicio de Caupolicán, que jamás la lengua de nuestra boca pronunciará agravio a Ngüenechen ni alabanza a Gualicho, que esta mapu fértil y tenaz no se hará cloaca de su moneda por el poder de su fusil.

    Si sé que mi cuerpo ya está vencido, no verás inclinar mi testuz, porque altivo entregaré el gaznate a la voracidad de tu filo, que no cerraré los ojos cuando el brillo de tu sable como rayo alumbre el oscuro fondo del bosque, que no entraré en la boca de tu infierno, que no tiene el ranquel más que el amor por su tierra y a ella vuelve sin prisa, pero sin miedo.

    Porque como la sutil caña que muere aquí, pero surge allá en infinito rizoma como epítome y metáfora de este pueblo que ayer, libre, domaba al viento y trasponía horizontes y hoy, derrotado, camina descalzo sobre el hielo, la roca y el espinos y, sin embargo, la vincha expone al nutricio sol que todo lo ve, todo lo puede y todo lo revoca.

    Que si la hoja, hoy verde, alimenta al ágil venado, mañana dormirá entre sus huesos convertida en vapor que emerge del vital círculo de la vida. El ranquel que hoy disperso y vencido nutre con su sangre la gramínea llanura, mañana volverá con el placer de las estrellas a poblar lo que Ngüenechen le dio por suyo, que llegará el tiempo que joven ranquel y huala huinca, altivo hijo de español y doncella hija de esta mapu juntarán su saliva, sangre y simiente para que todas estas naciones sean una sola, sin supremacía ni sojuzgamiento para gloria de los dioses y esperanza de los hombres mansos en el corazón y firmes puños en el arado.

    Que caerán mil tormentas, la luna saldrá de viaje o el sol se apague, que este hoy de llanto y desesperación se convertirá en ventura, abundancia y reír para todos sin faltar a ninguno.


    Pero, ¡ay!, ese día no es hoy.

    Como mordida por la astuta serpiente que cuidando su nido clava su veneno al desprevenido, nuestros miembros mórbidos de hambre, sed y frío, sufren el escarnio de la derrota y el castigo de la muerte que como barca al garete busca a quien herir primero si atenerse a oportunidad ni justicia que la suya es la suprema verdad, como el rayo que teniendo al verde mar de hierba cayó sobre la inocente vaquillona único sustento de la madre viuda y sus huérfanos de padre.

    Que no hay carne por dura que sea que no caiga abatida por la garra del tigre, cuando la manada hambrienta por las nieves del invierno lo olisquee a la distancia que no por malicia sino por instinto y supervivencia clava sus fauces sin atenerse a raza ni especie.

    Pero, ¿no tiene ya el huinca su estómago lleno, su casa caliente, su ropa abundante, sus hijos seguros que sale a rapiñar lo poco que el ranquel quien luchando con los elementos, sus pobres arados de madera, cuando los tiene, o adentrándose al bosque en busca de frutos y semillas se expone al rabioso lobo, la insidiosa avispa o la rata rabiosa? Que el ranquel si no se viste de lujo inglés no es por desidia ni abandono, sino porque a falta de máquinas de vapor solo tiene las muñecas de las hacendosas mujeres que en el telar sólo tejen para el huinca para poder llevar un poco de azúcar, café y sal, que si el huinca compra al huinca por cien a la tejedora paga con cinco que si al huinca vende por dos a la india vende por diez.

    ¡Cuánto devora tu insaciable codicia, tu loca perfidia, tu fría avaricia!

    Que consume a la fecunda tierra como al potro que ya agotado le hacés correr otra legua, como si de arcilla fuera el corcel y de arena la sumisa madre tierra. Que llegará el tiempo que su vientre sólo entregue males como olas del mar que nunca cesan de golpear los riscos. Y no habrá frutos que recoger, yeguas que sacrificar ni peces que pescar. Porque la máquina que el vapor mueve produce finos trajes, largas estolas y mullidos tules, pero ni una manzana, una vaca o un mísero mosquito. Para que el hombre arrojado a la pocilga donde robarle la pútrida bellota al famélico cerdo sólo encuentre hambre, fiebre y disentería.

    Y gritará, golpeándose el pecho como larva de gusano, su culpa añeja, cuando la naturaleza, que memoria no tiene, sólo le entregue el fruto de su siembra, nada para el sonido de sus tripas, nada para cubrir su cuerpo, nada para escapar de la fría lluvia. Porque nada habrá que cosechar, que criar; ni manada que alimentar ni trigo que segar. Porque ya lo dijo la mestiza Juana, el engaño colorido es cadáver, es polvo, es sombra es nada. Risa del viento, alimento de gusanos


    En qué luna nacidas estas gentes lloran desgracia, brama dolores, grita injusticia.

    ¿Qué culpa tiene la manzana que perfuma los bosques, para ser comida por el trémulo huemul? ¿Cuál la del pez que al río da vida con sus plata y aleteos, para morir en las fauces del lobo? ¿Cuál la de este pueblo que admira al puma y acaricia al cardo, para ser arrasado por el acre acero y el rugiente fusil?

    Negada su hambre, que ayer procuraba de la lluvia del cielo. Callada su boca, en la mentira de papeles firmados. Mutilada su tierra, cruzada de hierro, madera y humo. Que donde crecía gentil el trébol, serpentea hoy el quemado aceite.


    Ngüenechen, inefable, justo y fuerte, que culminaste con el rostro de la calavera los vastos reinos de la mala hierba, desde que el hombre, fruto de la tierra que vos sembraste convirtió en noche tu luz, veneno tu miel infinita, hielo y fuego tu eterna primavera, dando la inexorable señal de su imperio de iniquidad; no eleves tus tormentas de ira que duermen apacibles en el vientre de los volcanes, sino, más bien, ablanda los pétreos corazones de los que dándole la espalda a su natural esencia, provocan, hambre, frío, enfermedad y muerte. Que donde haya gota de ponzoña crezcan las dulces flores del manzano, las abrigadas lanas de la oveja, la espaciosa sombra del ombú, el alegre relincho de la yegua. Que donde hoy hay dolor haya la imperturbable paz de la gramilla, la perenne abundancia de los zapallos, la cálida protección de los toldos, la necesaria preñez de las doncellas, el suave viento de la tarde, la clara serenidad de una noche estrellada. Que donde impere el desierto del odio, nos inunden los corrientosos ríos de los abrazos, el estridente canto de las calandrias, el vuelo de la pícara gaviota, el franco estrechar de la mano de un hermano. Que tu rayo de luz abrace al que hoy es nuestro enemigo para que sea un alegre compañero, un pródigo consejero, un cálido amigo.

    Que olvide la delirante ambición que trae incontables suplicios, frío al infante, dolores a la parturienta, congoja a la viuda, temblor al anciano, mortandad al ganado, esterilidad a los campos. Que traiga el añoso saber de los libros, el astuto ingenio de los telares, la fuerza feraz del arado, la inocultable felicidad de la justicia.

    Porque aquí, Ngüenechen, está la juventud en toda su flor, negras sus crines, blancos sus dientes, lozanas sus pieles, fuertes sus espaldas, curtidos sus rostros; que aún queda la esperanza de no verlos arrastrados de sus crines, pateados en sus dientes, quemados en sus pieles, quebrados en sus espaldas, pisados en sus rostros. Que si donde vimos gloria veremos dolor mejor quedar ciegos y no ver nada más.

    Que sean los páramos jardines, lo negro de color, la soledad abrazo, el sufrimiento alegría, que no veamos más tormentas que los amores juveniles, los domados corceles, los cantos seniles.


    Y aquí, ante estos gloriosos despojos, de cuyo cuerpo aún resuenan sus alaridos a la hora de la ebriedad, su voz en las horas del canto, su pasión en la hora de la viril cópula, su consejo en la paternal conversación, su pensamiento en la crucial decisión, sus ojos sobre el amenazado horizonte; decimos, que otros males, a los ya acaecidos no podrán sobrevenir que este pétreo y sufrido pueblo no haya sufrido ya. Que padecimientos que no haya padecido. Que lloros que no haya llorado. Que pesadillas que no haya soñado. Cuando algunos dementes de codicia, insanos de poder, locos de ira, creen que es un saber pensar en el oro, un placer la muerte del otro, arrancando lo que es flor para clavar la pala de la sepultura, que niegan al ranquel su estar en armonía con su mapu, su cielo y sus montañas. Su boca sólo habla de vendavales de fuego, arroyos de sangre, vientos de sables, lluvias de congojas para que este pueblo le diga adiós a la herencia, adiós a la vida, adiós al amor.

    Este es el tiempo de la imprudencia, donde gobierna el asesino y se somete el honesto, goza el perverso y sufre el manso, donde el grueso se atraganta y el famélico al fin se muere de hambre, donde el avaro se viste de varias pieles y el indigente se muere de frío, donde el rollizo derrocha agua, carne y licor y el pobre toma agua infecta y come carne podrida, donde el juez compra carne de doncella con los dineros de las arcas y la doncella muere de achaques infectos, en su casa, en el campo, en la calle. Que, si eso ya ocurre en sus ricas, coloridas y barridas ciudades quieren que pase en los pobres, pero dignos y aseados toldos

    Que no hay que ser viejo ni sabio para saber que un espejo se nubla ante el aliento, que las estrellas no se ven detrás del sol, que quien nace muere, que quien corre se detiene, que la esplendorosa niña será añosa mujer, el brioso corcel vapor de pantano, que lo que hoy brilla mañana quedará oscuro. Menos el pensamiento, la verdad, la historia y el recuerdo. Que, aunque nadie sepa sus nombres Alejandro gloriaba a las princesas de los reinos conquistados pero más a las prostitutas que agasajaban a sus guerreros, Atila al dorado del oro pero más al sudor de sus camaradas, Julio César la sapiencia de sus generales pero más el valor de sus soldados. Que los ángeles que el medieval imaginó pálida figura de la Afrodita del Olimpo, que sus demonios simples imberbes ante el verdugo del Inca, que quien exige obediencia carece de libre albedrío, que quien escribe tomos para el emperador donde habla de castas y genuflexiones padece de ingenio como el lacayo que sin entender copia lo que ve, el genuflexo que sí sabe leer escribe para iniquidad, mentira y muerte. Que al pobre le toca cepo, látigo y tortura, y al servil escritor el aura de santo. Mejor Hesíodo que habló del trabajo que Homero de la guerra, porque uno dignifica y la otra avasalla.

    Que gloria sólo hay en el vuelo del águila, el correteo de la codorniz, el galope del alce, la garra del tigre, la embestida del toro. Que aventura no es matar, someter, arrasar, más bien, trabajar la tierra, horadar la montaña, corretear con una huala, cantarles a las tormentas, ponerles el pecho a los chubascos, respetar a la indomable hormiga, la temible serpiente, el majestuoso ñandú. Que es pálida la imagen de mil césares de monedas ante la magnificencia de la tímida estrellita que titila, que mil reyes han pasado y otros mil de miles pasarán y la estrellita aún titilará. Que aquellos que ayer los palacios con oro moldeaban hoy de sus huesos no queda ni polvo que soplar, que de su antigua gloria y poder ahora no sirve ni de calavera de Yorik para un hablar con el paterno fantasma.

    ¿Acaso alguien podrá robarse el agua del mar? ¿Comerse de un trago todas sus especies? ¿Esconder el aire de los vientos, para burlar el vuelo de los cóndores? ¿Soplar el polvo de todos los caminos para confundir el rastro baqueano? ¿Conocer cada punto, cada letra, sentencia, enseñanza, moraleja, metáfora y corolario de todos los libros de todos los poetas, dramaturgos y cómicos, de todos los pensadores, oradores y sabios? ¿O será que cada uno que conoce una letra, un punto, un número, un oficio, un arte, un saber curar, un saber cocinar, un saber coser, un saber arar, tiene un pedacito, un grano de esa arena que se llama saber, justicia y verdad?


    En que quedan pues las divisiones entre sabios y sencillos, entre poderosos y súbditos, entre naciones cultas y pueblos atrasados, entre quienes conocen la lengua de Homero, Virgilio, Shakespeare y Cervantes y entre los que conocen que se viene el granizo por el color del cielo, que caerá el rayo y abra incendio de pajonales por la erección del vello de su antebrazo, que ya ha llovido detrás de los montes por el olor de la tierra, que el agua está infecta por el sabor de una sola gota, que aquí es pantano, allá lago de arsénico, que aquí hay pasto y allí sólo arena. Y mientras algunos escriben sobre pajonales, jetas sobre la yugular de la yegua asesinada, desprecio por la virtud femenina perdida, para establecer la supremacía de una raza y la inferioridad de otra, creyéndose un Aquino o un Voltaire, cuando no es más que un gusano que chupa la sangre podrida de la mano de su patrón; otros se soslayan en la visión del verde horizonte, saludan el necesario fuego de los ya secos y altos cardos, cantan a la vitalidad suprema de la yegua y se pierden en el vientre de una mujer a quien no le preguntan sobre virtud ni hombres pasados ni hijos por venir.


    ¿Qué fue del sueño de tantos poetas, tantos profetas, tantos sabios? ¿Qué hay de tantas naciones unidas por la fraternidad, comunicadas por los mares, ligadas por el conocimiento, afianzadas por el amor? ¿Qué son esas banderas? ¿Orgullo de pasión o soberbia de sus sanguinarios guerreros? ¿Qué son esas líneas en los mapas? ¿Planes para futuras ciudades o estrategias para una guerra de exterminios? ¿Para qué tantos fortines de Troya, si Leubucó no tiene murallas? ¿Para qué los Remington si a los ranqueles sólo les quedan niños, hualas y viejos? ¿De que Casandras se quieren vengar? ¿De La Malinche, la Juana, la Encarnación o la Mercedes? ¿Por pensar en un futuro de unión, una tierra de libros, una Pampa de trabajo o una América independiente?

    Que tanto alto castillo no es más que hojarasca al viento. ¿Cuándo el hombre americano ya no pise la belleza de los Grandes Lagos, la floresta de los Mayas, los Andes de los Incas, la intrepidez del Amazonas, la vastedad de la Pampa; ¿a qué otro negro esclavo traerán para el trabajo, arrancándolo de su querida y tupida selva para dejarlo morir en el vientre de una mina, la inclemencia de un campo de algodón o el frente de una guerra que nunca será la suya? ¿A quién, si el que hace miles de lunas cruzó océanos y bajó montañas para besar las patas del carpincho, trepar por la última manzana y domar al último potrillo con el arte de la palabra ya no estará? ¿Al chino, al oceánico, al lapón, al gitano, al judío, al italiano, al irlandés, al noruego? ¿No es mejor el cantón para el chino, el canguro para el oceánico, el frío para el lapón, las danzas húngaras para el gitano, un muro de los lamentos para el judío, un sol del mediodía para el italiano, mil millones de verdes para el irlandés, una lanza vikinga para el noruego?

    ¿Para qué arrancar al africano de su negra y hermosa novia, al noruego de su los ojos cielo y trenzas de oro de su amada valquiria, al irlandés de su roja y ojiesmeralda damisela? Prometiéndoles la leche y la miel que esta tierra tiene, pero que quedará en los cacharros y silos del terrateniente y para ellos sólo hambre y desesperación, a menos que sumándose a sus fortines maten al indio perverso, al indio sucio, al indio cruel, al indio ladrón, al indio malonero, al indio traidor.

    Que cuando quieran venir el ranquel, el pehuenche, el pampa, el manzanero, el tehuelche les abrirá los brazos como siempre ha hecho y siempre defraudado, por el español, por el criollo, por el gringo inglés.


    Pero miren, aves del cielo, bestias del campo, verduras del campo, dioses de cielo, mar y tierra, lo que ven aquí fue sólo una gran y noble pasión. Sueños de un sublime porvenir, proyecciones de una majestad de dichas para su pueblo amado, hoy lacerado moribundo que en los cepos de la historia.

    Porque, ¿quién hablará mañana del glorioso pueblo ranquel? ¿Quién describirá las bellas trenzas de sus hualas, los tensos lomos de sus muchachos, el melodioso canto de sus chamanes, el sabio consejo de sus ancianos, el potente grito de sus recién nacidos?

    ¿Quién que recuerde la amarga noche en que el huinca aplastó con ya ensangrentada mano, que chorreaba sangre guaraní, cayó con sus Remington, sus caballos y sus sables?

    ¿Quién que diga que el ranquel quería sus locomotoras, sus granos y sus arados? ¿Quién que diga que no hace falta gringo que doble la espalda que el ranquel no le escapa al trabajo?

    Pero, no, ese no estará, porque habrá muerto bajo el filo inglés, el frío de la montaña, el hambre de la huida y la fiebre de la viruela negra. Que tampoco allá, cruzando esas cumbres, lo quieren ya. Que por eso le niegan, trigo, carne y libros. Para que el que quede sólo tenga un oscuro vivir, en el ostracismo del olvido.


    ¡Ay, ay, ay, ay! Que inasible, infinito, insondable dolor.

    Que lágrimas más estériles mojan esta mapu cuando el vapor de su cuerpo joven se pudre bajo un manto del más tierno y feraz humus.

    Que caballo de Atila pisó este pasto ayer verde y hoy seco de esperanzas, que sólo esparce látigos, balas y dolor. Que ha convertido el agua del jaguel en lágrimas de todo este pueblo que aquí bajo la lluvia lo llora.

    Pero, vean, ¿que más nos puede robar que no sea la piel a lonjazos, la vida a escopetazos, el estómago con hambruna, peste y diarrea? ¿Qué aflicción, desventura e injusticia, nos parecerán duras luego de tanta ignominia, burla y traición?

    ¿Acaso ahora, con las mejillas rojas del salitre de las lágrimas, no nos hace sonreír el canto indiferente de la torcaza que ajena a las afrentas de los hombres sigue creando canto, vuelo y vida?

    Pero vengan esos dolores que los dioses los permitan, para que como el fuego, agua y mazazo ennoblece al acero, haga de estas futuras generaciones duras para afrontar el tiempo, pero blandas para perpetrar la venganza, que aunque justa, ya estas miles de pupilas han visto demasiada sangre que aún parecen sobrenadar sobre el Curileo, el Bermejo, el Matanza y el Paraná. Cuanto mejor sería beber las aguas del Leteo, para no sentir todo este dolor, de tránsito agrio, lento y amargo.

    Pero así como los dioses prueban nuestra templanza, con el golpe del látigo, el mazazo que toman los cráneos por yunques, sea la gloria de este pueblo que como el Ave Fénix, renacerá dentro de algunas lunas, para gloria de los dioses, altivez de nuestras frentes, que el tiempo que todo lo olvida, no deje a este pueblo sin la dicha del recuerdo.
     
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  2. Cris Cam

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    A caramba, que deseos de leer, Marianne. Las tres odas El Llanto de Huenchuleo... , el Canto... y Ayinhual forman parte de mi novela Mailén, mi último trabajo, terminada pero sin haber podido publicara. Bah, como todo mi trabajo.
     
    #2

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