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Los caminos del viento

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por RDZ, 24 de Octubre de 2012. Respuestas: 1 | Visitas: 689

  1. RDZ

    RDZ Poeta recién llegado

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    2 de Mayo de 2012
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    En este día templado y pesado tengo que volver a casa, entre el postprandio y el colectivo, el otro colectivo, el tren y otro colectivo más. Bueno a la una, a la dos, vamos sino no llego más, serán las diez de la noche y yo voy a seguir viajando sobre los durmientes del Ferrocarril Roca, basta, me voy.
    Caminar la calle Gallo es un tiempo indeterminado y nó por lo que tardo en llegar a la parada del colectivo, sino porque ni muy comercial, ni muy barrial, ni muy delicada ni muy grotesca, una calle más de Buenos Aires, con los miles de departamentos que se elevan, siempre se elevan y sus macetas tristes que asoman los balcones. Las veredas llenas de excremento de perros finos y caros, que pasean a sus dueños con un mimetismo digno de alguna investigación. Son iguales, perros y dueños. La verdad que ya después de varios años podría dejar de transportar algunas cosas inútiles, el Ulises de Joyce, las tres últimas revistas de investigación médica, el discman y los respectivos discos, mi maletin ya es un bolso de señora mayor.
    Ahora, lo bueno de iniciar el regreso prolongado es que en su primer tercio el tiempo me permite procesar tanta información ganada durante la mañana y que ni siquiera me pude sentar unos minutos a pensar.
    Juan José está en la habitación de aislamiento ni bien uno entra en la terapia intensiva respiratoria, su modo de respirar empeoró desde la madrugada de hoy en forma ostensible. Decidí llamar a los padres para que pasen juntos, la enfermedad crónica respiratoria que tiene está en un punto intratable, se ha tomado la decisión de que no ingrese en respirador mecánico. Juan José empeora, yo sé que es terminal la situación, los padres se colocan uno a cada lado de la cama, le toman las manos, Juan José se empieza a asfixiar, increible que en 1986 no dispongamos de otra tecnología para aliviar este momento. Estoy solo con los tres, el corazón de Juan José se para e informo a sus padres del fallecimiento, y lejos de desgarrarse en llanto, los dos comienzan, sobre su hijo muerto, a insultarse y hecharse culpas por lo sucedido y la situación se torna dantesca e inmanejable. Tomo el 188 amarillo, mi vista está fija para adelante, estoy sentado, por suerte, pero totalmente inmóvil, mi cuerpo funciona con lo básico, no escucho nada alrededor, apoyo suavemente mi cabeza en la vetanilla cerrada y sucia. El empedrado ocasional no logra destrabar mis flash back´s y sigo reverberando en Juan José hasta llegar a Constitución. sacar el boleto a La Plata me recompone un poco con la realidad, camino el andén gris, todo está muy gris, miro para arriba, las chapas del techo con sus palomas están a mucha altura y las palomas son todas grises, hoy no veo ninguna blanca, son todas grises. Subo al vagon de cola, camino por adentro buscando un asiento con ventanilla, camino por el pasillo gris casi sin gente, con los tapizados rotos, hay luces colgando, me tropiezo con el revestimiento del pasillo roto y levantado hasta que encuentro un asiento solitario del lado izquierdo del vagón, ahí me deposito. El tren sale en horario y su andar es tranquilo. Cada tanto de estación en estación un tren en sentido contrario me sacude y me saca del día de hoy que fue terrible, tanto penar para al final morirse uno parafraseando a Miguel Hernández, la imágen de Juan Jose, sus padres peleando sobre él y yo ahí cuando ni el blanco de mi ropa calmaba la catástrofe. El tren avanza un poco más rápido, decididamente encara el viaje entre la estación Hudson y Pereyra Iraola. Pero cierta inquietud me toma por sorpresa y casi llegando a Gonnet decido salir de mi asiento y tomar el fresco en el estribo del tren, veo el pastizal pasar rápido, disfruto de la sensación del viento en mi cara, eso distrae este día mío. me asomo con cuidado para ver la perspectiva del tren avanzar y del bolsillo de mi camisa se desliza como si una mano la tomara, la Parker dorada que era de mi papá y fijo la mirada en su volar, viendo que rebota en el pastizal amarillo. Llegamos a Gonnet, bajo desesperado del tren y empiezo a caminar por el campo cercano a las vías en dirección a Buenos Aires, busco en el pastizal la lapicera, sé que es una locura encontrarla, pero mi padre falleció hace un mes y es mi nexo con él, tengo que encontrarla, camino, los pastos se hacen altos hasta la rodilla, tengo miedo de cruzarme con una alimaña, busco y busco, camino sin rumbo paralelo a las vías, hasta que al detenerme ya desahuciado veo un brillar sobre unas espigas, como si el pasto seco se transfomara en un trigo abatido por el viento de los trenes y me acerco lentamente para no agitarlos y ahí está la lapicera reposando sobre la superficie de los pastos. La tomo fuerte con mi mano y regreso a la estación de Gonnet a esperar una hora el próximo tren que me lleve a La Plata. No suelto la lapicera de mi mano, tengo miedo de perderla, ahí está mi padre protegiéndome de la soledad y del desasosiego. Ahora entiendo a los padres de Juan José, ahora entiendo la fuerza de la creación y la voracidad de la pérdida. Ahora entiendo que mi padre no es la lapicera, pero ella me permite entenderlo en los momentos más duros de mi vida hasta que en un par de años esté listlo para desprendeme de ella y eso no altere el recuerdo y todo esté más tranquilo. Tomo el 506 en la estación de La Plata y llego, por fin, a mi casa.
     
    #1
    Última modificación: 2 de Mayo de 2013
  2. marea nueva

    marea nueva Poeta veterano en el portal

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    La mente defiende al organismo del dolor , hasta el de los sentimientos, al principio cuando te leía pensaba en las pocas veces que consideramos la carga emocional que sobrellevan quienes atienden a los enfermos , viéndolo así me alegra pensar que hay quienes tienen este don extra de poder ver en las cosas algo que distrae la mente, intentando encontrarle voz y aroma al camino cotidiano y transformándolo en palabras ue son como bálsamo al espiritu, eso se admira.
    Sin embargo he de confesar que al final me sentí sumamente conmovida e identificada, recordé que el día que mi madre murio yo tenía puesto un gafet, le puse la fecha y la hora de ese dia y lo guardé en mi cartera, lo lleve allí por algún tiempo hasta que el duelo paso y perdí el miedo de olvidarla.
    Disculpa si me excedí en el comentario.
    Gracias por compartir esta prosa, un abrazo!
     
    #2

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