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Los Híbridos

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por Orfelunio, 1 de Mayo de 2012. Respuestas: 2 | Visitas: 1398

  1. Orfelunio

    Orfelunio Poeta veterano en el portal

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    Los Híbridos







    Quisiera comerte las dos glorias,
    tenerte una vez, y así, eternamente en la memoria,
    amarte fielmente hasta el final de la historia.

    El hombre será dueño y señor de su destino,
    cuando el poder, que doblega,
    caiga en la red de su propia trampa.


    La casita rosa estaba por estrenar, y necesitaba, recién acabada, darle los últimos retoques, cercarla, y llegar a un acuerdo con el dueño sobre el precio de la vivienda. La casita del barranco se descartó por lo pequeña, su poca luz, y el apuntalamiento de la parte trasera que daba al precipicio. La casita del cruce era sencilla, espaciosa y muy alegre; pero a mí nunca me gustó vivir a pie de carretera. Por fin, la casita de los irlandeses fue la elegida. Estos se habían separado y les urgía venderla para regresar a su país. Comenzaba a oscurecer en la montaña. La casa no estaba muy lejos de la fuente donde íbamos a llenar las garrafas de agua; oscuro lugar con fama y leyenda: “donde cantan los lobos, y el vampiro vuela cerca de la piedra blanca”. Disponía de tres habitaciones decoradas con distintos tintes y estilos, con lámparas de color azul, rojo y verde. El comedor no era muy grande, pero no faltaba su chimenea, cuya repisa la decoraban retratos de familia y objetos exóticos como una pequeña calavera, una cruz celta, un estandarte de algún club deportivo desconocido, y un crucifijo tapado con una funda morada arrinconado en uno de los laterales. El baño era estrecho, pero largo, de color azul oscuro y con bañera. La cocina amplia, disponía de dos fogones antiguos, una mesa, cuatro sillas, y una pequeña puerta situada al fondo, cerca de la despensa. –Ahora le vamos a enseñar -recuerdo que dijo el Irlandés-, nuestro pequeño paraíso-. Abrió la puerta mencionada y me hizo pasar a la oscuridad. Por un momento pensé, y tuve miedo, que los irlandeses fueran una pareja de psicópatas… Cuando encendieron la luz apareció ante mí un camino de hierba flanqueado por diversos tipos de plantas, de flores y árboles. Entre la flora había unos farolillos tenebrosos, cuya tenue luz amarilla daba al escenario el encanto mágico, y a la vez terrorífico, del oscuro gótico. Escuché el ruido chirriante de los metales oxidados… y me detuve; pero mi anfitrión me instó a seguir hacia adelante. Parecía la antesala de acceso a un mundo desconocido e inquietante. Al final del camino sólo había un columpio cuyos asientos se balanceaban como si alguien hubiera dejado de columpiarse ante mi presencia…

    -La casa tiene tres sistemas de calefacción -dijo el irlandés-, pero nosotros sólo utilizábamos el de luz-. El jardín que me había mostrado con el columpio, lo utilizaban, según decía, “para recordar”. Su mujer se empeñó en crearlo a semejanza de otro que tenían en un pueblo de Irlanda. Me dijo también que la estatua hibrida no la pudo traer como ella hubiera deseado, la cual habría sido puesta sobre la fuente de la piedra blanca. Los problemas que tuvieron con el nuevo dueño, las dificultades del transporte y lo delicada de la pieza, los hizo desistir.
    Les dije a los irlandeses que en una semana les contestaría, y que no mostraran la casa a nadie más hasta recibir mi contestación a los siete días. La verdad es que no me lo pensé mucho, diría que allí mismo ya había decidido ser el nuevo dueño. En dos semanas los irlandeses se habían marchado y yo estaba trasladando mis pertenencias a la casa de la montaña. Una vez acomodado, transcurrieron los días con la monotonía y a la vez sensación, de bienestar al despertar cada mañana en mitad del campo, en la falda de la montaña, con el aroma de las flores y el canto alegre de los pájaros. Si no hubiera dispuesto de vehículo no habría sido posible la compra de la casa. No creo que los infiernos hubieran esperado el tiempo necesario para adquirir uno y arreglar papeles por el incremento del interés. Parecía como si el destino me tuviera preparada la vivienda donde más tarde viviría el mayor de los horrores. Un día, ya en la nueva casa, antes de acostarme quise investigar en un armarito que disponía la habitación, del que, en su momento, no me había percatado. Estaba cerrado y no tenía llave alguna. Fui a la cocina y regresé con un cuchillo de trocear carne con la pretensión de forzar la puerta del pequeño armario. Forcejeé, con la mala fortuna que el cuchillo se partió por la mitad y terminó clavándose en la palma de mi mano izquierda. Comencé a sangrar y rápidamente fui al baño, puse la mano bajo el agua para limpiar la herida, y con papel higiénico hice una compresa que sujeté cerrando el puño. Después fui a la habitación donde tenía dispuesto, en uno de los estantes, un pequeño botiquín. Curé la herida y me puse una venda en la mano. Al regresar a la habitación, me sorprendió que el pequeño armario hubiera cedido y que una de sus puertas se encontrara abierta, pues no recordaba haberlo logrado. Busqué la hoja rota del cuchillo que debía haber estado encajada entre las dos puertas del armario, pero había desaparecido. Miré en el armario cuyo interior era de cristal, pero no vi reflejado mi rostro salvo en la brillante hoja antes buscada, que se hallaba clavada sobre un sobre de color morado. Con precaución desclavé el trozo de metal, e intrigado y confuso por todo lo ocurrido, me senté en la cama y encendí la lámpara roja dispuesto a leer lo escrito en el papel que había dentro del sobre. Decía la nota:

    “A la una la Luna,
    Sobre el híbrido y fuente
    Con las gotas de sangre
    Resucita la verde
    Niña perro danzando
    En la prehistórica cueva
    Bajo el balancín de la muerte”


    La verdad es que no entendí nada…
    Aunque recordaba la fuente a la que aludió el irlandés, nunca la vi; y además, la estatua del híbrido, según él, se quedó en su lugar de origen. Me encaminé hacia el jardín con el papel. Tenía decidido saber algo, que alguien, no sabía quién, me estaba queriendo revelar. Para ello disponía de varias pistas: el balancín, esperar que el reloj diera la una, y observar en ese momento la vertical de la Luna sobre el jardín donde me encontraba. Marcó el reloj la una y escuché nuevamente el chirriar del columpio; el balancín se movía, y la Luna estaba justo sobre el centro del camino en un escenario cubierto de niebla. Subí a uno de los asientos del columpio, y más confuso aún que antes, releí la nota pensando si me estaría volviendo loco, o si lo que estaba viviendo tan sólo era un sueño. Mis ojos se quedaron mirando la hierba bajó los pies, o más bien lo que a través de ella estaba medio oculto. Una trampilla de hierro me estaba diciendo que la abriera para desvelarme sus secretos. Enganché el columpio a la barra donde se sujetaba para poder mover mejor la trampilla y me dispuse a abrirla. La dichosa trampilla pesaba mucho más de lo que había imaginado. Necesitaba un hierro para poder tirar con fuerza. Pensé en el atizador de la chimenea, al cual había soldado un gancho para poder remover mejor las brasas. Pese a que los antiguos dueños, los irlandeses, usaban la calefacción a luz, yo utilizaba la de leña. Regresé al jardín, enganché una de las puertas y tiré con todas mis fuerzas. Poco a poco se fue levantando una de las puertas de la trampilla; pero mi mano herida se resintió, noté un fuerte dolor y solté el hierro cerrándose la puerta con gran estruendo… La trampilla no se había cerrado, sino todo lo contrario. La trampilla disponía de un seguro interior, y al levantarla éste se descorrió, cayendo la puerta al soltar el atizador, con gran fuerza sobre la pared interior de lo que parecía la escalera de un sótano.

    Tuve que restaurar el sistema…
    Aquella noche, en el sótano encontré diversos objetos medio enterrados por el tiempo: puñales corroídos con restos resecos de sangre, vestimentas hechas girones, cálices llenos de polvo y espadas de sacrificio junto a una batea de mármol en cuyo fondo se veía el sedimento de una posible víctima. Más al centro, y a unos cuantos pasos de donde me encontraba, vi una fuente sobre la que se reflejaba la brillante luz producida por la Luna en el exterior. Miré hacia lo alto y pude observar un pequeño orificio. Subí encima de la fuente encaramándome sobre su centró para ver más de cerca el agujero; de pronto desapareció el brillo, de nuevo volvió a aparecer, y nuevamente se repitió el parpadeo… Alguien estaba deambulando por el jardín. Bajé de la fuente apoyando mi mano izquierda sobre la plataforma manchándola con un reguerillo de sangre… El miedo se apoderó de mí. Decidí no regresar por el mismo sitio y busqué una salida que me llevara al exterior, o al interior de la casa. No la pude encontrar. Al final del subterráneo sólo había una pared de tierra y piedra. Al regresar, sobre la fuente, una especie de urna cristalina se dejaba ver como una alucinación creada en la noche de los ausentes. Me acerqué a la urna, y vi mi rostro reflejado en ella… Había una mosca verde.

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    Cinco lustros después…
    Las palmatorias, llenas de telarañas que teje el tiempo, y repartidas por el perímetro de la habitación, estaban todas con sus respectivas velas encendidas. Sometido a la propuesta de mi amigo, nos acomodamos cerca de una pequeña mesa donde cada una de nuestras sombras esperaba la presencia de la sibila intermediaria. Nuestro deseo, y el temor de descubrir la monstruosidad del inframundo, creaba un ambiente tenebroso de expectativas demoníacas, y a la vez, nuestra voluntad, empeñada en saber la verdad, tenía un fondo de esperanza por terminar con el eco eterno en que se disuelve la existencia, al cambiar el rol que el destino nos tenía preparado. Desde la estancia observaba el fétido paisaje. Los cadáveres cubrían la tierra con el misterioso silencio que deja la muerte; unos vahos, como humillos y tinieblas que se elevaban desprendiendo hedores, eran señal de los efluvios de la peste. Aferrado al cristal de la ventana, descubrí mi rostro… Había una mosca verde.
    Esa tarde, que esperaba saber el secreto del apodo con el cual llamaban al padre de Lucio, acudí, como de costumbre, a la cloaca donde siempre nos reuníamos. Se llamaba Cecilio Sánchez Murillo, apodado “el perro”.
    Lucio, que escuchaba a la médium, en el submundo de la hipnosis obedeció el mandato de ésta. Se levantó en la penumbra, y dándose la vuelta desabrochó su pantalón que con sus dos pulgares bajó a la altura de los cachetes.
    -¿Ves ahora, el porqué?-, preguntó.
    Quedé sin habla. No podía creer lo que estaba viendo…
    Desde el hueso donde termina la espalda continuaba en el de Lucio como un rabito menudo, el cual movió en varias direcciones como demostración de tener pleno dominio del músculo.
    -No digas nada a nadie-, me dijo.
    Ahora juzgaba a quien contar mi propio secreto, y aunque era sorprendente lo que acababa de ver, yo le tenía guardada una sorpresa mayor. Al día siguiente le mostraría la verdadera esencia de mis genes.
    Invité a mi amigo Lucio a venir de visita a casa. Venía alegre y contento después de haberme confesado el secreto que lo tenía sin sosiego; aunque noté en él cierta actitud de desconfianza. Una vez dentro de la casa pasamos a una habitación, fui hasta el fondo de la misma y encendí una pequeña lámpara.

    -Te presento a mi madre…
    Sobre una poltrona, ajustada a su gran panza, estaba sentada mi madre: una criatura medio humana y medio insecto, con cabeza pequeña y grandes ojos… Tenía los flancos alados y los brazos de araña, un color purpúreo de oscuro ceniza, y el verde esperpento del veneno vidrioso. Mi padre murió en la cloaca los días de la peste. Se acercó a casa con la intención de que le dejáramos entrar, pero mi madre, sabiendo que no tenía remedio y que además podría contaminarnos, no me dejó abrirle la puerta. Lo vi alejarse a través de la ventana. Solo, y con el deseo babeante, iba hacia la inmundicia de la cloaca.
    -Lo que no comprendo es cómo no has heredado ninguna señal física de tu madre-, dijo mi amigo Lucio impresionado.
    -Sí la tengo-, contesté. Mi única comida se encuentra en la cloaca.
    -Te voy a ser sincero-, dijo Lucio. He de decirte que mi padre fue el causante de la peste. A mi madre siempre le gustaron los animales, y en una de las noches en que bebía más de la cuenta sucedió algo que puedes imaginar... Después de lo sucedido, mi madre se sintió tan molesta que tomó la decisión de abandonarlo en la cloaca. Allí no tuvo otro alimento que las heces y los insectos que acudían al hedor burbujeante; no sería de extrañar que mi padre se comiera al tuyo cuando los dos intentaban saciar su apetito.

    La sibila entró en trance…
    Habló la sibila por medio de los espíritus presentes:
    “Van por el aire buscando, infiernos que no son cielos del alma. Mefisto vuela en el baile, y Fausto… Acuerdan un pacto inefable que implica a la cruz. Madura la luz y brilla la oscura fealdad: el hijo adoptivo del padre Satán. El humo sube hasta el cielo, el cielo se esfuma, por eso se busca por bello de azufre y de sal. Abismos se abren pidiendo caer hacia el mal. Temer a la tierra es fracaso; nacer, morir, vivir y matar. No sequen la tez que es nuez sin el habla. Quien sepa caer del peñasco se verá sin grietas del golpe fatal. Solo al volar no pienses al aire. Si sueñas que estás volando, el sueño deshaces”.
    Terminó la sibila sus palabras y una gran boca abrió sus fauces para tragarlos a todos. No era el padre de Lucio, como algunos pensarán, que regresara a la cloaca abandonado con su hambre. Lucio estaba equicocado. No fue su padre quien se comió al mío, sino al contrario. Se lo hice saber, y le dije que esa era mi herencia:
    -¿Recuerdas, Lucio, cuando siendo niños me llamabas “come mierda”?
    Comenzó a babearme la boca, y Lucio retrocedió ante el hambre desmedida de comerme a los perros, apodo, por el que fue conocido mi padre.
    Después del fausto homicidio me dirigí a la casa de Lucio, donde, como cada tarde, espera su madre la violación del tiempo para redimir su culpa. Antes de entrar miré por la ventana. Tras el cristal, como queriendo salir, había una mosca verde con su cabeza pequeña y su gran panza, un color purpúreo de oscuro ceniza, y el verde esperpento del veneno vidrioso… Salió el perro, y entró la araña.

    La directora de la residencia…
    El psiquiátrico era gobernado por una ex monja, cuyo carácter autoritario, propio de los colectivos religiosos, no desmerecía a su desmedida voluntad en la cama como devoradora de híbridos…
    A Cecilio, el padre de Lucio, le gustaba deambular por los jardines y acechar a las jóvenes parejas en su clímax. Mi padre, a quien ya he dicho que apodaban el “come perros”, sufría manía persecutoria: -“Ya vienen a por mí… ¿No los ves?” –, decía el pobre.
    Esa noche bajé a la cocina, y con la precaución de no hacer ruido recogí el veneno para la apropiada serpiente. Llevaba el remedio oculto bajo el abrigo: un gran cuchillo que esta vez no rompería el esfuerzo, y clavaría pecho y corazón, portador del mensaje en la estatua híbrida, la amante religiosa a quien todos los residentes llamaban la monja verde.
    Yo estuve allí, en el número doce del cuarto piso. Horas después se hundió la zanja por la falta de recursos. Murieron cuatro personas, inmigrantes con o sin contrato, mientras la residencia y el ayuntamiento, se desinsectaban las manos porque eran híbridos.
    En los pasillos me crucé con un señor que llevaba monóculo, antenas en su frente y una gran capa hasta los pies, cuya retorcida y roja cola trenzada culminaba con el aguijón del cólera de dios.

    La simplicidad de los días con su vicio se hizo dueña del ánimo…
    Ya no seducían las mañanas de aroma campestre, ni el cielo azul del horizonte, ni el alegre canto de los pájaros. El corazón se limitaba a dejar correr el tiempo… Sabía que el secreto estaba allí, muy cerca; pero nunca me atreví a regresar a la casa de los extraños irlandeses. No estoy loco -me decía a mí mismo-. No estoy loco, los locos sois vosotros, vosotros… Vosotros y ellos, sobre todo ellos, los irlandeses y los celtíberos.
    La novia iba vestida de brillante blanco. Pasó un carro sobre el charco y dejó a la novia manchada de barro. Después llegó un fuerte viento que arrancó a la novia su vestido. Tan sólo le quedaba a la novia el virgo; pero el virgo hacía tiempo que lo había perdido en aquella cueva que llegaba hasta la fuente, jardín donde acechaba “el perro”, a las jóvenes parejitas en su clímax. La novia no sólo perdió su blancura, sino también el casto decoro con que sonreía al olvido. La novia iba desnuda, clamando al señor de los híbridos.
    El esqueleto encontrado en el pozo de la cueva prehistórica pertenecía a una niña, mitad perro, mitad humana. En un habitáculo contiguo se halló un vestido de novia con su velo manchado de sangre. Desde entonces se busca al híbrido violador; pero nadie, salvo Lucio, logró saber que el “come perros” era mi padre. Y a Lucio… a Lucio lo enterré en la urna de cristal donde la noche de los ausentes tenía los flancos alados y los brazos de araña, un color purpúreo de oscuro ceniza, y el verde esperpento del veneno vidrioso.
    Me acerqué a la ventana para ver por última vez el humano paisaje sin vida. Vi la casa del celta, mi rostro en el infierno, y aferrada tras el cristal, queriendo entrar..., había una mosca verde.


    Llega la noche, ya se acerca…
    Con la muerte en la guadaña
    se deja que la note.
    Tuve miedo por la oreja
    y no la vi por la pestaña,
    la sentí por el escote;
    que iban diez patas de araña
    y una boca por estoque.

    Muere el sol
    y la luna se viste de seda.
    Se inician aquelarres de alcohol,
    desde el mar vistiendo el atolón
    hasta la gran oscura ciénaga.

    Escucha Aurora en la noche
    último aliento del alba,
    que aspira amar sin reproche
    veneno en rosas de malva.

    Eterna será en los hados
    senda de seres ajada,
    reyes de sol olvidados,
    ayeres en sombra y espada.

    Tu muerte cierra los cielos
    y abre a los vientos la vía;
    si mueres siendo revuelos,
    nace en la noche tu guía.

    La vida sigue el camino
    y ayer quedó en el estado,
    fuerte del ser peregrino
    que anda su tiempo pasado.

    Abran los mares sus aguas,
    volcanes escupan fuegos,
    escriba el hombre poemas
    que en toda su hora porfía.

    Tictac reloj de los ciegos,
    prosa en las híbridas flemas.
    Oscuro el gran polo norte
    de negro luto gemía…
    Por la cola del remonte,
    cualquier bestia es teorema
    con los híbridos del día.

    FIN


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    #1
    Última modificación: 1 de Mayo de 2012
  2. Angel Felibre

    Angel Felibre Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Bien Paco, te has lucido. ¿ Dónde te inspiraste, en Bétera?
     
    #2
  3. Orfelunio

    Orfelunio Poeta veterano en el portal

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    No, Ángel, en Gandía y cerca del monduber. Las casas comentadas existen todas; la del jardín con los farolillos no era en realidad de irlandeses, sino de ingleses. Yo trabajé en la residencia de la tercera edad la Safor en el mismo Gandía, no confundir con la del Monduber; su directora era entonces mi compañera y ex monja adoratriz. El suceso de los inmigrantes muertos en la zanja frente al número 12 de poeta Francesc Miret es un hecho cierto y que salió en los periódicos; en ese número 12 y en el cuarto piso vivía yo. En fin el relato tiene mucho de invención, pero tanto o más de realidad... Un abrazo, Ángel
     
    #3

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