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Los Hijos de Santiago.

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por Melquiades San Juan, 11 de Noviembre de 2012. Respuestas: 4 | Visitas: 889

  1. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Los Hijos de Santiago.​

    La primera vez que vimos caballos fue allá en las costas del Golfo de México, en lo que luego llamarían Veracruz.
    Los bajaron de sus naves y después corrieron sobre ellos por toda la playa disparando sus arcabuces. Hubo un gran espanto entonces por toda la tierra. Venían hombres extraños, mitad hombre y mitad bestia. Sus cuerpos despedían resplandores como si fueran espejos.
    ¡Espejos!... Nosotros nunca habíamos visto los espejos.
    Cuando estos hombres corrían sobre la tierra, la tierra resonaba al golpe de sus patas redondas. Luego se separaban. La mitad del hombre se quedaba esperando, y la otra parte, la que se parecía a nosotros, enfundada en ese cuerpo resplandeciente, donde no entraban nuestras flechas, caminaba.

    Era algo muy extraño. Algo que jamás habíamos visto antes.

    Luego vinieron los combates. Ellos querían oro y nosotros no lo teníamos.
    El valor sólo servía para encontrar la muerte.
    Ellos tenían el rayo, y a esa mujer, Malianalli (La Malinche) que nos decía que Quetzalcoatl había vuelto para reclamar su reino.
    Por los campos de batalla, los hombres de cuatro patas gritaban ¡Santiagoooo! cuando se lanzaban entre las multitudes blandiendo sus cañas de ese material extraño al que no resistía ningún peto de tallos de maíz y algodón, ante el cual se fragmentaba la obsidiana de los “macahuitl”.

    ¡Santiagoooo!

    Su voz era voz de muerte o de mutilación. Después, la tarde se volvía caminos de dolor y de muerte. De mutilados y heridos quedaban llenos los verdes campos. Los Caballeros Águila, los Caballeros Tigre eran pasto de las fieras hambrientas por la noche, indigno ceremonial para los Macehualtin.
    Un ocaso de gloria se sepultó para siempre en nuestras tierras; primero murieron nuestros hombres, luego nuestros nobles y después nuestros Dioses. Nada pudieron nuestros escudos contra sus lanzas, sus arcabuces y sus caballos. El guerrero estaba indefenso y el dios de piedra y madera murió ante el poderío del dios del hierro, el caballo y la pólvora.

    Luego vinieron ellos. Nos cambiaron al ídolo de piedra por el de yeso o madera. Nos enseñaron a tallar sus dioses y ahí, entre sus vientres pudimos guardad a los nuestros, como ser en gestación dentro de un vientre divino, hasta que nuestros Dioses aprendan y nos enseñen a hacer nuevas armas.

    Luego vinieron ellos, con su cruz y sus rezos. Con sus miradas fanáticas y con sus maldiciones y hogueras para todo lo nuestro.

    Ahí supimos de Santiago.

    El furor aquél que arrasó con su espada cortante a nuestro pueblo, en su caballo blanco con su espada mortífera.

    Ellos nos contaron de un Dios al que asesinó su propio padre para salvar a los hombres. Tal como nosotros sacrificábamos a los nuestros para salvar al mundo, para alimentar a los dioses para un nuevo ciclo.
    Nos contaron de un Dios extraño que preñó a una virgen casada con un hombre anciano y le hizo un hijo que no era hijo del marido sino del Dios al cual nos enseñaban a adorar.

    Nos enseñaron a admirar, venerar e imitar a la virgen casta que fue esposa y madre del Dios que nos trajeron e impusieron mediante espada y fuego.
    Cómo se parecía esa historia a la de Cohatlicue, la Diosa del Tepeyac que parió a Chimalpopoca después de haber sido preñada por los cielos divinos.

    Después vino el dolor de nuestro pueblo. Vinieron la esclavitud y el hambre. El hombre del caballo capturaba a nuestros padres y abuelos para llevarlos a las minas para buscar a esa especie de Dios que amaban y codiciaban más que a su dios crucificado: el metal amarillo.
    Nuestras mujeres fueron violadas y sometidas al concubinato forzoso.
    Llantos y más llantos en sus ojos angustiados, y asco ante el olor fétido de sus cuerpos desaseados, enemigos del baño diario.

    Santiago se aparecía por las noches en su corcel blanco. Primero se escuchaba el golpeteo a lo lejos de sus poderosas pezuñas, luego arremetía dentro de las chozas, tumbando las puertas de varas secas, y se llevaba a las virginales e inocentes.
    Nadie se oponía a su paso.
    Era el Dios conquistador.
    Sus enormes ojos echaban fuego, y por sus enormes orificios se fugaba el humo de su infierno interno. Su canto era brutal y sus fuetazos abrían las carnes de las mujeres y los ancianos que intentaban detener sus avances.

    Las niñas vírgenes aparecían después llenas de pánico, con los ojos hinchados por el llanto, y con la sangre virginal embarrada entre sus piernas.
    No había hombres que las defendieran. ¡Tantos habían muerto!... y los vivos eran esclavos de las minas, o de las tierras que se habían arrebatado a nuestros pueblos.

    Cuando había embarazos el pueblo entero acudía a ver a los hombres de la Cruz de palo. Atestiguaban de la virginidad de la niña y de cómo una noche "El Caballo" Santiago entró gritando su nombre en el grupo de humildes chozas y se llevó a la virgen.

    -“Mire padrecito” -decían las mujeres viejas- es como ese Dios que está ahí en la Cruz”.
    La criatura tiene el cabello rubio, los ojos azules, la piel blanca: es hijo de Santiago, es hijo de Dios, y Dios es su padre; y ella, la niña, es la virgen, una virgen de los nuestros, y su hijo viene del cielo a salvar a los nuestros del cautiverio que los mata.

    El Sacerdote guardaba silencio, pensaba y luego hablaba para explicar a los Indios que "eso" no era posible.

    Los indios le rebatían:
    -Es igual a esa madre que llora ahí en tu altar, también ella era virgen y pura. Esta no tenía un prometido como aquélla, ningún hombre puso sus ojos en ella, ninguno la tocó antes que Santiago; y después de tocarla, solo será de Santiago para siempre, nadie de nosotros la tocará.
    Entre nosotros nunca se toca a la mujer de un dios.

    Los Sacerdotes no sabían qué hacer. Se secreteaban ante la mirada de la gente que escuchaba lo que los indios decían; y estos esperaban angustiados sus decisiones. Ellos creían que la libertad de sus pueblos dependía de repetir el milagro de una Virgen que concibe pura.
    El hijo de un Dios poderoso les daría el respeto y la libertad que habían perdido para siempre.

    Los registros de hechos como estos se repitieron durante la primer centuria de la conquista. Los sacerdotes tomaban a los hijos de las indígenas preñadas para evitar que un día se volvieran líderes de su pueblo y los condujeran hacia su liberación. Luego, buscaban a algún encomendero poderoso de la región para pedirle a cambio de su silencio, buenas limosnas para la manutención de su hijo al que volvían sirviente en los conventos.

    “Los Hijos de Santiago” es un episodio de risa y tristeza para quienes podemos leer los anales del Archivo General de la Nación hoy, pero debe haber sido un verdadero problema para los religiosos de aquella época explicar a las mentes inocentes de los sometidos, el porqué, de los indios, no podía nacer ningún dios aunque naciera de una virgen niña o puberta.

    Para nuestros ancestros indígenas no resultó como esperaban el devolverles su propio mito a sus evangelizadores, como herramienta de respeto y libertad.
    Su cultura y sus dioses fueron satanizados desde el púlpito, y desde las páginas de la historia podemos revivir esa angustia trágica que consumió generación tras generación a los sometidos por las armas.
    Solo más allá de la terrible época del oscurantismo, cuando sus descendientes mestizos pudieron hurgar a través de esa mirada fanática y racista impregnada en sus escritos, relatando lo que vieron al llegar a nuestras tierras, es que se ha podido recuperar un mínimo de los datos entre lo que aún persiste al paso de los años en los libros “Inquisición”, y “Pueblos Indígenas”; cuyos pasajes relatados en ellos no terminan de impactar la conciencia de la humanidad sobre lo que aquí sucedió algún día.

    Los Hijos de Santiago, no han salido aún de su extravío existencial, siguen perdidos entre sus dos mundos en conflicto. Tal como lo ha plasmado Rivera en sus pinturas.
    Ojalá que un día vuelvan sobre sus pasos para retomar sus huellas y rehacer completamente su camino. Lo malo es que el tiempo luego se vuelve polvo y borra toda huella, y se precisa reinventarse cada día con la vista puesta en el sol, desde que amanece hasta que se vuelve ocaso.

     
    #1
    Última modificación: 11 de Noviembre de 2012
  2. Rosario Martín

    Rosario Martín .

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    Bueno es recordar esos capítulos de la historia negra de mi país.
    Lamentablemente no hemos aprendido,la historia se sigue repitiendo.
    El poderoso sigue con su invasión y el desconocimiento engendra siervos.
    Siempre es un aprendizaje leerte,además de placentero,
    abrazos.
     
    #2
  3. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Hola Rosario, La invasión, conquista y sometimiento no es un antecedente exclusivo del pueblo español, desde que el hombre es lo que es no ha parado de intentar dominar al prójimo.

    Aquí, la idea es traer esa angustia de los sometidos para encontrar por una vía ajena a las armas su liberación: acogerse a los parámetros piadosos a la inexplicable fe de esos hombres para encontrar que la fe es solo eso, la realidad y sus prioridades materiales de enriquecimiento, pronto tienen más arraigo en sus almas que cualquier otra cosa, y las acomodan para darle vuelta a la doctrina y no perder ni el cielo ni la tierra. Sucedió, ha sucedido y seguirá sucediendo.

    Por otro lado, los pueblos, la gente de la calle, puede tener toda la consciencia humanística y solidaria con los demás pueblos, pero no son ellos los que mandan lo que deben hacer los gobiernos. Todos los gobiernos están cooptados por grupos de poder que usan los impuestos, las fuerzas armadas y a los hijos de los ciudadanos de sus países para ir en pos de los bienes que están en tierras extranjeras, tomarlos y adueñarse de esa nación. O al menos cobrar la reconstrucción de lo que fueron a destruir en nombre de los que se les ocurra como motivo para invadir. De paso saquean sus museos, violan a sus mujeres y niños y etc etc etc. Hijos de Santiago quedan por todo el mundo tras las invasiones.

    Saludos amiga, gracias por el comentario.
     
    #3
  4. Caballo Negro

    Caballo Negro Exp..

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    Siempre es bueno recordar las nubes negras de un pais , para tratar de no cometer los mismos errores....Ha sido un agrado para mi pasar entre tus lineas .
    Las letras siempre van dejando enseñanza ...Gracias .

    Cariños
     
    #4
  5. arquiton

    arquiton Invitado

    Tristeza sin fin, mentira sin fin. Estas lecciones de la historia, de como el supuesto "humanismo cristiano" se prestó gustoso al genocidio, no han sido aprendidas. Aún hoy, siglo XXI, asistimos en mi patria -Argentina- a las públicas mentiras de los obispos que tratan de encubrir la manifiesta complicidad de su iglesia con la siniestra dictadura que en defensa del "mundo occidental y cristiano" secuestró, violó, torturó, asesinó y desapareció a miles de mis compatriotas.
    Asco sin fin.
    abrazo
    J
     
    #5

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