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Los músicos.

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Eloy Ayer, 28 de Julio de 2023. Respuestas: 0 | Visitas: 303

  1. Eloy Ayer

    Eloy Ayer Poeta asiduo al portal

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    Los músicos

    Intro-ito:

    En la charca de la alameda las ranas hacen sonar el violín del diablo, desde lo alto de la escalera veo el reflejo plateado de la luna crear fantasmas entre los troncos y las hojas de la superficie, después… he visto al orondo payaso enfundado en un traje blanco y rosa y su sombrero de paja con una margarita de un tallo muy alto en la cinta, hacía sonar el violín un poco inclinado a la izquierda y bailaba, lento y acompasado, la música del desdentado instrumento.

    El cuento en sí:

    He dado media vuelta para coger por la calle del ayuntamiento, a un lado quedan las portadas de las casas con el olor a gasoil de los coches y tractores difuminado en el aire a media altura. El recuerdo de la visión ha traído a mi mente algunas imágenes antiguas. Son las verbenas del pueblo cuando los músicos de la orquesta llegaban con el autobús y hacían parada en esa misma calle. Recuerdo la polvareda levantada por el trasto que pasaba rugiendo entre las casas del pueblo. Aquello era una fiesta mundial ya por sí solo.

    No eran los músicos los personajes que llegaban en lo alto de la baca confundidos entre las maletas, bultos y cajas de los instrumentos y después sí que eran ellos que se bajaban en la parada mientras esperaban a que el conductor desliase la escalera y les alcanzase los bultos a uno de los costados por encima de las miradas entretenidas de los pasajeros de dentro. El grupo de niños permanecía observando la escena a prudente distancia por no ganarse un mojicón, desde la perspectiva inquisidora de la acera y dueños del pueblo.

    Yo no sabía dónde porque todas aquellas cosas estaban rodeadas de un estrecho secreto, hacían posada aquellos extraordinarios músicos. Mírales ahí con sus hermosos cuerpos y las caras sorprendidas mientras echaban un vistazo alrededor como quien busca al camarero.

    Pero aquello ya no era mío, ya el autobús había desaparecido por la cuesta del estanque y el grupo de músicos se perdía por las calles con el vecino que les daría fonda las noches que durara la verbena. La luz amarilla de las farolas llegaba desde las esquinas de las casas.

    Por la mañana nos poníamos los trajes limpios y todo el día transcurría en torno a la fiesta, hacíamos la misa, la procesión y el juego de pelota. Aquellas tardes largas y perezosas, hablando, observando el rostro redondo y grande de la felicidad.

    Salíamos a la calle a buscar a los amigos un poco más tarde cuando el sonido de la orquesta tronaba los pasodobles allá al fondo en la plaza del pueblo. ¡Pues claro!, yo con el corazón siempre pensaba en ella. Recuerdo la imagen que a duras penas conseguía abarcar por entero y porque no me interesaba de la orquesta en lo alto de la galera, a un lado de la plaza. Había unas cuantas parejas madrugonas que ya estaban bailando y un poco más allá el jolgorio de las tómbolas y las mesas de las apuestas. Nos quedábamos delante del escenario para llenar el cuerpo del sonido de las trompetas y saxofones, mientras, la gente iba llegando y nos perdíamos entre las parejas jugando al escondite. De todas maneras, ¡qué barbaridad que era aquello!, y no porque me ganase o escapase a mis sentidos, aquellos hermosos músicos altos y elegantes, con una personalidad fuera de lo común que lanzaban al hueco de la plaza los pasodobles y los valses, los boleros eternos hacia el mar de parejas que iban a lo suyo y los aplausos, las peticiones de canción favorita, todo aquel calor acumulado y sorprendente.

    Desde las portadas llegaba el olor a tierra y abono, al cuero de las correas de los animales, a lugar incógnito perdido en la inmensidad de la noche.

    Después del baile quedaba sola la plaza, todas las bombillas encendidas hasta mañana, los mozos y las mozas entretenidos en las bodegas echaban el último trago o se iban hasta la fuente para beberse el frescor del agua, el aire que llegaba de los árboles del río y después que todo terminaba sin gente ya un poco triste por el final de la fiesta.

    Uno de los días siguientes el grupo de músicos cogía el autobús temprano, con la niebla extendida por el campo y se despedían hasta el próximo año. El olor a confites de las tómbolas quedaba bailando en el aire unos días más.
     
    #1

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