Los ojos negros de la plata

Ya termina este año del Señor de 1.520 y hace tiempo que dudo de que Dios apruebe lo que hacemos aquí y, si lo hace, seré yo quien le desapruebe a él, aunque me cueste la hoguera. Y no creo que tarde mucho el fuego en morder mi carne pues ya soy preso en esta cabaña pestilente desde hace trece días.

Nos han enviado a este pequeño poblado a más de treinta leguas al suroeste del fuerte. Dieciséis jornadas de penoso caminar cargados con las armaduras y los mosquetones que, al menos, no hemos tenido que usar tras arrasar el último asentamiento indígena del valle antes de partir.

Todavía hay sangre en mis ropas que no consigo limpiar de ninguna forma aunque es mi alma la que está teñida de rojo y siento que para siempre.

Necesitamos más cañones y, por lo tanto, estaño. No sé cómo habrán sabido de estas minas pero llegamos hace dos semanas y las pruebas dicen que no es estaño sino plata lo que esconden las montañas.

En la Casa Real no se lo esperan ni tampoco el Gobernador de las tierras nuevas. La plata traerá más muerte a esta gente y riquezas inmensas al listo de turno que se rebele contra la Corona. Forzosamente habrá que elegir bando en una apuesta sin garantías, aunque yo no estoy preso por la plata ni por envite alguno.

En mala hora subí a aquella nave hace casi dos años; buscaba aventuras y escribir sobre ellas que es lo que me llena, la pluma rasgando el pergamino, no el arcabuz o la espada. Si en todo poeta hay un alma sensible, maldita sea que en mi caso es cierto y aquí estoy, pronto a morir por ello.

A estas alimañas con las que comparto selvas, mosquitos y cenagales no les basta con todas las muertes que hemos dado ya, tenían que matar también a los pobladores de la aldea minera que se opusieron a la separación de las mujeres más jóvenes.

Ya me insultaron cuando no quise participar en la matanza y me amenazaron al recriminarles su escasa hombría pero, tras herir con mi espada al Cabo por querer llevarse a aquella niña, me apresaron y estoy esperando el juicio para cuando llegue el resto del grupo con los oficiales de rango y el capellán. Si no ha excomulgado ya a este grupo de cretinos no creo que me ayude aunque hayamos compartido aficiones literarias; le considero un exaltado de esta locura inspirada por razones divinas según ha sostenido siempre, muy alterado al escuchar mis reticencias.

No puedo olvidar la mirada de la niña que no tendría más de siete u ocho años, el terror en sus grandes ojos negros suplicantes, su largo pelo oscuro y su mano cálida y tierna que sostuve hasta que me la arrebataron.

Pero la siento de nuevo ahora, tierna y cálida, que roza la mía en este duro banco de madera despertándome para encontrar sus ojos negros de chiquilla abiertos a la vida. No huelo ya la humedad pesada de la choza sino a incienso, miro a mi alrededor y veo que no estoy en el poblado minero sino en una Iglesia y, aliviado, compruebo que el cura, que oficia la misa para un grupo de mujeres de negro, no tiene la nariz aguileña del malparido del capellán.

El cambio horario y la pócima de hojas de coca contra el mal de altura que me dieron en el hotel me han rendido.

He de seguir la visita, me queda mucho por ver y sentir aunque sé que me costará olvidar el inmenso fresco que contemplé durante horas en el museo con aquella niña allí pintada, de pie entre cadáveres, su mano enrojecida y sus grandes ojos oscuros.

 

Quizás fue en busca de una aventura y encontró otra cosa.
A veces partimos por un largo camino que en muchos de sus tramos, se encuentran torcidos.

Saludos

 

Fue buscando la aventura y encontro en tres lugares distintos los mismos ojos llenos de vida.
Un fuerte abrazo y gracias por leerlo.
Cyrano

 

Las imágenes compartidas ganan nuevos significados en colores y texturas... eso es exclusivo de las buenas letras.

Es un relato genial.

Saludos.

 

Muchas gracias, me alegro de que te haya gustado.
Cyrano