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Los poetas marginales de hoy

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Évano, 4 de Junio de 2014. Respuestas: 6 | Visitas: 2286

  1. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Visité el museo de arte contemporáneo de León, el llamado Musac. Son unos edificios unidos, de diferentes alturas, con fachada de rectángulos de cristales violetas, verdes, amarillos y rojos. Todo él se asemeja a la figura de una G. El 31 de mayo daban una conferencia sobre poesía underground (o algo así). Otros la definen como realismo sucio, pero yo coincidía con la de los propios conferenciantes, la de poesía marginal.

    Nunca había asistido a nada por el estilo, prácticamente a ninguna clase de conferencias ni presentaciones de libros. En las puertas, minutos antes de las siete de la tarde, se agolpaban en pequeños círculos personas de vestimentas estrafalarias. No eran las que yo acostumbraba a ver por las aldeas de los Montes de León. Gorros de lana, pantalones anchos de telas negras, zapatos de tacones de prestidigitadores, cabellos azules, chaquetas de pana, anillos en orejas, narices y labios, barbas de todos los colores, coletas en los hombros, y grandes vasos de cervezas en las manos que se alternaban con los humos de cigarrillos de la tarde. Curiosamente, pocos utilizaban gafas de dioptrías, aunque sí de sol.

    Sabedor de la poca fortuna y la casi imposibilidad del triunfo de los poetas, pensé que fingían una soberbia enmascarada; o cómo actuarían si algún día arribaran a la fama. O quizás una cierta ilusión infantil. Cada cual se engaña como quiere para ser lo más feliz posible.

    Era el tercero de los cinco días dedicados a este arte marginal, por lo que el presentador dio la bienvenida a los mismos de siempre, muchos de ellos amigos, familiares o conocidos. Yo no, yo había acudido por pura obligación. Unos días obligados a permanecer en casa de unos familiares en la ciudad, con el aburrimiento que conllevaba para mí, y un letrero en la panadería anunciando tal acto con el nombre llamativo de: Escrito en el margen: dos poéticas transgresoras, me convencieron para asistir y librarme del aburrimiento. Soy extremadamente tímido, rozo la agorafobia y las multitudes disparan mi mente. Por todo esto, fumaba tabaco de liar en un rincón solitario de la puerta de entrada del museo.

    Empezaron a entrar cuando yo ya estaba sentado en la tercera fila. Estuve esperando sólo bastante tiempo en la soledad de la sala. Una persona me había estado observando de reojo mientras revisaba micrófonos y luces.

    Se medio llenó el pequeño salón de actos y se apagaron las luces, dejando iluminada la mesa con los invitados y el presentador. Este, tras una breve narración de la vida y obras de los conferenciantes, dio paso al primero de ellos. David González, un escritor afamado con más de una treintena de publicaciones, a penas había leído un par de poemas cortos suyos cuando el gran vaso de cerveza ya lo tenía vacío. Me entró algo de envidia, pero él, indudablemente, no lo podía saber. "Si el señor es nuestro pastor, ¿quién es mi perro?". No debió recitar esos breves versos porque me tuvo liada la mente un buen rato, con lo que me perdí mucho de lo que dijo mientras escrutaba su rostro juvenil y fuerte a pesar de la cincuentena de años que portaban sus huesos. Se masajeaba constantemente la frente y su voz escondía una leve ebriedad. De frases ocurrentes, desenvuelto y seguro de sí mismo. Así lo vi.

    Pero cuando llegó el turno de Carlos Salcedo es cuando algo en mí se alteró, o salió a flote. No sabría decir con exactitud el por qué y cómo ocurrió. Recitaba sus versos, aparentemente simples y de palabras comunes y vulgares; incluso el trasfondo de ellas ya lo habían escrito muchos. Arrojaba las hojas al público después de haber leído la poesía que en ella había escrito. La voz retumbaba en la sala y los ojos nos apuñalaban en nuestra aparente segura oscuridad. Bebió de dos tragos su cerveza y le trajeron otra y de esta traspasó al vaso de David González la mitad.

    A los pies de dónde yo estaba sentado cayó la última de sus poesías. Me agaché disimuladamente y me la metí en el bolsillo derecho del pantalón. Encendieron las luces al acabar y tuve mucho cuidado de que no se me notase el papel que había recogido del suelo.

    Salí precipitadamente en busca de mi coche aparcado, dejando atrás los grupitos de variopintos personajes que parecían sacados de los relatos bohemios de antaños y futuros. Mientras me alejaba de ellos con mi cigarrillo en la mano y en el labio, casi a la misma vez por difícil que parezca, me dije que era normal que aquel joven fuerte, de coletas y barbas, cuyos versos hablaban de pisos de habitaciones compartidas con alcohólicos separados, de ludópatas de máquinas tragaperras, de enfermos del síndrome "recojotodalabasuraymelatraigoamihabitación" y individuos semejantes. Lo que bien se llama marginalidad, me dije; y me añadí que entendía que aquella mirada furiosa de ojos depredadores se enfadara con aquellos visitantes que jugaban a ser poetas marginales, niñatos bohemios, gente en contra de gobiernos, pero sentados en sus casas. Correveidiles laberínticos de la sinrazón. Él sí era o había sido marginal, y David González, aunque éste ahora un poco menos agresivo en apariencia, pero no en la camuflada simpatía de sus palabras. Cualquiera que haya estado en esos mundos reconoce de inmediato quién es uno de ellos, y quién no.

    Y en ellos vi, noté y toqué la inmensa energía que se esconde en la miseria de la humanidad, la que todos nosotros escondemos debajo de las aceras y nos negamos a aceptar que existen. Palpé el tremendo peligro con el que los poderosos avaros y egoístas están jugando. Me quemé con las llamas futuras del infierno que se nos aviene si no se empieza a sacar rápidamente a esas personas de la marginalidad. Supe que ellas son, sin la más mínima duda, nuestro venidero infierno, o nuestro posible futuro Cielo. Hay tanta energía y fuerza en las cloacas de la humanidad que es un bomba de relojería capaz de destruir miles de universos. Una sola persona de ese grupo, una con la rabia y el cerebro suficiente, bastaría para borrarnos a todos del mapa. Hoy, en este mundo de bombas cada vez más diminutas; de guerreros invencibles microscópicos y con el saber de toda la Historia en cada ordenador, es, sin duda, posible, y casi inevitable.

    Yo vi la lucha de Carlos Salcedo por emerger y acoplarse al ritmo del mundo, por ser parte de él. Lo vi luego, al acabar, cuando se dirigió a vender los pocos libros que trajo: un compendio de narraciones y poesías suyas. A lo mejor él lo consigue y se adapta, pero no todos los marginales actuarán igual, no todos perdonarán, ni olvidarán, por mucha fama y dinero que lleguen a tener. Si alguno se graba en el alma que esta humanidad no se merece sobrevivir y está capacitado para exterminarla, no duden ni un segundo que ésta acabará de repente. Y no habrán más Edenes, ni Adanes, ni Evas.

    Dejo a continuación una muestra de las letras de Carlos Salcedo, para que juzguen ustedes mismos la fuerza que late y que permanece inerte y a la espera bajo nuestros pies insensibles. La caligrafía se asemeja a la mía: escribe las palabras letra por letra, con mucha separación entre ellas. Son pequeñas y elegantes y el título está escrito en mayúsculas y subrayado con dos líneas que se juntan al final, como una persona que viviera dividida y que se juntará en una sola al término de su recorrido por este mundo. He respetado signos de puntuación, ortografía, métrica de los versos y sus separaciones. O sea, como está en el papel que recogí en la sala de actos del museo de arte contemporáneo de León.


    POEMA NAVIDEÑO

    24 de diciembre.
    Nochebuena.
    Rumbo a la cena familiar
    con la hora pegada al culo
    como siempre.

    Caminando a toda prisa
    por Ordoño.
    Luces
    Villancicos
    Gente
    Mucha gente.

    Gente arremolinada
    a las puertas
    de la perfumería de moda.
    Pero no estaban haciendo
    las últimas compras.

    No.

    Estaban haciendo fotos,
    fotos y vídeos
    a un viejo vagabundo que
    tumbado en el suelo
    de la perfumería de moda
    parecía no responder
    a los estímulos.

    Al llegar a su altura
    pude ver
    su cara
    pétrea
    inexpresiva
    bajo la fría
    lluvia
    contra el asfalto.

    El viejo me sonaba
    del comedor social.
    Unos lo zarandeaban,
    otros cuchicheaban
    a su alrededor,
    pero el viejo no
    respondía.

    No me detuve,
    seguí mi camino
    mientras escuchaba
    las sirenas de la policía
    acercándose.

    Espero que ese pobre hombre
    estuviese muerto
    porque sino
    además
    seguramente
    le multen
    por orden de los ineptos
    que dejamos
    nos gobiernen.

    A Papá Noel
    no le entra el culo
    por la chimenea.

    Melchor
    empeñó el oro.

    Gaspar
    se pasó ayer
    a pillarme 5.

    Y el niño Jesus

    ...

    el niño Jesus

    ...

    A saber dónde estará ya

    ese

    hombre.
     
    #1
    Última modificación: 5 de Junio de 2014
  2. Ro.Bass

    Ro.Bass Guau-Guau

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    Me recordaste mucho, a una novela donde en un capítulo, Andrew Pyper (su autor), describe
    una situación muy similar, expresando las mismas inquietudes, de hecho ese
    thriller creo que se lo recomendaría más que nada a escritores marginales,
    porque además del tema en cuestión que hace al suspenso, la historia del personaje
    principal se centra en un escritor "marginal" que sueña con escribir un libro,
    y en el intento conoce a otros escritores también "marginales"... En fin,
    para qué contarlo... Se llama "Plagio Mortal", después de leerte esto,
    estoy segura que ese thriller te encantará.


    Besos
     
    #2
  3. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Muchas gracias, señora Ro. No había leído ni tenía conocimiento de dicho autor ni libro. No dude que cuando lo encuentre lo leeré. Esta historia es real, de hace poco y quizás yo también añore escribir un libro, pero como Dios manda jajaja... Un fuerte abrazo, amiga.
     
    #3
  4. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Muy bueno, Évano. Ese museo, por otro lado, no me sorprende que atraiga a esos carnavales: el edificio mismo es el símbolo de uno...
    Un gusto volver a leerte. Un saludete de Samuel.
     
    #4
  5. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Yo era uno de esos carnavales, señor Samuel jajaja... Pero sí, tiene razón, es un edificio "raro". Gracias por pasar, amigo.
     
    #5
  6. kalkbadan

    kalkbadan Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Gran relato Évano; me gustó mucho. Envidio la claridad y frescura con la que te expresas.

    Cualquiera que haya estado en esos mundos reconoce de inmediato quién es uno de ellos, y quién no.

    Y en ellos vi, noté y toqué la inmensa energía que se esconde en la miseria de la humanidad, la que todos nosotros escondemos debajo de las aceras y nos negamos a aceptar que existen.

    Mientras me alejaba de ellos con mi cigarrillo en la mano y en el labio, casi a la misma vez por difícil que parezca, (...)


    Muy bueno.

    Y del poema, pues qué te voy a decir.

    Un saludo, compañero.
     
    #6
  7. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Es cierto, señor Kalkbadan, me impresionaron David González (al cual lo incluyen ya en casi todas las antologías de hoy) y Carlos Salcedo, más prosista que poeta y que comienza su andadura ahora. Pero me impresionaron porque son marginales que han luchado y luchan por salir a flote. Uno estuvo en la cárcel, el otro lo ha pasado mal, viviendo en habitaciones y comiendo de la caridad. Admirable la fuerza de sus personas y versos. Yo entiendo de esto, pues siempre fui (y soy) pobre y viví en las barriadas de Barcelona y montañas de lobos. Muchas gracias por pasar. Se le saluda, compañero.
     
    #7

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