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Los reyes magos

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Rafael Michel, 5 de Enero de 2010. Respuestas: 0 | Visitas: 634

  1. Rafael Michel

    Rafael Michel Poeta recién llegado

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    2 de Diciembre de 2008
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    Rafael Michel

    Michel Jr se prepara para hacerla de Santo Rey en la ciudad más visitada del mundo: Tijuana; su tío le estaba reservando el lugar en un tablado que se instaló en la plaza del Río Tijuana.
    Se disfrazo junto con su hermana Gennesis y su primo Juan Alberto Jr. eran los tres Reyes Magos fantásticos.
    Al ver a la competencia, ve que entre los otros Reyes Magos está Ángel, su vecino; a él si le estaba yendo bien, mientras que los Jr´s la noche no les sonreía.
    Michel decidirá tomar la ruta de sus emociones, dejándose llevar por un torbellino sin horizontes limítrofes.
    Tuvieron que remendar el traje de peluche del año pasado y hacerle unas pinzas porque Michel Jr había adelgazado y ni con la botarga lo lograba llenar. Eso que embutieron en la botarga unas chamarras y hasta bolsas de supermercado para completar. Cuando él y su mujer llegaron a la plaza aquella tarde, ya eran las ocho de la noche y largas filas de niños esperaban turno frente a los templetes decorados con pinos, montañas nevadas y estrellas de diamantina. Órale ¨Jey¨, le gritó el tío que había estado apartando el lugar, un lugar horrible, en medio de una jardinera pelada y pisoteada, apestosa a podrido, lejos de las fuentes, las estatuas y los caminitos de baldosas. Apúrate, ya casi nos lo quitan. Los tres Reyes magos subieron al tablado con dificultad: la vieja botarga pesaba y las barbas le daban comezón; para colmo, hacía un calor horrible, como de mayo. Pero ya era diciembre, otra vez diciembre; había tardado en llegar, luego de un año de pasarlas negras y sin un clavo, haciéndola de payaso y de lo que fuera para medio salir de gastos. Se acomodó en el trono de utilería, dijo un “jo, jo, jo” que sonó a tos y echó una rápida ojeada a su alrededor.
    Fue ahí cuando lo distinguió, orondo, lozano entre la multitud de familias, los chamacos acalorados con gorros y bufandas, y los puestos de garnachas a todo lo que daban: el Wili, el pinche Ángel, su vecino, otra vez en diciembre enfrente de él, como una humillación, recordándole su casa que era la más grande de la vecindad, el coche que él no tenía, su vieja que estaba mucho mejor que la suya —ahí estaba, como siempre empacando y desempacando, faltaba más, ni ganas de verla siquiera. ¿Pues cómo le hacía ese cabrón? Cada año mejoraba, cada año le escupía alguna novedad, pero esta vez se había mandado: el traje nuevo de Reye Mago de terciopelo fino, de un color distinto al resto, más oscuro; el cinturón de finísimo charol, con la hebilla que parecía de oro de verdad, la cara sonrosada, la barba esponjadita, esas botas que sí eran botas, mientras que él traía unos tubos de cartón pegados a los zapatos. A diferencia de otros años y otros Reyes, cuando la panza les brotaba como un grito de dolor, al Wili se le veía la gordura pareja, como la de un gordo respetable, un funcionario. Rafael Abraham Michel Jr pensó en esos trajes de hule espuma, con músculos y todo, a lo mejor era eso. Ojalá y se asfixie el pendejo, pensó. Pero el otro se veía de lo más fresco; cargaba en las rodillas a una niñita hermosa, rechonchita, de caireles rojos, que parecía sacada de un sueño, mientras que a él se le trepó, de la nada, un mocoso sucio, flacucho, que le enterró los huesitos en los brazos y le soltó de entrada una grosería: Pinche Rey, qué me vas a regalar, como no sea una pistola chafa como la del año pasado… La crisis, mijo, atinó a decir Michel jr, pero ahora sí va estar muy chulo tu seis de enero; a ver, ¿qué quieres? Y así escuchó el Jr una retahíla de peticiones que no entendía, casi todas muy exigentes, igual que el año pasado, unas listas imposibles, escupidas por unas criaturas que se sacaban los mocos, le echaban merengue en el traje, con el trabajo que había costado limpiarlo, y se echaban pedos encima de él sin ningún pudor. Uno hasta le vomitó refresco encima.
    Pero gracias a sus buenas intenciones, ilusionaron los tres Reyes Magos, fantásticos a los niños que se les acercaban.
     
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