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Los Últimos Olmos

Tema en 'Prosa: Ocultos, Góticos o misteriosos' comenzado por Orfelunio, 17 de Febrero de 2010. Respuestas: 0 | Visitas: 917

  1. Orfelunio

    Orfelunio Poeta veterano en el portal

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    Los últimos olmos




    Eran las cinco de la tarde. Al fondo del pasillo se oyó la voz del carcelero: “¡Galería nº 211!... ¡Al patio!” Se abrieron las celdas una a una, y sonó un pitido. Cuantas veces había escuchado esa música. En esta ocasión los sonidos chirriantes de los cerrojos oxidados, me recordaron las locomotoras a vapor, que tan cerca pasaban de la anterior prisión. Se volvió a escuchar el pitido. Celda nº 4, -dijo el guarda- ¿No va a salir? -preguntó. Prefiero quedarme, respondí. Me sentía como el cobarde matador, que se demora al presagiar su destino. Tan sólo quedaba una noche para mi libertad, y le tenía miedo a la misma. Volví a leer las cartas. Una era de mi anterior carcelero. Lo recordaba con su cara pequeña y agradable. Decía: “No creas que me he olvidado de ti... Han sido muchos años. Te espero a la salida para acompañarte en tu regreso” La otra: “Hola hijo, sé que estás a punto de obtener la libertad, dirígete al Talar de los Olmos; tu padre te espera”

    Las leí una y otra vez... hasta que la oscuridad lo impidió. Llegó la noche, y me dormí con la intención de salir al ruedo y rematar la faena. Comenzó a clarear y se abrió mi celda. ¡Recoja sus cosas y sígame! -dijo el guarda. En silencio, abandonamos la galería. Apareció otro guarda, que tomó el relevo y me llevó hasta la puerta principal. Abrió la puerta. “Suerte amigo” Gracias señor. Salté a la plaza. No había ninguna fiera esperándome, sólo un viejo de cara pequeña y agradable. Nos dimos un abrazo...

    Después del encuentro, caminamos hacia la estación. A lo lejos se acercaban unos Zíngaros, o Gitanos, con sus carros y carretas. Al llegar a su altura, los niños gitanos, revoltosos, nos abordaron. Unos tiraban de la cintura, otros cogían la mochila, y otro intentaba meter las manos en mis bolsillos. Señor -dijo una gitana- ¿quiere que le lea la mano? No dije ni sí, ni no, sólo intentábamos quitarnos de encima las fierecillas de alrededor. Cogió mi mano y sin mirarla dijo: “A los tres luceros, y a las cuatro muertes, serás dueño de tus senderos y señor de tu propia suerte“ De un empujón aparté al gitanillo que ya se hacía con la mochila. ¡Deje a la chinorrí señor! ¿No ve que es un niño? Sí, un niño salvaje, respondí. "¡Asín descarrile el tren en el que viaje!" -contestó la gitana. Un intenso dolor en la entrepierna me hizo entender, que el que hurgaba en mis bolsillos había encontrado algo de su agrado, y le era imposible desprender. De un guantazo lo tiré al suelo. Se acercaron dos gitanos. Al lado del camino, uno registraba al viejo de la cara pequeña y agradable; el otro cayó sobre mí... Como un animal enfurecido se sucedieron las cornadas. Desde el suelo, casi sin aliento, sólo recuerdo cómo se alejaban los carros y carretas con sus gentes.


    Todo empezó sin saber cómo y sin haber puesto el mínimo empeño en que sucediera. ¿Será el azar?, me pregunté mientras el silbato del tren y sus armoniosos sonidos se mezclaban con sus vaivenes. A través de la ventana veía alejarse el paisaje y sentí cierto alivio, como si dejara atrás historias soñadas que no había vivido, momentos en los que realmente sólo fui espectador de vidas ajenas, y no protagonista. Ahora el escenario era mío, al igual que debía serlo el del viejo que tenía enfrente. Por un momento vi a mi padre reflejado en él: escaso pelo, canoso, las manos entrelazadas sobre la panza, y una cara pequeña y agradable. El destino ya le había alcanzado.

    ¡Billetes por favor! Medio dormido, logré ver un señor con uniforme, monóculo y bigote… Señor, su billete... si es tan amable. Sí, un momento… Busqué el pasaje. Me era difícil sacar la cartera con el bamboleo del tren. En un instante pensé que pararía para facilitar la labor, y pronto comprendí que esto no era posible... Se escapó de entre mis manos y fue a dar al suelo. Al recogerla me percaté que otra persona viajaba con nosotros. Ante mis ojos, sin poder evitarlo, aparecieron dos hermosas rodillas, seguidas de unos muslos que danzaban al compás de la música ferroviaria, cubiertos por un vestido que a duras penas escondía lo que la imaginación descubre por sí sola. Aquí está el billete... -gracias- respondió el señor de uniforme. Buen viaje.

    Era una joven, sentada a la derecha del viejo. No tendría más de veinte primaveras: morena, ojos claros, pelo recogido, sonrosadas mejillas y labios sensuales. La mañana y el ocaso, la juventud y la vejez, pensé. Ya era avanzada la tarde, y en el horizonte una estrella muy brillante nos acompañaba; era el planeta Venus, que se acercaba al rey de los astros para yacer junto a él y renacer de nuevo, convertido en el lucero del alba. Miré de nuevo a mis vecinos viajeros. Imaginé a Eros y Tanatos haciendo el amor. Poco a poco el tren fue apaciguándose y disminuyeron su música y su danza frenética. Recordé a la joven y al viejo. Parecía todo obra de Morfeo… Sólo había sido un sueño. Se oyó una voz, y en esta ocasión no logré ver ningún uniforme. “Caballero, señor... ha llegado a su destino”​



    Continuará...
     
    #1
    Última modificación: 18 de Febrero de 2010

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