Luz de luna.

Noche del 4 de marzo.

Bendito sea el amor, que me hace sentir cosas tan bonitas, que hace que mi ser, macabro y somnioliento, parezca bello, incluso encantador.

Eso es lo que hace el amor, embellece a las personas, las transforma en seres nítidos e ilícitos por la gente corriente porque, para mi eres un ángel (fugaz o no) que me llena de lagrimas todos los orificios, pero no por tristeza, sino de emoción.

Me emocionas, cariño, emocionas este mugriento corazón lleno de espinas venenosas.

Siento como me tiembla el corazon y estalla en una explosión de melancolía, y parece que vuelve a explotar de alegría y luego rompe a llorar y se parte en pedazos.

Exceso de bipolaridad atenuada por la luz de luna que ahora esta brillando y me mira con ojitos de cordero degollado.

Estremecimiento carmesino con un tono turquesa de felicidad, de aires de soberbia abruman mis pestañas y las hacen decaer para soltar un leve chasquido roto, vete, aléjate, pero vuelve, no me abandones ahora.

Átame, agarrame fuerte y no me sueltes, aprieta tu sien contra mi pecho, siente como late mi corazón al tocarte, podría salírseme en cualquier momento, pero vuelve, no me abandones ahora, por favor ahora no.

Acaríciame, bésame y lámeme el tórax, que se muere por tus huesos, por abrazarte tan fuerte como para rompértelos y hacerlos papilla.

Por favor, no te vayas, abrázame y, ésta noche, seamos uno.

Éste texto es un texto que escribí escuchando Claro de Luna de Beethoven, una anécdota un tanto extraña ya que me salen mejores creaciones escuchando música de piano.