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Mármol...Capitulo 1 (La Carta)

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Antonio Liz, 13 de Agosto de 2025 a las 6:23 PM. Respuestas: 1 | Visitas: 55

  1. Antonio Liz

    Antonio Liz Poeta recién llegado

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    Hombre
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    En la época de los 1900 una ciudad trata de sobrevivir, una época caótica en relación a la economía. Calles invadidas por gentes y automóviles,polvo, humo y hambre.

    Los comercios abren a medias. Vendedores ambulantes gritan ofertas: frutas, telas, pescado fresco de la bahía.

    Un cartel desvencijado colgando sobre una puerta:

    DESTACAMENTO POLICIAL

    Una casa de madera de dos plantas. Paredes desconchadas. Ventanas agrietadas. Dentro, una sala de espera con sillas torcidas y olor a sudor.Daniel Crisco, dieciséis años, rostro limpio, boina inclinada, camisa azul oscura y pantalones marrones, aguarda con la mirada clavada al suelo. Se retuerce las manos, oficiales entran y salen. Voces bajas y murmullos.

    La puerta al fondo se abre con un chirrido. Una voz grave lo llama desde dentro.

    —Crisco. Pasa.

    Daniel se levanta despacio. Camina con pasos cautelosos.

    El cuarto está vacío. Una sola mesa. Dos sillas enfrentadas.

    Daniel se sienta.

    Del otro lado, un hombre con barba negra, unos cuarenta años, ojos oscuros que no parpadean.

    —Me llamo Johan Palanchi —dice el hombre—. Me dieron tu nombre, pero quiero que me lo confirmes.

    —Daniel Crisco oficial.

    —Bien. Es lo correcto.

    Daniel traga saliva. Sus dedos se entrelazan nerviosos sobre sus rodillas.

    —¿Hice algo mal, oficial?

    —No, para nada. Solo estás aquí para responder algunas preguntas.

    Johan Hace una pausa breve—. El sacerdote, según me informaron, habló contigo.

    —Sí. Me pidió que colaborará con usted.

    Palanchi esboza una leve sonrisa.

    —Ese fue un buen consejo, muchacho.

    Johan saca una libreta del bolsillo del abrigo. Revisa unas notas sin apuro.

    —Según esto, eres monaguillo. Aquel que asiste al sacerdote.

    —Sí, señor. El padre Marcos es el encargado. Soy uno de los monaguillos, el que más coopera. Los demás solo vienen los domingos.

    —¿Quieres seguir los pasos del sacerdote?

    Daniel sonríe con timidez.

    —No lo sé. Me gusta ayudar. Pero en cuanto a la religión… todavía tengo mucho que aprender.

    Palanchi se inclina ligeramente hacia él.

    —Un muchacho que vive en la iglesia debe tener sus razones. ¿No te importa tu juventud, las fiestas, las chicas?

    Daniel duda.

    —Me considero un joven normal.

    —Eso no dicen tus compañeros de clase. Ni los chicos de tu edad.

    —¿Cómo sabe eso?

    —Lo acabas de confirmar tú solo —responde Johan, sin cambiar el tono—. Es mi trabajo descubrir lo que callas.

    Daniel baja la mirada. Hay algo de confusión en sus ojos.

    —¿Está seguro de que no estoy en problemas?

    No obtiene respuesta. El oficial cambia de tema.

    —¿Eres el preferido entre los monaguillos?

    —No lo sé. El sacerdote confía en mí. Nunca le he fallado. Soy el que se queda más tarde, si es necesario.

    Johan lo observa en silencio unos segundos.

    —Y esa lealtad te llevó a asistir a un exorcismo.

    Daniel se tensa de inmediato. Su espalda se endereza.

    —Usualmente el padre va con alguien de su nivel. Otro sacerdote. Pero esa noche fue distinta. Pasó por mi casa, dijo que necesitaba mi ayuda. Mis padres me dejaron ir. Ya de camino supe que íbamos a la casa de los Valencias.

    —¿Los conoces?

    —Sí. Familia devota. Nunca faltan a misa. Siempre están presentes.

    —¿Algo raro en ellos?

    Daniel recuerda, la imagen aparece clara en su mente: ojos marrones, piel blanca, vestido modesto. Una presencia que lo inquietaba sin saber por qué. Una chica que le llama la atención.

    —Nada raro. Una familia normal.

    Johan entorna los ojos.

    —Vamos, Daniel. Tus ojos dicen que estás enamorado.

    El joven se incomoda. No responde.

    —Esa noche —continúa el oficial— tú y el sacerdote fueron a la casa. Él entró al cuarto de la chica, la que supuestamente estaba poseída. Los padres estaban en la sala. Los hermanos en sus cuartos.

    —Solo le ayudé a llevar unas cosas. Luego me quedé en la puerta. Me senté en el piso. Esperé como una hora.

    —¿Viste lo que pasó?

    —La joven dormía boca arriba. Muy pálida. Pero el padre no me dejó quedarme. Me mandó afuera.

    —¿Y durante esa hora?

    —Escuchaba al padre rezar… luego gritos de la chica. Pero no como si la estuvieran hiriendo.

    —¿Estaba triste?

    —Más bien parecía que la consolaban.

    Palanchi frunce el ceño.

    —En un exorcismo real, las luces parpadean. Las puertas tiemblan. Hay olor a azufre. Se escuchan chillidos. Cosas sobrenaturales.

    —Le aseguro que nada de eso pasó.

    El hombre se pone de pie. Camina despacio alrededor de la mesa. Se detiene frente a Daniel.

    —La chica asesinó a sus padres.

    El muchacho se queda helado.

    —El vecino logró entrar. La encontró con un cuchillo. El mismo que usó para degollar a sus padres y hermanos. Él la persiguió con su escopeta. Ella corrió hasta el arroyo.Le disparó por la espalda. Según el vecino, la chica cayó al agua, y el arroyo se la llevó.

    El silencio se instala como una piedra. Johan continua.

    —Encontramos varios cuerpos río abajo. Uno podría ser el de ella. Pero estaban irreconocibles. Algo en ese arroyo devora cuerpos.

    Daniel está pálido. Apenas puede sostenerle la mirada.

    —¿Tenías contacto con ella? ¿Algún intercambio? ¿Algo que debamos saber?

    —No… nada. Solo la miraba en misa.—. ¿Usted cree que ella hizo todo eso?.

    —Se está investigando.

    El hombre guarda la libreta en el abrigo y se dirige hacia la puerta.

    —Te puedes ir.

    Daniel camina solo.

    La ciudad sigue con su caos: vendedores, claxon de autos, voces lejanas.

    Pero él ya no es el mismo.

    Unos años después……

    Un autobús avanzaba por una carretera solitaria. El paisaje ya no mostraba ciudades, solo colinas secas, matorrales esqueléticos y árboles muertos. El calor se sentía como una manta sofocante que cubría todo.

    Dentro del autobús, casi vacío, Daniel Crisco, de unos 25 años, observaba el mundo desde la ventana. Llevaba puesta una camisa blanca de manga larga, pantalones de tela negra y unos zapatos marrones gastados. Su rostro, limpio y tranquilo, apenas se inmutaba. Se secaba el sudor con un pañuelo mientras miraba el horizonte.

    El autobús se detuvo en una pequeña ciudad. Los pocos pasajeros que quedaban bajaron en silencio. Solo Daniel permaneció en su asiento.

    —Amigo —dijo el chofer, alzando la voz desde su asiento, mirándolo por el retrovisor—. Después de aquí no hay nada. Solo un pueblo en plena construcción. ¿Está seguro de que no se ha perdido?

    Daniel saca un papel doblado del bolsillo, lo leyó y respondió sin levantar mucho la voz:

    —Mármol. Me dijeron que este bus iba para allá.

    —Sí, Mármol es la última parada —asintió el chofer.

    —¿Conoce el pueblo?. Pregunta Daniel.

    —De paso nada más. Si llego de noche, me quedo hasta el amanecer. Es un lugar que intenta crecer, pero siempre va atrasado.

    —¿Un pueblo en construcción?

    —Así es. Hace unos días instalaron un destacamento de policía, pero seguro está vacío como el resto del pueblo. ¿Acaso usted es policía?

    Daniel negó con una leve sonrisa.

    —No, para nada. Estoy de paso, tengo conmigo unas donaciones para la iglesia.

    El chofer lo mira desde el retrovisor con media sonrisa burlona.

    —El gobierno no tiene cómo mandar una iglesia católica, en vez de mandarlo a usted hermano. Así que mandan lo que pueden.

    El Chofer suelta una carcajada sonora que retumbó en el bus vacío.

    —Faltan unos veinte minutos. Le deseo suerte… aunque ustedes los cristianos no le temen al peligro, ¿verdad?

    Daniel apenas sonrió. Como si le costara.

    Unos treinta minutos después, el autobús se detuvo frente a un banco de madera desvencijado. No había cartel, ni gente, ni sombra. Solo polvo y sol..Daniel baja del autobús con su maleta, pequeña, negra, algo desgastada. Observa el lugar. Todo parecía dormido. Comercios cerrados, estructuras de madera una al lado de la otra, separadas por un camino de tierra.

    El chofer grita desde el autobús.

    —¡No te dejes engañar por la primera impresión! Te dije que la ciudad está en construcción. No por falta de materiales, sino por falta de gente.

    —¿Entonces, existe una buena cantidad de personas?

    —¡Claro! Pero eso no significa que te estuvieran esperando —respondió entre risas.

    El motor rugió, y el autobús se alejó levantando una nube de polvo. Daniel se quedó solo. Camina por el pueblo, pasando junto a letreros desteñidos: “Joyería”, “Tapicería”, “Zapatero”, “Mueblería”, “Cafetería”, “Bar”, Hotel. Al otro lado de la calle, algunos locales ni siquiera tenían nombre.

    Volvió a sacar el papel del bolsillo y lo revisó mientras andaba. Alzó la mirada y notó que la ciudad terminaba en apenas unos metros, aunque la carretera seguía más allá. Doblando hacia la derecha, pasó detrás de los negocios hasta que la encontró: una casa de dos plantas hecha completamente de madera. La fachada era azul, con persianas blancas. La pintura parecía fresca, como si alguien hubiera querido darle una nueva vida. A un lado, un pozo cubierto por una tapa redonda. El nota un pequeño cuarto de madera a una distancia, un letrero guindando donde dice “Letrina”. Daniel presta atención a la casa, la puerta estaba entreabierta. Daniel abre la puerta y entra a la casa.

    El nota seis bancos, tres a cada lado de un pasillo central que conducía a una pequeña plataforma con tres escalones. Daniel camina y sube con calma a la plataforma, recorre el lugar con la mirada. Una sonrisa se le puede notar, dejando saber que todo está perfecto. Detrás de la plataforma encontró una puerta. La abrió y descubrió unos estrechos escalones de madera, Daniel al segundo piso.El cuarto es modesto. Una cama de madera sin sábanas, sin almohadas. Una silla junto a una mesa simple. En la pared, una ventana redonda dejaba entrar la luz tibia del atardecer. Daniel dejó su maleta sobre la cama. No la abrió, se recostó y usó la maleta como almohada. Cerró los ojos, como quien por fin llega a casa.

    Daniel baja las escaleras en silencio. El eco de sus pasos resuena en la nave vacía de la iglesia. Al llegar al pasillo principal, nota a una mujer sentada en uno de los bancos. Es blanca, mayor, de unos sesenta años. Lleva un velo negro sobre la cabeza, una blusa blanca muy almidonada, y una falda negra que le cubre hasta las rodillas. Sus zapatos, bajos y lustrados, no emiten sonido alguno. Observa a Daniel fijamente, como si ya lo conociera.

    Daniel se detiene un momento. Luego camina hacia ella con cautela, como si se acercara a una figura de autoridad.

    —Buenas tardes, señora. Usted debe de ser Martha.

    Ella no responde al instante. Lo examina de arriba abajo, con una expresión impasible.

    —¿Usted tiene un saco?

    Él frunce el ceño, sorprendido.

    —¿Perdón?

    —Un saco de vestir. Necesita uno. No se preocupe por la corbata, pero aquí tenemos nuestras costumbres, y todo aquel que quiera ser parte de este pueblo debe seguir las reglas.

    Daniel parpadea, incómodo. Mira sus propias ropas con cierto desconcierto.

    —Disculpe… Gerónimo no mencionó nada parecido.

    —Me sorprende. Él conoce bien nuestras reglas. Pero no se preocupe, cuando regrese volveremos a hablar del tema. Gerónimo es un hombre recto. En este momento no está aquí; sigue buscando negocios para sacar adelante al pueblo.

    —¿No sabe cuánto tardará?

    Martha lo mira con dureza. Su paciencia parece tener límites.

    —Esos son sus asuntos. Llegará cuando tenga que llegar.

    —Disculpe, claro… tiene razón.

    Ella asiente, apenas.

    —Según entiendo, necesita algunas cosas. Estoy aquí para servirle.

    Daniel intenta sonreír para aliviar la tensión.

    —Ah, sí… Dejé las donaciones en el cuarto. El padre Marcos le desea todo lo mejor a este nuevo templo de Dios.

    Martha esboza una sonrisa breve, casi automática.

    —Gracias. Estamos agradecidos de que el padre Marcos quiera aportar a este pueblo en crecimiento.

    Daniel saca un pequeño reloj de bolsillo, lo abre y lo observa.

    —Bueno, señora, encantado. Ya mi autobús debe de estar por llegar.

    Martha alza una ceja, sorprendida.

    —¿Usted para dónde va?

    —Voy de regreso a casa. Ya cumplí con mi parte del trabajo.

    Ella lo mira con suspicacia.

    —Gerónimo dijo que se quedaría algunos días. Según él, no está trabajando y tiene tiempo libre.

    Daniel baja la mirada, confundido.

    —Tiene razón, la fábrica donde trabajaba cerró… pero tengo mis planes, mi vida en la ciudad, y debo regresar. Además, el padre Marcos no me mencionó nada sobre quedarme más tiempo.

    Una puerta al fondo se abre con un chirrido. Un hombre alto entra. Tiene barba negra, no lleva bigote. Su saco oscuro y su sombrero lo hacen parecer salido de otra época. Sus ojos son penetrantes, pero amables.

    —Saludos. Usted debe de ser Daniel. Marcos habla muy bien de usted. Se podría decir que es su profeta.

    Se acercan y se dan un apretón de manos firme.

    —El padre Marcos también habla muy bien de usted.

    —Claro, es mi tío.

    Antes de que puedan continuar, Martha se adelanta, con los brazos cruzados.

    —El joven ya está en camino de vuelta Gerónimo.

    —¿Pero acabas de llegar hijo mío?

    —Le estoy explicando que según el padre, el joven debía quedarse unos días.

    —Sí, claro… Me sorprende. A menos que hayas cambiado de opinión al ver cómo es nuestro pueblo.

    Daniel se siente expuesto. Mira al suelo, luego a Gerónimo.

    —No, para nada. No diga eso. Su pueblo se ve lleno de potencial, no lo tome a mal. Solo que… no sabía nada al respecto.

    Gerónimo mete la mano en el bolsillo de su saco y saca una carta doblada.

    —Esta carta la envió Marcos. Dice que eres un muchacho de mucha fe y muy servicial, y que estarías de acuerdo en quedarte unos días para ayudarnos.

    Daniel toma la carta y la lee en silencio. La expresión en su rostro cambia. Sus labios se tensan. Finalmente, se la devuelve a Gerónimo.

    —Claro, sí… sería un placer quedarme unos días.

    Gerónimo sonríe con satisfacción y alza los brazos como si recibiera una bendición.

    —¡Alabado sea nuestro Creador! Vamos, muchacho, necesitas un recorrido por Mármol. Créeme, esta es una buena decisión.

    Ambos salen al exterior. El sol brilla con fuerza. El terreno es seco, el polvo se levanta bajo sus pasos. Daniel nota las botas altas de Gerónimo.

    —Como puedes ver, aún seguimos las tradiciones amish. Cada persona vive separada, con sus granjas y su espacio. Nosotros decidimos negociar con el gobierno para crear un pueblo comercial, con mercados y todo lo necesario para crecer. Nosotros lo administramos. El gobierno, por su parte, solo facilita la infraestructura y el reconocimiento legal. Existen reglas que todos deben seguir, incluidos nosotros.

    Geronimo se detiene y señala una colina a lo lejos.

    —Allí es donde residimos nosotros. Y si miras hacia la derecha, detrás de aquella otra colina, está el proyecto humanitario.

    Daniel observa con atención. Sus ojos recorren el paisaje con interés.

    —¿Me quiere decir que ustedes son los dueños de un pueblo… donde existe todo aquello que ustedes normalmente rechazan?

    Gerónimo ríe, pero no responde de inmediato.

    —Muchacho, el mundo está cambiando. Muchos de los míos no aceptan esta idea. Pero mi familia sí. Este proyecto busca un equilibrio. El problema es que nadie quiere venir aquí a empezar de nuevo. Pero eso no significa que vamos a rendirnos.

    —Entonces, ¿se podría decir que ustedes quieren controlar el movimiento de una ciudad… para su propio beneficio?

    —El plan es que nos paguen a nosotros en lugar de al gobierno. Claro, el gobierno recibe su parte.

    —¿Y cómo piensa atraer a tantas personas?

    Gerónimo se adelanta y hace un gesto para que lo siga. Suben por una colina empinada. Desde arriba se ven casas en construcción, obreros amish trabajando la madera.

    —La clave es el cambio: vivir sin pagar renta.

    Daniel respira hondo. Mira la pequeña ciudad más abajo, junto a la carretera.

    —Ahora lo entiendo… La ciudad y la carretera dividen los dos mundos. De un lado están ustedes detrás de esta colina a la derecha ; del otro, los que vendrán a convertir esto en una ciudad comercial, están en la otra colina a la izquierda

    Gerónimo le da una palmada en la espalda.

    —Exactamente muchacho. Entiendes el proyecto.

    —Veo que casi todo es nuevo, pero no todos. Este pueblo… ¿ya existía?

    —Sí, era un pueblo abandonado. Hicimos una buena oferta al gobierno. La gente no podía vivir en paz, había muchos conflictos. También estaban los indios que rondaban esta zona.

    Daniel frunce el ceño, nervioso. Mira a su alrededor con cierta inquietud.

    —No te preocupes. Los tiempos han cambiado. Ya no es el viejo oeste.

    Geronimo ríe con fuerza. Daniel le devuelve la risa, aunque forzada.

    —¿Y cómo puedo ayudar durante estos días?

    Gerónimo se detiene. Se quita el sombrero, lo sostiene bajo el brazo y saca un aro de llaves de su bolsillo.

    —Con tantos negocios y proyectos, he descuidado mi papel como líder. Debo atender algunas quejas de mi gente. Estaré en mi territorio varios días. Vendrán algunos visitantes. Quiero que tú los recibas. Si representan comercio, les das una casa vacía. ¿Entiendes el procedimiento?

    Daniel toma las llaves, las observa con cierta duda, pero asiente.

    —Cualquier asunto, quédate en la colina hasta que alguien te llame. No puedes venir a buscarme. Hablaré con mi gente para ver si puedes ser bienvenido. No tenemos nada contra ti, pero respetamos nuestras tradiciones, y la visita de un forastero no es algo común.

    —Entiendo…

    —Martha pasará todos los días por la ciudad. Te llevará comida. Puedes quedarte en la casa de fé. Nosotros ya tenemos una nueva en mi territorio.

    Gerónimo lo abraza de forma rápida, y luego se marcha colina arriba. Daniel se queda solo. Mira las llaves en su mano, luego levanta la vista hacia el cielo. No hay respuestas.
     
    #1
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  2. Alde

    Alde Miembro del Jurado/Amante apasionado Miembro del Equipo Miembro del JURADO DE LA MUSA

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    Realmente una gran historia en un ambiente hostil.

    Saludos
     
    #2

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