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Matando el tiempo

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por Orfelunio, 21 de Mayo de 2013. Respuestas: 0 | Visitas: 777

  1. Orfelunio

    Orfelunio Poeta veterano en el portal

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    Matando el tiempo

    Pareces un bicho raro
    y tienes el pelo rucio,
    lo raro es oscuro y claro,
    el pelo es el bicho sucio.

    Al silencio del refugio se une el blanco destructivo, rocoso por todas partes, letal recorrido de horas de decorados mortales, la exactitud del fenómeno es idea oportuna que devastadora de situaciones imaginadas… Sordo te deje el trueno, ojalá te parta un rayo y un tren pise tus huevos. Extremos increíbles desde dentro, al moverse montando el exceso, aficionados al tur de los huesos persiguen la magnitud de los siglos cuya escala total es menos potente en la parte engullida del récord. La temperatura del cero absoluto es el grado permanente de un frío infinito.

    La escena enferma las manos, y diez sacerdotes, que ojean del libro la alquimia y brujería, ocultan el misterio y la mentira, servida bajo el talento, que posee quien ostenta el poder de la farsa. Las víctimas, especiales de acto ocasional, se adeudan en años dramáticos, al convertirse a la fe impostora, recurriendo a memorias ejemplares que fueron sometidas al equilibrio de un espíritu hambriento. Grito porque es sano, y buscamos encontrar una respuesta al eco de nuestra propia voz, cuando el total de la noche no cuenta con el sueldo que merece el día. Descubrir la mente, que descuenta el servicio ajeno, es tarea de activar la costumbre de ser uno mismo, con la libre voluntad que denuncia la semejanza.

    Acostumbrarse al frío solitario nos hace resistir contracorriente el amasijo de carne, a nuestra piel mantequilla, a nuestras piernas fiambre, a nuestra sangre jabón, a nuestros ojos… Las garantías futuras regalarán mucho más tiempo por el defecto de fábrica, pero las piezas habrá que pagarlas y solo la mano de obra, que es la obra de nuestras manos, será el gratis conflicto entre la obligación del trabajo y el deber que se premia. La libertad convenida está aquí bajo el control autoritario de quien la concede, pero el hombre libre de verdad se esconde detrás de una esquina, y cuando pasa el poder le clava el cuchillo hasta la empuñadura.

    Hay que saltar al abismo para saber si podemos volar, y el que esté con el miedo en el cuerpo se estrellará, no por la caída, sino por la duda que nace de mirar hacia atrás. Mi revolver está cargado, gira su tambor con la exclusiva bala, y el azar me permite jugar después de cada clic; cuando acierte a la diana la partida estará acabada, pero todo depende de la mano que guía a la muerte, y quizá, en el último momento, por azar, matemos al tiempo con un tiro al aire.
     
    #1

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