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Matanza en la aldea de los muertos

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Évano, 17 de Abril de 2013. Respuestas: 6 | Visitas: 1215

  1. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    —¿Es que no va a dejar entrar a nadie de esta aldea? —preguntó Ligio desde el primer peldaño de la escalera de la iglesia.

    —¿Es que nadie me va a contestar? —volvió a gritar Ligio, poniéndose en pie y mirando las sombras mortecinas, tambaleantes, tenebrosas a la luz de una luna medio distante y somnolienta.

    —¡No te vemos, hombre! ¡No te pongas así! —contestó la silueta ensombrecida de Saturnino.

    —Es normal que los cielos no nos dejen de entrar, ¡si estamos atontaos! ¿Qué tendrá que ver que no me veáis para responder? —gritó ahora Ligio a todos los presentes en la pequeña plaza, y única, de la aldea.

    —¡Pues que no te vemos la cara, por si lo dices en serio o en broma! —mientras decía estas palabras, Saturnino se agachó para recoger un ojo.

    —¡Cuidado dónde pisáis, he perdido el ojo izquierdo!

    —¿Otra vez?, a ver si te lo pegas, aunque sea con mocos —dijo Paco, situado cerca de un Saturnino que ya andaba gateando y palpando a ciegas los adoquines.

    —Date prisa, que van a dar las doce y ya sabes el escándalo de estas campanas. Y además, no tengo ganas hoy de ver al cura de los cojones mear desde la puerta de la iglesia —comentó un Ligio que parecía más enfadado esta noche.

    —Yo estoy seguro —balbuceaba un Saturnino a cuatro patas— que no nos dejan entrar a ninguno en el cielo por culpa del dichoso cura este. ¿Qué influencia va a tener allí arriba si ha pecado más que nosotros?

    —Eso tú no lo sabes, son habladurías de la gente. Y a lo mejor no dejan entrar a nadie de esta aldea por levantar tanto falso testimonio —dijo Paco, escupiendo sangre y un diente que fueron a parar sobre el gateante Saturnino.

    —¿Has mirado bien la plaza ? —prosiguió Paco— Habemos casi trecientos muertos aquí. ¡Alguno sería bueno, digo yo! No es normal que en más de tres siglos no hayan dejado entrar a nadie.

    —¡Yo estoy hasta los cojones de ver siempre a los mismos pueblerinos! No sé si sería mejor tirar para abajo de una vez, con el de los cuernos, con el del rabo en punta, antes de aguantaros más tiempo.

    Al decir esto Ligio, las voces de todos los muertos allí reunidos murmuraron de golpe, en desaprobación a tales palabras. Unos decían que ellos también estaban hasta los huevos de verlo a él. Otros que ya se podía ir, aunque fuese a la mierda. Otros reían porque les hacía gracia Ligio.

    Tocaron las campanas y el sacerdote hizo presencia, sacándose la churra para orinar. Todos callaron de repente, menos Saturnino, que continuaba buscando su ojo izquierdo, ahora entre el pis y con la cabeza y espalda meada.

    —¡Ya entraremos! No os pongáis nerviosos —Gritó a los cuatro vientos el cura de la aldea—. Estoy en ello.

    —¡Me cago en mi puta vida! —exclamó Ligio a pulmón abierto.

    —Tú ya estás muerto, ¡idiota! Te puedes cagar en tu puta vida todo lo que quieras —y rió Paco como el más loco de los muertos allí presentes.

    —¡Llevo aquí casi trescientos años, ya no aguanto más, dígale a ese de arriba, o que me deja entrar de una vez, o que me mande pa bajo! ¡Joder con el hijoputa ese! —los nervios de Saturnino se dispararon con estas palabras, no se sabe si por el ojo perdido o por el mal ambiente que iba creciendo. O por las dos cosas.

    —¿Pero tú crees que con esas palabrotas va a ceder Nuestro Señor? —se oyó la pregunta desde el medio de la plaza. Era la de una mujer mayor vestida de luto, como todas las de allí.

    Se oyó el caer de una dentadura a tierra, un crujido y una leve lamentación.

    —¡Pues yo no aguanto más, ahora mismo me lío a porrazos y a descuartizar a todo el que pille, prefiero que me lleve el diablo de una vez que seguir aquí con vosotros, ¡caraculos! —y dicho y hecho.

    Saturnino se levantó de golpe, aplastando su ojo izquierdo con un pie y, abalanzándose sobre Paco, le arrancó un brazo de tirón. Luego dio una fuerte patada a la cabeza de Ligio, la cual rodó plaza abajo mientras mostraba muecas de sorpresa. Unos cuantos decidieron apoyar a Paco y otros a Saturnino, librándose una batalla campal en la plaza que daba gloria verla. Los muertos se descuartizaban unos a otros como si fueran longanizas mientras el cura observaba, atónito, desde la puerta de la iglesia.

    El interior de la iglesia se iluminó y pararon de golpe los descuartizamientos para observar tan extraño fenómeno. El sacerdote miró para atrás. Todos pensaron que Dios se había decidido a aparecer, por fin. Pero al momento las cabezas de los ahora más muertos todavía (muchas de ellas desde el suelo de adoquines o desde encima de algún árbol) reflejaban desconsuelo al cerciorarse de que la luz que surgía desde el interior de la iglesia era de un fuego que se propagaba más rápido que los tortazos y desmembramientos de ellos.

    —¡A tomar por el culo todo! ¡Se acabó! —exclamó a grito pelado el cura, bajando a la plaza a repartir puñetazos y patadas; y a descuartizarse con sus paisanos.

    En tres horas la plaza de la iglesia era un amasijo de brazos, piernas, cabezas, cuellos, penes, tetas y toda clase de órganos revueltos unos con otros.

    Una muchedumbre de gatos, cuervos, buitres, lobos, raposas... los rodeaban, contentísimos de tan extraordinario espectáculo. Poco a poco fueron llegando desde todas las partes de las montañas colindantes más animales carroñeros y no carroñeros; unos para disfrutar de semejante matanza, otros a la espera de darse un festín de aquí te espero.

    En pocos días, la carne de remuerto que no se hubiera comido (que no fue ninguna) habría desaparecido por el calor de los días. Los huesos y esqueletos fueron portados en mandíbulas y picos, comidos igualmente unos y enterrados para el invierno otros.

    Ahora sí que esta aldea está deshabitada y más tranquila que nunca, por lo menos de cuerpos, porque las almas ensombrecidas continúan acudiendo todas las noches a la plaza de la iglesia. Casi trescientas, más la del cura.

    —Ahora sí que no te vemos, Ligio —grito a los cuatro vientos Saturnino, entre las risotadas de los allí reunidos.

    —¡Que os den por culo, cabrones! ¡Reíros, reíros, que vamos a estar aquí trescientos años más, por lo menos!

    Ahora las risas explotaron, y hubieran llorado los ojos de tanta risa, si tuvieran ojos estas casi trescientas almas, más la del cura.
     
    #1
    Última modificación: 27 de Marzo de 2015
  2. marea nueva

    marea nueva Poeta veterano en el portal

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    Vaya entre fantasmas y religión que revoltura de imágenes! jejeje que imaginación!!

    Un abrazote fantasmal!
     
    #2
  3. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Te habrás dado cuenta, Ethel, que estoy en época fantasmagórica y zombi jajajjajajjajajja

    Gracias por tu paseo entre estos descuartizamientos.

    Abraciños muchiños.
     
    #3
  4. Ro.Bass

    Ro.Bass Guau-Guau

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    jajajajajaja Es que compañero me he reído tanto con esos zombies, que no sé si esa era su intención, pues yo veo esto como una gran parodia de las creencia católica acerca del cielo y el infierno.

    Pobres muertos, esperando lo que nunca llegará, pero al menos saben reír como tú!

    Muy bueno compañero, hace tiempo que no leía una buena parodia!

    Saludos!!
     
    #4
  5. cipres1957

    cipres1957 Poeta veterano en el portal

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    ¡Qué buena obra! Humor, ironía, a mansalva. Creo que tiene demasiado de realidad, aunque los muertos actuales aún están vivos peleándose entre ellos para llegar a ningún lado.

    Genial historia.

    Saludos.
     
    #5
  6. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Ciertamente, Ro (me encanta ese nombre) esa era mi intención, que causara una sonrisa —como el humor de los zombis gore— jajajjajajajjajaja.

    Muchas gracias por su dulce pasear entre estas líneas.

    Se le saluda.
     
    #6
  7. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Así es, señor ciprés1957, estos muertos están más vivos que muchos de los políticos y ricachones de ahora.

    Muchas gracias por su amable recorrer de estas letras.

    Se le saluda.
     
    #7

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