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Matemàticas

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por Starsev Ionich, 18 de Mayo de 2011. Respuestas: 1 | Visitas: 726

  1. Starsev Ionich

    Starsev Ionich Poeta asiduo al portal

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    26 de Marzo de 2011
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    Matemàticas

    Al romper fuente también rompía en llanto. Andrea se retorcía sentada en la cisterna y le pedía a Dios que la perdonara. ¿No tenia acaso una posición tajante después de su purgatorio, después de las voces irreflexivas entre el poder y el deseo? Ahora estaba sola y esperaba morir tranquilamente, acompañar a Leonel en su no existencia, borrar todos los recuerdos de su mente, irse caño abajo entre el salpicón de muerte, sin tener que recordar el jugo de mora de los primeros días.

    Paradójicamente, recordó la mesa en donde enmarañaba sus sueños, había tostadas y el jugo en agua. Juan, su ratoncito, como le llamaba, no le quitaba la mirada de sus hermosos senos, mientras ella hacia todo lo posible para que él entendiera como hallar el cateto opuesto a la hipotenusa. La matemática, aunque sentía que era su destino, a veces le parecía aversiva en comparación al amor que sentía por aquel de los chocolates y las palabras poéticas, aquel de las tardes húmedas y las tareas incompletas, por aquel que la derretía con una sola mirada.

    En medio del delirio, una sonrisa increíblemente inoportuna y retorcida se asomaba como un demonio en su cara llena de terror y culpa. Recordaba las primeras tardes en que unas manos dibujaban un cuerpo y contaban lunares. Recordó el peso que sentía encima, sin la culpa de los helados y las golosinas; era su peso que también era el de él, eran dos cuerpos que se dejaron llevar por el deseo, gastándose lo de la merienda en condones.

    ¡Qué afortunada se sintió siempre, con la energía de ese hombre indomable que además le dedicaba goles en los descansos del colegio! Una tarde, a comparación de las anteriores, ratificó su titulo sin mesura: fueron uno, después dos, tres, el cuarto fue cariñoso, el quinto al ritmo de la música y el sexto melancólico, tal vez, por haber sido el último de la tarde. Recordó que se bañaron y luego se alistaron para ir al colegio. Andrea terminó de ponerse su jardinera y metió los cuadernos a su mochila. Después de un corto silencio, observó que Juan seguía tumbado en la cama, aun con su cabello húmedo y con las gotas de agua bajando por sus marcados pectorales. Lo apuró, pero en cambio, el sólo la miraba con esa mirada que ya ambos conocían.

    No vayamos, venga mejor la cojo a besos; le decía, mientras acariciaba sus perfectos rizos.
    No empieces, ya hemos hablado que cuando no se puede, no se puede; le dijo, con el carácter fuerte que siempre la caracterizaba;

    ¡Entonces no me va a dar un beso! -Y con fuerza la jaloneó hacia él, con una seducción que rayaba en lo grotesco- La beso mordiéndole los labios y empezó a desnudarla de nuevo con violencia. Ella resistió entre querer y no querer, aunque más que excitación sintió espanto; recordó que no tenían como protegerse y se rehusó gritándolo con voz medrosa, pero él ya había perdido el control: con una fuerza exacerbada para tan delicados brazos, rasgo sus ropas, abrió sus piernas y le dijo que la amaba. Ella después de haber llorado en ese momento le dijo que también lo hacía...

    Gritaba completamente sola, esperando a que alguien le dijera que ese hijo no era sólo suyo, pero lo único que escuchaba aparte de sus alaridos, era un sollozo largo y desgarrador como una canción de cuna, acompañado por el sonido de la cisterna bajando por primera vez...

    Andrea recordó en ese momento las mentiras y los antojos, entonces, una segunda risa malvada desfiguró sus facciones y pintó su cara con una emoción, que dudó, si era de alegría o de tristeza; un día quiso hormigas culonas con galletas, otro, jugo de borojó y brevas con arequipe. Alguna vez sintió que ya ahogaba a su hijo con lo fuerte que apretaba su cinturón, entonces acariciaba su pequeña panza en las noches, como peinándolo; solo en una ocasión, le contó a su mejor amiga que estaba embarazada. Su amiga le contó a su madre, y a la madre se le chispoteó en una reunión de tinto y cigarrillos: - ¡Doña Tulia usted tan joven y ya abuela!
    Días después las maletas de Andrea estaban en la puerta de su casa, mientras que la madre observaba su misma historia treinta años después desde la ventana; luego las maletas pasaron a casa del novio, y el novio, fuera de control, empezó a recordarle los ex novios y los pretendientes a la niña: las maletas fueron a parar afuera, a la puerta de la casa del novio; Siguiendo su recorrido, Andrea y sus maletas llegaron a casa de su mejor amiga, y se sentenció la frase de la madre que no duele sino en la hija propia: - Mija, lo mejor es que aborte-

    Mágicamente, unos meses después, una madre, una futura abuela se rompió el lomo por su futuro nieto. Andrea, gorda y rebosante como para ser modelo de Piponas, portaba su jardinera de colegio. Hace tres meses no sabía nada de Juan ni de su paradero. La última vez que lo vio, él corría hacia ella con Kumis y oblea de piña y caramelo. Recuerda que al sexto mes Juan volvió; hubo lágrimas, besos, un perdón, el Baby Shower y no pudo faltar la cuna. Se ambientó el cuarto con una pintura barata tinturada de azul, y con unas estrellas de papel celofán de la navidad pasada. Un mes después, Juan y Andrea estaban en la puerta de la casa, listos con las ganas para vivir solos. Atrás de ellos una madre odió a su hija y no quiso verla nunca más.

    ¿Pensaron en cunas Andrea y Juan, antes de que Juan fuera más fuerte que Andrea? No… Andrea pensaba en colores, cartas furtivas, tardes de helados y ecuaciones de segundo grado para resolver el problema de querer tanto a su Juan. Él en cambio, en su mente decía que no la quería, pero que tenía un culito irresistible; aunque también pensaba en su ternura y en su compañía, y se confundía quedando aún más perdido en las clases de matemáticas en donde ella era la primera.

    Andrea perdía la noción del tiempo y bajaba por segunda vez la cisterna. Juan la había abandonado por segunda vez y ella no sabía si regresaba en un mes o en un año. No había vuelto al colegio pues no soportaba que le dijeran que se había tirado la vida, aunque inconscientemente compartía mucho de la filosofía de sus compañeros de clase. Si hubiera sido todo con amor pensaría diferente, si Juan estuviera a su lado en estos últimos momentos tal vez quisiera ver a su hijo Leonel gateando y también dedicando goles a sus futuras novias. Pero se le ha acabado el amor desde que lava toneladas de ropa. Piensa entonces que nunca quiso tener un hijo, a pesar de la ternura que le inspira imaginarlo, que esa sagrada fecundación fue un exceso de maldita “masculinidad”. Se contenta en pensar que aun su hijo no siente, porque todavía no llora como ella, ni sufre como ella.

    Cada vez los pensamientos se hacen más reales y cada vez el egocentrismo se vuelve más poderoso. Sabe que puede conquistar el mundo, que tiene solo diecisiete años y que puede tener una docena de hijos después, si se le antoja, cuando revolucione el pensamiento en las ciencias naturales y sus abstractas ideas sean analizadas hasta en el llanto de un feto.

    Ya está cansada de gastar agua al soltar el inodoro y no poder pujar con la suficiente valentía (o cobardía) que necesita. Además no se imagina en el baño, inundado en sangre, o por la calle con una bolsa negra buscando un cementerio y la tranquilidad para su alma arrepentida. Entonces decide dar a Leonel, o Martin, o porque no, Juan, en adopción.
     
    #1
    Última modificación: 3 de Marzo de 2016
  2. akiresilva

    akiresilva ..

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    Una historia real ,muchas veces repetida en el diario vivir, donde la mujer es la que mas pierde, aunque dicen que gana un hijo. Hoy en dia, esto esta mas flexible y se le apoya mas, no se la abandona como en este relato, pero unos pocos años antes, asi era.Ademas de ser casi una niña aun, se la dejaba sola enfrentar esta inmensa responsabilidad de tener un hijo. Mis felicitaciones, besos y abrazos.[/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font]
     
    #2

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