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Me robaron...

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por fercho psicosis, 5 de Septiembre de 2015. Respuestas: 0 | Visitas: 626

  1. fercho psicosis

    fercho psicosis Poeta recién llegado

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    Llevo un mes y veinte días de relación con María y hasta ahora nada de sexo ha ocurrido entre los dos. Mi paciencia se ha agotado. Estoy cansado de esperar y cansado de hacerme mis ilusiones, de masturbarme, en compañía de revistas para adultos. También estoy desesperado y ansioso porque mi novia tiene un culo redondo y en los pantalones ajustados que siempre usa se ve muy sexy, muy provocativa, muy tentadora. Su cuerpo esbelto es capaz de provocar malos pensamientos en la mente de cualquier hombre que se la encuentra a su paso o la busca con la mirada.

    Ella tiene un cabello profundo como las noches sin luna y sin estrellas, muy negro. Sus cejas, ubicadas después de las últimas líneas que se hacen visibles cuando frunce el entrecejo, enojada, muy hermosa, son dos rayas delgadas semejantes a las aves enormes que se visualizan alejándose en el lejano horizonte. Sus ojos claros, no eran verdes ni azules, sin embargo preciosos, cafés, brillan hartísimo cuando su pequeña boca deja ver sus níveos dientes y su diminuta nariz se arruga en una sublime sonrisa.

    A su cuerpo delgado se ajusta su ropa favorita, pantalones vaqueros azules y blusas de colores pasteles; dejan contemplar su figura dibujada con curvas helénicas y sublimes. Sus curvas son casi como aquellas que definieron, en tiempos pasados, las virtudes físicas de Venus, Minerva o Isis. Sí, mi novia es bellísima y puedo dar testimonio de eso en esta noche, ahorita mismo.

    Me encuentro en el departamento de María, en su cuarto, recostado en su cama con mi pie izquierdo sobre el suelo, mirando una película. Ella estaba recostada en mi regazo, el sueño la venció hace algunos minutos, la abrazo e inconscientemente mi mano derecha se posó en su seno izquierdo. En esa misma situación estuvimos un buen rato, el tiempo se aproximó a treinta minutos. Ya podía sentir sin mucho esfuerzo el incesante latir de su corazón, mi mano se movía sutilmente en cada brinco que daba el interior del pecho de mi novia; ese movimiento era apenas perceptible, pero yo podía verlo porque podía sentirlo. Este momento es maravilloso para mí, me siento como en un sueño.

    ¡Ay por qué los sueños siempre terminan precisamente en la mejor parte! Ella despertó sobresaltada y me mira fijamente, al parecer es consciente de lo que yo hacía, tocaba su busto. Si quería evadir los problemas que se me vendrían encima, tendría que fingir con presteza y eso hice, fingí haber sido despertado por su sobresalto y pregunté somnoliento, fingido también.

    - ¿Qué pasa?

    - Nada – me contesto fijando la mirada en otro lugar, luego me preguntó -. ¿También estabas dormido?

    - Sí. ¿Por qué? ¿Tú también estabas dormida?

    - Sí – aún tenía la mirada lejos de mí – no recuerdo con exactitud a qué hora nos quedamos dormidos.

    - ¿Así de mala era la película? No puedo creer la pésima elección que hice con ella.

    Me acomodé en una mejor posición en la cama mientras tomaba el control remoto para apagar el DVD y ver algún programa en los canales de televisión por cable, para entonces ella volvía a dirigirme la mirada y yo a ella también.

    - No creo que hayas elegido mal. Ya es tarde y es lógico que el sueño nos venciera, además cuando empezamos a ver la película apenas habíamos cenado, muy tarde por cierto.

    - ¿A propósito, qué hora es?

    Miró su reloj que tenía calzado en la muñeca izquierda y exclamó:

    - ¡Uy es tardísimo! – No me dijo la hora pero lo que sí me dijo fue: - ya deberías ir para tu casa.

    - ¿Pero qué hora es? – Le insistí.

    - La hora de ir para tu casa – me respondió con cierta ironía que me hizo mucha gracia.

    Le hice una mueca en aprobación. Ella devolvió la atención de la misma forma, una mueca. Entonces bajé de la cama para acercarme a ella, la tome de su mano y miré el reloj, así me pude dar cuenta de la hora. Muy tarde. 23.27 P.M. Luego miré sus ojos sorprendido. No podía creer que María quería sacarme de la seguridad de su departamento a la inseguridad de la calle de una ciudad peligrosa a esas horas. Esa acción afrentaba todas las reglas de la cortesía.

    Siendo esta la situación que enfrentaba, por mi integridad, mi seguridad y si quería seguir viviendo, tenía que convencerla a cualquier costo de que me dejara quedar esa noche en su departamento. Porque salir a las calles oscuras de una ciudad como ésta significaba deseo de morir, un suicidio. Era como decir “aquí estoy homicidas, cansado de vivir, asesínenme, háganme ese favor.”

    No iba abandonar ese departamento, por nada del mundo iba a dejarme sacar de ahí, eso sería como abandonar la porqueriza para ir al degolladero. Así que me decidí a decírselo, pero al parecer ella leyó mis deseos en los ojos porque se me adelanto a decirme un no rotundo.

    - No voy a dejar que pases la noche aquí.

    - ¿Qué? ¡No puedes hacerme esto, Amor! Tú sabes que vivo lejos de aquí y sabes que esta ciudad es muy peligrosa. No quieres que algo malo me pase, ¿verdad?

    - Puedes ir en taxi, te dejara en la puerta de tu casa, sano y salvo.

    - ¿Un taxi? Un taxi de aquí hasta mi casa es muy costoso, todavía más en la noche y no tengo dinero.

    - Tranquilo, Amor, yo te presto el dinero.

    Después de decir eso, tomó su billetera, sacó un billete de veinte mil pesos y lo puso en mis manos. Ella hubiera pagado un billete de avión de haber sido necesario, pues María conocía a la perfección mis intenciones y no iba a permitir que fueran realizadas a fuerza de todo.

    Varios días atrás, ella y yo hablamos de sexo y me confeso que nunca ha tenido relaciones sexuales, aún conservaba su virginidad. También me pidió el favor de no presionarla para tener sexo, porque no se sentía segura para dar un paso tan importante. Luego me dijo en tono burlesco, que nunca intentara obligarla a eso porque si llegara a hacerlo entonces pagaría un precio muy alto por un pecado, que a fin de cuentas, no lograría cometer.

    Literalmente me saco a empujones de su departamento y cerró la puerta en mis narices. Di media vuelta y miré la calle, estaba poco iluminada. A la izquierda, nada. A la derecha, nada. Estuve más de cinco minutos esperando pegado a la puerta hasta que apareció un taxi doblando la esquina y venía en mi dirección. Bajé los tres escalones hacia la acera para detenerlo, subí al auto y luego le di la dirección de mi casa al conductor. No anduvimos mucho cuando éste me sorprendió con un arma: no sé cómo le hacía pero ahí estaba, conduciendo sin mirar al frente y apuntándome con su revolver. Pedía que le diera todo el dinero y las cosas de valor, yo estaba en shock; era la primera vez que me apuntaban con un arma, no podía mover un solo dedo, quieto, frío, inerte. Demoré mucho tiempo antes de reaccionar a sus palabras, empecé a sacarme del hombro una de las tiras sujetadoras de mi maletín. Entonces en un cruce, una motocicleta pasó muy cerca del taxi, el conductor miró al frente muy asustado y frenó en seco.

    No sé de dónde saque fuerzas, pero aproveche ese momento para abrir la puerta y con un sólo movimiento salir del taxi. En el siguiente segundo estaba rodando en el pavimento. Con agilidad casi felina logré ponerme en pie para evitar que una motocicleta, con dos tripulantes, me pasara por encima. De ésta se bajó el pasajero, se acercó a mí y me dijo que le entregara todo el dinero y las cosas de valor mientras acercaba una pistola en mi sien derecha. Mi segunda vez. Entonces otra arma apareció y pasó frente a mis ojos para posarse en la cabeza del pasajero de la motocicleta, escuche la voz del taxista que decía: “este es mi cliente.” Luego el otro sujeto de la moto se paró en frente de mí y con su revolver apunto a la cabeza del taxista mientras decía: “dos son más que uno.” En ese instante el pasajero de la motocicleta apartó el arma de mi cabeza para dirigirla amenazante hacia el taxista. Sin embargo no me encontraba en libertad, estaba en medio de todo ese lío, en medio de tres brazos y manos empuñando armas de fuego. Yo estaba en shock otra vez; no podía mover un sólo dedo, quieto, frío, inerte, otra vez.

    Estuve varios segundos que me parecieron años en esa tensa situación, veía que los labios de estos tres personajes se movían, parecía que se gritaban e insultaban pero no escuchaba nada; me encontraba distante a causa de los nervios, solamente me faltaba temblar y llorar como una magdalena, pero no lo hice porque los hombres no lloran.

    Poco a poco sus gritos e insultos hicieron que volviera a mí y darme cuenta que también hacia parte de esa escena macabra: era una presa acorralada en medio de predadores que se peleaban quién sería el primero en hincar los dientes. En situaciones así solamente se puede pensar en una cosa, escapar. Pero no de una forma segura, precisa, en la que se corra el menor riesgo posible, sino escapar abruptamente. Y así lo hice. Aproveche la oportunidad en la que parecían más interesados en ellos mismos que en mí, su presa. Agaché un poco mi cuerpo para poder pasar por debajo del brazo del pasajero de la motocicleta y una vez fuera de ese triángulo de muerte, corrí con la máxima velocidad que podía darme la fuerza de mis dos piernas. No miré atrás para saber si me perseguían, sin embargo escuché varios disparos, muchos disparos, supongo que los tres vaciaron sus armas. Tampoco miré atrás para saber si se asesinaron entre ellos. Sólo pensaba en huir, por eso corrí mirando al frente siempre, ni siquiera miré mi propio cuerpo para revisar si una de las balas lo atravesó.

    Mientras más me alejaba de aquel sitio de muerte más tranquilo y seguro me sentía, pero todavía seguía corriendo a gran velocidad; en ningún momento pasó por mi cabeza la loca idea de detenerme. Avance hacia adelante todo el tiempo y de repente caí en cuenta que pasaba por lugares en los que estuve en el pasado, pero no estoy seguro de hacerlo realmente, a menos que estuviera corriendo tan rápido como una motocicleta, porque las imágenes de esos lugares llegaban a mis ojos uno detrás de otro o posiblemente mi cabeza me gastaba una mala broma.

    El primer lugar fue el jardín infantil al que asistí cuando tenía cinco años aproximadamente, “La casita de Nena.” Nena era la profesora que dirigía. El segundo lugar, un parque de juegos donde iba con mis hermanos, primos y amigos del vecindario a divertirnos en los columpios, a jugar futbol y, dependiendo de la época, a jugar con canicas, trompos, cometas, etcétera. El tercer lugar, la pequeña escuela primaria, en donde pasé la mayor parte de mi infancia, con sus escasos ocho salones, una cancha mixta de microfútbol y baloncesto, un pequeño quiosco para la dirección, un quiosco más grande para merendar en los recreos y los baños. El cuarto lugar, un puente cercano a la escuela donde nos deteníamos a arrojar piedras para enturbiar las aguas poco profundas de ese riachuelo. Pero en algunas ocasiones, cuando llovía fuertemente, las aguas de ese río diminuto se desbordaban e inundaban la escuela y el vecindario, no había clase en esos días. El quinto lugar que pasó frente a mis ojos fue la cancha de futbol donde jugaba con mis compañeros de clase y también disputábamos los torneos inter-cursos del colegio que está ubicado a unos pocos metros. Unos pocos segundos bastaron para verlo, el sexto lugar, el colegio, con una cantidad de salones cinco veces mayor a la escuela, sin contar la dirección, sala de profesores, dos salas de informática, un laboratorio de química, una biblioteca, una cafetería, dos quioscos, un salón enorme para eventos, dos canchas mixtas, una de voleibol y cuatro baños múltiples: dos femeninos y dos masculinos. Allí conocí la mayoría de amistades que poseo. Y a María también. El séptimo lugar, fue un teatro para ver películas, con cuatro salas, una dulcería y una plaza de espera amplia. Fui muchas veces a ese sitio pero solamente un par de veces con mi novia. El octavo lugar, la universidad, he hecho pocas amistades nuevas ahí porque llevo poco tiempo estudiando. La carrera que escogí, ingeniería, no parece ser lo que quiero hacer el resto de mi vida; creo que cambiaré más temprano que tarde de programa. Una de las cosas buenas que me ha pasado en la universidad es mi relación con María: mi amor por ella y el amor de ella por mí, nuestra relación nació allí. Finalmente, un hospital, fui varias veces a él a visitar familiares o amigos pero sólo una vez como paciente. Esa vez sufrí un accidente en la moto de una amiga: tuve raspones que parecían quemaduras sin embargo no me fracturé ningún hueso y la moto no sufrió daño alguno.

    Al escapar de aquellos predadores se inició un tiroteo, así que dirigí mis pasos hacia el hospital para que me revisaran y asegurarme de que todo está bien. Las puertas se abrieron automáticamente cuando estuve frente a ellas, al entrar tropecé con algo, trastabillé un poco pero logre recuperar el equilibrio rápidamente. Grité con todas las fuerzas que me quedaban en busca de ayuda, explicando todo por lo que había pasado. A pesar de mi griterío nadie me prestaba atención. Como si no me escucharan, como si no existiera, dirigían su mirada hacia un punto detrás de mí. Médicos y enfermeras corrían hacia ese lugar, también algunos curiosos. Empezaba a desesperarme pero me calmé un poco cuando vi una enfermera corriendo en mi dirección con cara de preocupación evidente, sin embargo no se detuvo frente a mí, pasó a través de mí. Eso hizo que fijara los ojos en mi cuerpo y encontré que la ropa no era la misma que tenía al salir del apartamento de María: era blanca, camisa y pantalón. Estaba descalzo pero no sentía frio ni cansancio a pesar de haber corrido una maratón hasta llegar ahí. La curiosidad me ganó, di media vuelta para ver que sucedía a mis espaldas: había un círculo de gente cerrando la entrada, vagamente escuché a alguien gritar desde el centro, “tiene tres heridas de bala”, y una voz diferente, “rápido, el desfibrilador.” Me acerqué, atravesé el círculo de personas tal como la enfermera lo hizo conmigo y, justo en el centro, tirado en el piso, con la ropa llena de sangre, en compañía de varios médicos y enfermeras tratando de reanimarlo, me vi a mi mismo.
     
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