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Mensaje de auxilio

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Luis Fernando Tejada, 13 de Marzo de 2015. Respuestas: 0 | Visitas: 834

  1. Luis Fernando Tejada

    Luis Fernando Tejada Poeta reconocido

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    Apoyado en el timón del barco, el primer oficial apreciaba con preocupación, cómo el mar iba tomando una coloración extraña. El aire frío, en razón de la latitud, por un momento pareció detenerse, la calma primó sobre la agitación de hacía unos minutos. La situación le hizo pensar en el dicho que reza: "después de la calma viene la tempestad". El capitán acucioso, decidió ir a dar una vuelta por el gran carguero, para constatar directamente, las condiciones del este, para enfrentar la tormenta que se avecinaba. No dio ninguna orden especial antes de retirarse, pero si lanzó la consabida frase “ojo avizor”.

    Una hora después, una gran ventisca, comenzó a barrer al carguero de proa a popa. El primer oficial consideró necesaria la presencia del capitán en el puente de mando, y por eso envió a un marinero raso en su búsqueda.

    —¡Capitán! ¡Capitán!

    El tripulante después de franquear, entre tumbos, el estrecho pasadizo que conducía al camarote del comandante del barco Colombia, se desgañitaba llamando al experto marino, que no aparecía por ningún lado. La tormenta había cuajado y levantaba olas hasta de 6 metros. El fuerte viento pegaba de costado y amenazaba con voltear al buque. El barómetro anunciaba que la situación tendía a complicarse, el cielo se tornaba gris plomizo, subido a negro. La visibilidad se reducía al mínimo, pues ni un solo tenue rayo de luz se dejaba ver por entre las densas nubes. Al piloto le estaba quedando grande la conducción del barco, en medio del salvaje clima y por lo tanto, exigía la presencia del responsable mayor.

    La puerta del aposento del capitán estaba entreabierta, cuando el marino se asomó con reticencia. El oficial era bastante celoso de su intimidad, y podría disgustarse a morir, si se enterara del ingreso de alguien, al aposento, sin el permiso correspondiente.

    Para dar mensajes a todos los tripulantes en general, se utilizaban parlantes, ubicados en todos los rincones del barco, pero en esta ocasión, el capitán no había respondido al llamado lanzado a través de estos. Ante la situación de riesgo del barco, se necesitaba toda la experiencia posible del curtido lobo de mar, para sortear el mal tiempo. Acababan de salir del Estrecho de Magallanes, en tránsito hacia las Islas Malvinas, y el trayecto actual, era de dificultad enorme.

    El alojamiento del capitán era un habitáculo de escasos tres metros por dos, amoblado con una estrecha litera y un escritorio, sobre el cual desplegaba mapas de cartografía y llenaba la bitácora. El usuario del escritorio se sentaba de espaldas a la puerta. En esta ocasión el mensajero alcanzó a ver a un hombre delgado, de pelo lacio, en posición de escribiente.

    El marinero analizó de inmediato, que no era la silueta del capitán, pues este era bastante voluminoso, de pelo ensortijado y además, no se quitaba su quepis ni para bañarse, y aquel hombre, sentado en la silla del capitán, no lo llevaba.

    De todas maneras lo llamó de nuevo.

    —Capitán, ¿me oye?

    El hombre, inclinado sobre el escritorio, ni se inmutó ante el insistente llamado del alarmado marino, que por reflejo condicionado, no se atrevía a trasponer la puerta del camarote.

    —Mejor busco refuerzos, de pronto es más fuerte o está armado, puedo salir mal librado —se dijo para sí el hombre.

    De inmediato emprendió la retirada, a la velocidad permitida por el vaivén enloquecido del carguero. Subió por unas estrechas escaleras metálicas y desembocó en otro pasadizo, de ahí siguió a la cubierta exterior azotada por fuertes ráfagas de agua nieve. Al abrir la pesada compuerta, un helado viento le abofeteó la cara y lo hizo retroceder. Tomó impulso y se encaminó hacia la escalera, directo al puente de mando.

    Abrió la puerta ante el disgusto de los presentes, que no quitaban la vista de los instrumentos, del timón y del horizonte. Para sorpresa del marino, el capitán ya había tomado la conducción del inmenso carguero.

    —Capitán, fui a buscarlo a su camarote…

    —Si ya lo sé, revisaba el cuarto de máquinas y oí el llamado del puente.

    —Capitán, perdóneme, pero en su camarote, sentado en el escritorio, había una persona escribiendo algo, a juzgar por los movimientos de su cuerpo.

    —¿Está seguro marino?

    —Si capitán, llamé varias veces al individuo pero no volteó a mirarme. Me dio miedo de que se tratara de algún insubordinado, por eso me vine de inmediato al puente, a poner al primer oficial, al tanto de la situación, y me encuentro con usted, mejor todavía.

    —Buena decisión marino, nunca se sabe. ¡Usted y usted acompáñenme! —Le dice el capitán a dos corpulentos marinos, ayudantías del gobierno del buque.

    Los dos hombres, escoltados por el capitán, siguieron la ruta conducente al camarote. Bajaron por unas empinadas escaleras para una sola persona, y siguieron por un largo corredor. De lejos, se observaba entreabierta la puerta del camarote, como la había dejado el marino. Los tres hombres se acercaron con cautela. Uno de ellos la acabó de abrir y penetró al lugar seguido del capitán y del otro escolta, para alivio de todos estaba vacío.

    El capitán se dirigió hacia su escritorio. Con sorpresa notó que la bitácora se hallaba abierta en la última página. En letra legible, un mensaje se destacaba a continuación del último escrito: “Por favor diríjanse rumbo norte”. El capitán observó que los caracteres no eran los suyos, bastante contrariado tomó un micrófono de comunicación interna y con voz de disgusto ordenó:

    —¡Todo el personal, con excepción de los de la cabina de mando del buque y maquinistas, dirigirse al salón comedor! ¡Síganme ustedes, vamos aclarar de una vez este lío… como si el tiempo estuviera para bromas!

    ¿Dígame la verdad marinero, usted fue el del mensaje y me quiere tramar con esa historia? —le preguntó al hombre que le había chivateado la anomalía.

    —Como se le ocurre capitán, en ese caso me hubiera quedado callado, así no habría forma de descubrirme. Se lo juro, vi un hombre delgado y de pelo lacio, sentado en su escritorio, obviamente no era usted.

    En el salón, una veintena de curtidos hombres de mar expectantes, esperaban con ansias el arribo del capitán. La tormenta estaba averiando el carguero y podía ponerse en entredicho la continuación del viaje. En las condiciones climáticas actuales, era un riesgo mortal abandonar la nave, y todos los tripulantes estaban bastante preocupados, por esa peligrosa perspectiva.

    El capitán arribó con cara de no muy buenos amigos. Sin mucho preámbulo relató el suceso y puso a los marinos presentes, entre ellos al enviado a buscarlo al camarote, a escribir el mensaje hallado en la bitácora, en un tablero empotrado en una de las paredes metálicas del salón. La caligrafía de cada uno fue comparada con la del mensaje, pero ninguna se parecía en lo más mínimo.

    —Entre estos no está el bromista— Pensó el lobo de mar al revisar las letras de cada uno.

    —En mi vida de marino he visto cosas muy extrañas, ¿Será un aviso para salvarnos de alguna catástrofe? —Pensó el curtido hombre de mar, al no encontrar al responsable.

    En su regreso a la cabina de mando, sopesó todas sus responsabilidades y las enfrentó al mensaje escrito en la bitácora, por el extraño individuo visto por el marino.

    Ya en la cabina de mando, haciéndole caso a una corazonada, ordenó al piloto: ¡Rumbo Norte! De inmediato el hombre obedeció las indicaciones del superior, giro el timón y enfiló hacia la dirección ordenada. Lo vientos huracanados trataron de impedir se desplazara hacia donde lo orientaban, pero el gran buque venció las fuerzas que se le oponían.

    —Piloto, navegaremos dos horas hacia el Norte, si no se presenta ninguna novedad, retomaremos nuestro rumbo oficial hacia las Malvinas ¡Ojo avizor!

    Los tripulantes trataban de penetrar con sus miradas, el gris horizonte. El barco subía y bajaba, como en una gran montaña rusa. Después de solo media hora de viaje, alguien vio en el horizonte, por algunos segundos y en la cresta de una gran ola, un pequeño velero a punto de naufragar.

    —Piloto, trate de acercársele a ese bote, en estas condiciones climáticas debe necesitar ayuda.

    El gran barco se acercó al pequeño velero, bambolea- do por las olas como un juguete. El mástil había desaparecido y no se veía antena de radio por ningún lado. Eso explicaba el porqué no se había escuchado ninguna llamada de auxilio. El pequeño bote estaba a punto de naufragar. En su cubierta, el capitán del carguero Colombia, observó a dos personas aferradas a unas cuerdas y casi al borde de cejar en el empeño de no dejarse barrer por las frías olas.

    Después de más de una hora de esfuerzos y de emplear los recursos técnicos del barco, para estos casos, lograron izar a la exhausta pareja.

    Ante el asombro de todos, el marino presente en el camarote del capitán, exclamó:

    —¡Ese es el hombre que vi en su camarote, capitán!

    Interrogado por el capitán, el agotado tripulante del velero le contó una historia increíble.

    —Mi esposa y yo realizábamos un viaje deportivo alrededor del mundo. No bien salimos del estrecho de Magallanes, grandes olas comenzaron a barrer la cubierta del velero, y todo lo que hallaba a su paso, caía directo al mar. La primera pérdida sensible fue el radio, que se mojó y quedó inutilizado. Posteriormente el mástil se vino abajo con la antena, acabando con toda esperanza de comunicación y de auxilio de la guardia costera. Era poco lo por hacer, y empezó a primar en nuestra conciencia, la idea de muerte inminente. Las olas rompían por todos lados y tal vez eso nos salvó de zozobrar. Decidimos amarrarnos para que las olas no nos fueran a barrer. Fue una buena idea, porque si no, no estaríamos hablando. De alimentos nada. No había forma de llegar hasta la cocina y también para que, todo había sido estropeado por las grandes olas. La visibilidad era cada vez más reducida, y era tal el desespero, ante el inminente naufragio, que con toda la fuerza mental del caso, rogué por una salida a la angustiosa situación. De pronto, entré como en una especie de trance, para cuando desperté, de reojo, contemplé un enorme barco casi encima. Por un buen rato temí que nos atropellarían sin remedio. Pero no, aquí estoy vivo, salvado de las aguas, junto con mi esposa.
     
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    Última modificación: 13 de Marzo de 2015

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