Mi guerra.

A veces pienso que inseguridad, soledad y tristeza se alían, y aunando sus fuerzas, se alzan en mi contra.

Y yo, que me niego a quemar mi bandera, a dejar que alguien me hiera, no tengo otra opción que plantarle cara a esa guerra.

A veces, entre asalto y asalto, en plena guerra fría, no tengo que hacer sino esperar al siguiente.

Puede que sea soldado de poco nombre, de poca vida, de menos suerte.

Puede que no necesite contrarios para iniciar una guerra.

Pero, y fuera ya de posibles, si de algo estoy segura es que nadie luchará con mis fuerzas, nadie dará todo como lo doy yo.

Mi punto débil no es la defensa, ni tampoco el ataque, mi mayor debilidad soy yo.

No tengo peor rival que yo misma.

Ni peor guerra que la propia.

Por mucho escudo que me ponga, parece que nunca conseguiré tapar esa zona, donde, las balas siempre llegan, haciendo daño, herida sobre herida.

Difícil sacar la bala cuando se clava ahí, porque el daño, afecta al resto del cuerpo.

Porque las secuelas, son imborrables.

Y aunque sepas, que en guerra, es fácil salir herido, hay heridas que duelen más que otras.

Porque a veces, aunque sea previsible, el daño es inevitable.

No quería desviarme, empecé hablando de guerras, y he acabado hablando de amor, quizá porque el amor es en si una guerra, en la que pocas veces uno sale ganador.

Vuelvo a la batalla.

Como decía, no soy soldado de primera fila, soy más quijote con sus molinos. De locura. De aventura.

Sé, que algún día llegará el momento en que el escudo, no será cosa de metáforas, porque no habrá nada de lo que protegerse.

Porque, en esta guerra, en la que mi oponente soy yo misma, solo habrá un vencedor, que seré yo.

Pero no ese “yo” que se empeña en hacerme caer, sino ese “yo” que nunca deje que lo tiren.